Gil Colunje: un grande del siglo XIX panameño

Actualizado
  • 25/07/2021 00:00
Creado
  • 25/07/2021 00:00
Nota del Editor: Gil Colunje Menéndez vivió ente 1831 y 1899, fue un político liberal, escritor, poeta y abogado. Inició el género de la novela en Panamá. Fue presidente del Estado de Panamá (1865-1866) y magistrado de la Corte Suprema de Justicia (1868-1872). El Estado panameño lo honra designándole su nombre al Palacio de Justicia. En el centenario de su nacimiento, el 1 de septiembre de 1931, La Estrella de Panamá publicó un editorial titulado “Lauros Póstumos” y un fragmento de “La Vida y Obra del Dr. Gil Colunje”, escrita por Juan Antonio Susto y Simón Eliet, que hoy compartimos con nuestros lectores.
Gil Colunje: un grande del siglo XIX panameño
Lauros póstumos

La personalidad de Gil Colunje, destacada en la época en que el mundo suramericano estaba todavía latente el espíritu de epopeya y de grandeza de la magna época de la emancipación, cobra con el tiempo los perfiles de grandiosidad romana que solo se vio en este período de las clásicas virtudes del ágora y del foro.

Lo reducido de nuestro escenario, la falta de resonancia de nuestra historia, el poco empeño en la divulgación de nuestras glorias auténticas, es lo que hace que ni nuestras mismas generaciones jóvenes se den cuenta de los motivos de orgullo nacional que se nos presentan y no sepan rendir pleitesía a las figuras preclaras de la ciudadanía panameña.

Hombres como Gil Colunje, convencidos, amplios de ideales, luchadores infatigables, sinceros y patriotas, que se podrían sintetizar en la palabra más comprensiva de la democracia, el mérito, son para que la patria los recuerde, los divulgue y los ame incesantemente, a través de la sucesión de hombres que forman la continuidad de la nación y en todos los periodos que forman la continuidad de su Historia.

“La Vida y la Obra del Dr. Gil Colunje

Era un hombre grave. Estaría incompleta la semblanza de uno de los hombres más ilustres del Istmo de Panamá durante el siglo 19 si desconociéramos algunos rasgos de su vida íntima. Son estos detalles los que ayudan a enmarcar más firmemente la personalidad de los hombres superiores de la humanidad. Por eso es importante fijar aquellos rasgos de su fisonomía moral que pueden ayudar a explicar los triunfos que obtuvo a lo largo de su carrera pública. “Colunje es regularmente alto - decía en 1884 Diógenes Arrieta - moreno y de talle erguido. Es notablemente aseado en su persona y en su vestido, hasta el punto de que no recuerdo, desde que lo conozco una ocasión en que su traje y sus cabellos no revelen, por la limpieza, un cuidado constante. Escribe con las mayores precauciones, previo examen de pluma, la tinta y el papel. Este no lleva una mancha, un borrón; y llega al Senado con sus manuscritos envueltos en un pliego que los preserva del polvo y del contacto de la mano, y los entrega cuidadosamente al secretario después de asegurarse de que no se han ajado que están limpios y completos. Su letra es cursada, clara y aún elegante. La redacción esmerada. No omite un punto, una coma. No tolera una repetición, un adjetivo impropio, un descuido ideológico y gramatical. Esa pulcritud es cualidad esencial en su carácter y la manifiesta en todo sin afectación y a veces sin darse cuenta. Obedece a su manera de ser, a lo que han venido a constituir las inclinaciones naturales y los hábitos de su organización. Muchas veces, en la Cámara, al escuchar la lectura de una proposición o proyecto, de redacción mediana, va involuntariamente, como llevado por una mano extraña, a la mesa de la Secretaría, siquiera a asegurarse nuevamente de que es cierta aquella incorrección, de que, sin embargo, no tiene dudas. Los cuerpos colegiados a que concurre le señalan casi siempre, entre otras, la comisión de redacción. A las tres de la mañana Colunje comienza su estudio diario. Tiene medido y distribuido metódicamente su tiempo. Y sus costumbres domésticas, severas y sencillas, no sufren alteración. Su hija, niña todavía, no conoce profesores extraños. No va a un colegio, a una escuela pública ni privada de la capital. Su educación consiste en recibir las ideas, amar los sentimientos y seguir la conducta de sus padres; todos los elementos intelectuales y morales de su educación están en la atmósfera del hogar. En otro tiempo el carácter de Colunje fue distinto al de hoy en alguna de sus manifestaciones. Personas que lo conocieron ahora diez años aseguran que se ha cumplido en él una revolución moral en ese lapso, la cual ha dado a su carácter más gravedad, a su juicio más aplomo, a sus costumbres más orden y a su conducta en general mayor circunspección. Tal fue, casi siempre, la acción del tiempo, el estudio, la reflexión y la experiencia sobre el ser moral del hombre. Nunca la juventud caminó, desde sus comienzos, con paso firme ni por amplios caminos; ni dejó jamás de pagar su tributo a las debilidades o ligerezas de la naturaleza humana. Además, el mayor caudal y el más fecundo para la edad provecta es aquel que atesora una juventud que bebió en las aguas amargas de una dolorosa experiencia”.

