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Un libro para disfrutar: 'Las memorias del Mayor Alemán', 1982
- 16/10/2022 00:00

Olvidados en los anaqueles de la Biblioteca Nacional se pueden encontrar libros tan sorprendentes como útiles para entender las raíces de la complicada sociedad en la que vivimos.
Tropecé con uno de ellos esta semana: las Memorias de Mayor Alemán (1982), una obra sencilla, pero bien escrita y estimulante que, aunque sin el rigor de un libro de historia, tiene la virtud de introducirnos a una época, sus valores, modo de vida y hasta el mismo cerrado círculo de toma de decisiones del país.
Los recuerdos de Alemán (1892-1982) empiezan el 3 de noviembre de 1903, cuando este tenía once años de edad: “Me encontraba en el Parque de la Catedral y allí ví nacer la República. Mis ojos y mi pensamiento de adolescente captaron para siempre la visión de aquel momento de insuperable trascendencia histórica, cuya escena quedó grabada en mi mente y ha permanecido presente aun en los momentos más difíciles de mi existencia”, explica en las primeras páginas.
Ese sentido de patria bebido desde su temprana juventud, lo llevaría a través de su larga y plena vida, en una época fundacional y compleja, que le permitió ser testigo de los sucesos más extraordinarios: la construcción del Canal, la llegada de cientos de miles de inmigrantes, los constantes tejemanejes políticos de las décadas de los 40, 50 y 60, y hasta el golpe militar de 1968 y la firma del Tratado Torrijos Carter.
El mayor Alemán fue un político activo que a través de distintas administraciones llegó a ocupar todos los ministerios y secretarias del gabinete presidencial, con excepción de Educación.
Fue locutor de radio, gerente de la Cervecería Nacional y diplomático. También militar. Como muchos otros, se enfureció al conocer el acto irrespetuoso de los costarricenses en Pueblo Nuevo de Coto, en 1921, y se ofreció como voluntario para defender a la patria. Su capacidad de liderazgo lo convirtió en el guía de las tropas panameñas que se trasladaron a caballo desde Veraguas hasta la frontera con Costa Rica para combatir a los ticos. Así fue como obtuvo el rango de mayor.
Alemán fue diputado, autor de leyes a favor del voto femenino. Fue amigo, consejero y estrecho colaborador del presidente José Remón y simpatizó con Arnulfo Arias hasta que este lo desilusionó por su falta de palabra y espíritu volátil —cuenta en el libro—. Ello no le impidió volver a apoyar al doctor Arias en las elecciones de 1968, junto con otros integrantes de la Coalición Patriótica Nacional, en momentos en que algunos de ellos se preguntaban: ¿Será que Arnulfo ha cambiado? Y recibían la respuesta: “Arnulfo no ha cambiado. Los que cambiamos fuimos nosotros”.
Después de su toma de posesión, en octubre de 1952, y en reconocimiento a su “carácter recio y buenos consejos”, el presidente José Remón (1952-1955) le comisionó, como ministro de Hacienda, la gran tarea de salvar las finanzas del Estado, que pasaban por un momento crítico, sobre todo debido a la falta de hábito de los panameños de pagar impuestos.
Alemán le sugirió al presidente implementar un sistema de 'paz y salvo' que se solicitaría a todos aquellos que quisieran viajar o hacer determinadas transacciones comerciales.
Al parecer, inicialmente la idea no gustó mucho a Remón, que le respondió, sorprendido: “Y tú, ¿qué quieres? ¿que me maten?”.
No obstante la aprensión inicial, el sistema de 'paz y salvo' fue aprobado prontamente, con la Ley 2 del 3 de enero de 1953 e implementado por el ministro de forma férrea, lo que ayudó a Remón a contar con dinero para llevar a cabo sus actividades de gobierno.
De acuerdo con el mayor, su política de no excepciones con el paz y salvo le granjeó “todo tipo de insultos, de noche y de día, de parte de amigos, conocidos y vecinos, especialmente a la hora de salida de los aviones del aeropuerto de Tocumen”, cuando los que debían al fisco se daban cuenta que de ninguna manera podrían salir del país sin importar cuán urgente fuera su misión en el extranjero.
Al respecto de las reacciones contra el paz y salvo, una de sus experiencias más problemáticas se dio con un rico comerciante colonense que había defraudado al fisco durante la administración anterior (Alcibiades Arosemena) a través de la triquiñuela de declarar una clase inferior de mercancía que la que en realidad importaba.
El ministro Alemán fue quien hizo el descubrimiento y decidió multarlo, pero se encontró con que “una pléyade de políticos, diputados, intentaban interceder en favor del infractor”.
Las presiones llegaron a tal punto de que hasta el presidente Remón lo llamó a su despacho para pedirle que “mostrara elasticidad”, ya que el defraudador había aportado una fuerte suma para su campaña electoral.
“Yo enfáticamente le dije (a Remón) que no cedería un ápice y que el hecho de que este hubiera contribuido a la campaña electoral no lo eximía de cumplir con las disposiciones fiscales a mi encomendadas y que una acción como esa podría desprestigiar mi labor y su administración, y que si era necesaria mi renuncia, la diera por recibida”.
