El 9 de enero en la historia de las luchas sociales

Actualizado
  • 10/01/2016 01:00
Creado
  • 10/01/2016 01:00
Considerado una amenaza a la institucionalidad de la oligarquía, la gesta de los mártires significó un antes y después en la sociedad 

En nuestro país, la construcción institucional, la integración territorial y comercial (conectividad), los soportes jurídico-políticos a la organización económica (reproducción de relaciones de producción) y los sentimientos de pertenencia e identidad nacional, se desarrollaron de manera compleja.

Se hicieron a través de un sinuoso y problemático proceso en el que se articularon de manera distinta la cuestión social, la cuestión democrática y la cuestión nacional.

Por un lado, los antagonismos entre clases y grupos tuvo a lo largo de nuestra historia distintas expresiones y denominaciones: burguesías comerciales, terratenientes y casatenientes versus arrabal, artesanos, pequeñas burguesías urbanas y agrarias en la ‘primera fase' republicana y a la que corresponde un expresión básica del Estado: el Estado oligárquico-liberal restringido (1903-1936).

En ese período, la cuestión social se instala con la huelga inquilinaria de octubre de1925, evento social que profundiza la cuestión nacional con la invasión estadounidense de ese año (12 de octubre). Estos eventos tendrán repercusiones en la orientación del golpe de estado del 2 de enero de 1931, cuyo protagonista es el movimiento Acción Comunal. Esta organización de corte nacionalista estará configurada por sectores de la pequeña burguesía y capas medias, y se constituye en bastión de lucha contra el Tratado Alfaro-Kellogg (1926) por considerarlo lesivo a los intereses del país.

NUEVAS CLASES SOCIALES

En articulación con lo anterior, tenemos una ‘segunda fase' que se despliega entre 1937 hasta la crisis de 1968 y tiene como organización política dominante a un Estado oligárquico-liberal ampliado. A finales de la década de los cuarenta se reconfigura la estructura de clases y con ello la naturaleza de los conflictos. Entra en escena a la par de las clases oligárquicas tradicionales (comerciantes y casatenientes), una primaria burguesía industrial. Igualmente se instala un proletariado cuyo proceso de configuración es por primera vez estrictamente nacional. Es la ampliación del bloque de poder y el conjunto de reformas sociales, lo que le da a la dominación oligárquica una expansión que se dilataría hasta finales de la década de los sesenta, mediante un ‘reformismo prudente y escalonado'.

Desde sus orígenes estamos ante un proceso que desde la forma y contenido de sus tramas históricas no resueltas, definió el carácter de la acción social de distintos actores, ya que vinculó tempranamente la lucha social a la lucha por la total soberanía estatal nacional. A lo largo de nuestra historia, las distintas formas de dominación –tanto institucionales como culturales— que se organizan en torno a la construcción estatal y sus bloques de poder, estarán incididas tanto por la presencia colonial norteamericana como por los asedios que desde la sociedad civil realizan los diversos movimientos sociales y políticos.

A finales de la década de los cincuenta los conflictos y las movilizaciones escalan en intensidad, se multiplican, se hacen extensivas social y políticamente y penetran sobre todo la matriz básica de la organización socioeconómica de la sociedad panameña.

9 DE ENERO COMO PARTEAGUAS

Es la acumulación de conflictos lo que está siempre detrás de los estallidos sociales. En 1963 se llega a un acuerdo con Estados Unidos para izar la bandera nacional en 15 sitios públicos de la ‘Zona del Canal', ‘acuerdo cuyo objetivo era dar la imagen de que ambos países compartían en cierta medida responsabilidades en la llamada Zona del Canal'.

El rechazo y la posterior agresión sufrida por los estudiantes institutores de parte de las autoridades y civiles ‘zonians', es el detonante de una movilización nacional que tiene los ribetes de una generalizada insurrección: el desenlace son tres días de enfrentamientos, 21 muertos, 300 heridos, y el rompimiento de relaciones diplomáticas entre Panamá y Estados Unidos.

El 9 de enero de 1964 es un parteaguas que se instala en el imaginario sociopolítico de la sociedad panameña y actúa como bisagra histórica. No puede ser entendido sin los antecedentes socio-políticos que generaron una acumulación explosiva; y hacia adelante, nada puede ser comprendido sin él. En ese sentido, este suceso como acontecimiento portentoso—como afirmación soberana total—, tiene la particular característica de estremecer a la sociedad en todo lo que queda de la década de los sesenta, potenciando la crisis político-institucional de 1968 en crisis social integral.

Hacia adelante la lucha generacional de carácter nacional se expresará históricamente bajo distintas formas y se prolongará incluso hasta mediados de la década de los setenta. Lo que hagan o no los individuos y grupos sociales después del 68, van a estar mediados por dos acontecimientos que se entremezclan en tiempos históricos distintos: el agotamiento y crisis de la forma oligárquica de dominación, y la no resuelta cuestión nacional.

En lo que respecta al papel del Estado, los acontecimientos del 9 de enero le mostraron a las clases dominantes lo frágil de la institucionalidad oligárquica y de repetirse podrían alterar significativamente la estabilidad social y la legitimidad del orden político nacional.

Lo que sigue es una estrategia de negociación con el imperio para eliminar ‘las causas de conflicto', que tendrá como resultado los denominados tratados ‘tres en uno' de 1967, y lo que hacían era escalar la potencialidad del conflicto.

COROLARIO

La crisis institucional y política de 1968, que selló el descrédito de partidos políticos e instituciones republicanas, y tiene como desenlace el golpe militar de ese año, es absolutamente incomprensible si no se buscan sus claves en la profundidad estructural de la década de los sesenta.

Esta crisis hay que pensarla, tanto en el agotamiento de una forma de dominación política que tocaba fondo – la crisis de dominación oligárquica— como por una transversal histórica que dada su profundidad institucional, acumulaba tensiones y conflictos: la lucha histórica por la total soberanía estatal nacional.

Ricaurte Soler —nuestro Justo Arosemena del siglo XX— caracterizó el régimen que se instaura posterior al golpe del 68 como ‘bonapartista' y adelantaba la siguiente explicación: ‘las causas más inmediatas del suceso las encontramos en las multitudinarias manifestaciones antiimperialistas de enero de 1964'.

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