No obstante, sus múltiples ocupaciones procuraba Colunje darse tiempo para atender a asuntos enteramente íntimos como la educación de sus hijos. Al efecto, siempre vivía enterándose del comportamiento de ellos en el colegio, llegando hasta someterlos a breves exámenes con cierta frecuencia. En las vacaciones llegaba a dictarles clases por espacio de varias horas. Colunje, además, se preocupó siempre por que la urbanidad reinara entre sus hijos; los acostumbró a que se respetasen mutuamente. Era minucioso y exigente con las viandas que debían presentarse a la mesa: todo debía ostentar una apariencia atractiva, encontrarse bien cocido y preparado. Jamás cometió la indelicadeza de reprender a sus hijos en presencia de los demás. Cuando se ofrecía el caso lo hacía privadamente y en voz muy baja. Al llegar a su casa daba cortésmente las gracias a quien le saliera a abrir la puerta. Y si por algún contratiempo llegaba a su casa malhumorado procuraba ocultarlo de la mejor manera posible: entraba a sus habitaciones y allí permanecía un rato hasta haberse serenado completamente, para presentarse luego ante su familia como si ninguna nube hubiera empañado el horizonte de su alma bondadosa. Tenía pasión por las bellas artes, especialmente por la música. Daba generalmente la preferencia a las piezas clásicas y especialmente eran de su predilección las óperas. En sus últimos años, cuando la enfermedad le impedía asistir a reuniones sociales, su mayor placer consistía en sentarse en una silla de extensión, bien arropado en su capote de lana (Bogotá es muy frío) a escuchar la música que sus hijas, en compañía de algunos de sus amigos íntimos, tocaban en el piano y en el violín. Las piezas que ejecutaban eran, en su mayoría trozos de ópera. Tenía días en que se mostraba muy expansivo, especialmente a la hora de comer que hallaba muy oportuna para referir pasajes de su juventud, anécdotas, etc. En uno de estos ratos manifestó que el día en que cumplió 25 años de edad, varios de sus amigos lo convidaron a un banquete y al llegar a los brindis, alguien dijo: “brindemos por la novia de Colunje”. Y que él entonces, en tono muy solemne, contestó: “La que ha de ser mi esposa no ha nacido todavía”. Esto ocurría el primero de septiembre de 1856; y cosa singular, que la que fue su esposa, doña Rosa Vallarino de Colunje, nacía ocho días después de aquel brindis, estos es, el 8 de septiembre del mismo año, mes y día en que la Iglesia celebra la navidad de la virgen María. Refería a su esposa que un día, recién casados, habíale ella manifestado el disgusto que le causaba el humo del cigarro, y que él, en vez de disgustarse, se arrancó el cigarro de la boca y como avergonzado de que su esposa hubiera hallado algo en él que reprochar, dijo en tono enérgico: “No fumo más”. Basta de decir, para comprobar su fuerza de voluntad, que sus hijos no le vieron fumar nunca. Salía casi siempre en julio y en diciembre a veranear con su familia a las tierras calientes o templadas de Utica, Cáqueza, etc., con el objeto de cambiar de clima y dedicarse a recreaciones tales como paseos a pie, a caballo, baños termales, etc. La última población que acostumbraba a visitar fue Tabio, donde falleció.

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