Según el mayor, el presidente Remón respondió dándole un abrazo y ofreciéndole su respaldo “en todo”.
El rico comerciante fue fuertemente multado por el Ministerio de Hacienda, pero resulta que no se dio por vencido y terminaría por llevar su caso a la Corte Suprema de Justicia. Su abogado era… adivinen quién… el que había sido ministro de Hacienda al momento en que se cometió el desfalco.
Al parecer el infractor estaba por salirse con la suya, de lo que se enteró el mayor a través de uno de los magistrados de la Corte, un amigo, que le comentó que estaba circulando una ponencia favorable al comerciante defraudador.
“Monté en cólera. Llegué a donde funcionaba el Tribunal de lo Contencioso Administrativo de la Corte, subí y entré al despacho del magistrado ponente, quien al verme se puso más pálido que su natural fisonomía. Allí mismo le informé que los periódicos y la radio se encargarían de dar a conocer su actuación en detalle y que yo sería el acusador”.
“Al día siguiente, a las siete de la mañana, me encontré al comerciante en el despacho privado de Remón, quien al verme me pidió calma y me dijo que todo estaba bien. Parece que el magistrado moderó su actitud y luego, la Corte, por unanimidad, falló a favor de todo lo actuado por mí como Ministro de Hacienda y Tesoro”.
Si las anécdotas políticas del mayor Alemán son buenas, tal vez mejores son las que aparecen en el título de “Otras anécdotas”. Entre estas aparece la que explica el origen de la Sopa Mayor Alemán —con todo y receta—, que hoy todavía aparece en el menú de varios restaurantes chinos de la ciudad capital. También la del origen de la inolvidable canción “Alfredo si tú te vas”, cuya letra fue supuestamente escrita por el mismo Ricardo Miró para una pieza compuesta por Máximo Arrates Boza ('Chichito').
Según Alemán, desde que se puso de moda la canción, perdió su anonimato: a la fiesta que fuera —en Estados Unidos, Europa, Centro o Sur América o Panamá, por supuesto—, cuando los músicos lo veían llegar se daban la señal y empezaban a tocar la pieza, con la que él se veía obligado a bailar, saludar o hacer un brindis.
Ya de edad avanzada, pero varios años antes de morir, se hizo construir un pequeño mausoleo en el camposanto de Amador, detrás de El Chorrillo, donde se le podía encontrar alrededor de las diez de la mañana quitando los rastrojos y cuidando que el mármol estuviese prístino.
En la base de la tumba, en cuyo extremo superior estaba la efigie del clásico ángel del silencio, se podía leer 'Mayor Alfredo Alemán', y luego la fecha de nacimiento, septiembre de 1892.
“Lo que me da temor es la fecha que falta”, comenta en sus memorias.
Otra de las anécdotas sabrosas es la de la visita de siete horas que le hizo en 1971 el entonces jefe de gobierno Omar Torrijos Herrera a su casa de playa en Coronado, visita que terminó cuando se enfrentaron y acabaron matando a una inofensiva culebra bejuquilla con una silla y una metralleta.
Mi favorita resultó ser la historia de la fiesta de Come Vela, que revela las grandes tensiones sociales que prevalecían en la ciudad de Panamá entre “los de adentro” y “los de afuera”.
El suceso ocurrió por allá por los años 20 en la Sala de Baile de Aparicio, “situada en la calle de la Chancleta (Calle 14) y el estrecho callejón que sale a la Avenida Central”.
Cuenta el mayor que la sala de Baile de Aparicio solía albergar “merecumbés de gran categoría porque la gente se comportaba”. Ello no impidió que “una noche se formara un gran zafarrancho por cuestión de categoría, cuando se presentó a pagar su cuota un hombre de buena reputación, conocido como Come Vela, quien era buhonero”.
“Resulta que uno de los mandamases dispuso que no se le aceptara la cuota a Come Vela, lo que causó disgusto entre un grupo de comensales”.
“Si no baila Come Vela no hay baile”, empezó a gritar en son de protesta un grupo de rebeldes, entre los que se incluía el mayor, entonces de unos veinti tantos años.
“Come Vela no. Como Vela no”, se mantenía el otro grupo elitista gritando a todo volumen.
“Las cosas se pusieron al rojo vivo, al punto de que hizo crisis la discusión y algunos empezaron a tirar las sillas. Come Vela cayó rodando por las escaleras y salió huyendo. Las madres y las muchachas salieron despavoridas. Los músicos estaban furiosos porque los instrumentos sufrieron averías”.
Lo peor fue que todos los bailes fueron suspendidos por el resto del año. La gente se quejaba que era por “por culpa de Come Vela”, pero el mayor reconoció que éste no fue en realidad el responsable.
Un libro divertido e ilustrativo del que originalmente se imprimieron 2000 ejemplares que deben reposar en bibliotecas privadas y públicas.