• 28/12/2008 01:00

La sociedad exige a Dios

Crear sociedades sin Dios es una tentación para aquellos que piensan que la idea de Dios no es necesaria, que ha creado más zozobra, tem...

Crear sociedades sin Dios es una tentación para aquellos que piensan que la idea de Dios no es necesaria, que ha creado más zozobra, temores o abusos en las comunidades religiosas o, que, en última instancia, constriñe su deseo de vivir en total libertad o de acuerdo con las normas que a ellos bien les parezcan.

Por eso, escribimos la semana pasada sobre la necesidad de considerar a Dios no como una idea, sino como el último baluarte, el único verdaderamente que tiene la suficiente razón para constreñir al individuo a vivir una vida moderada, civilizada y justa. Cualquier otro criterio es necesariamente invención e imposi- ción de los hombres, sobre la base de la convención o acuerdo de unos cuantos.

Pero además, valdría la pena examinar si esas supuestas sociedades “sin Dios” (específicamente las sociedades escandinavas), a que hacía alusión el señor Bobby Eisenmann citando a un sociólogo agnóstico, no han recibido ya la herencia cristiana (en realidad, en principio, se trata de sociedades luteranas). Valores que hoy proclamamos como universales, y que sin embargo no eran reconocidos por las hordas primitivas, valores de compasión, de respeto al otro, de solidaridad llegaron, se cultivaron (encontraron una doctrina, el judeocristianismo, que les dio sustento) y florecieron a raíz de la fe en Dios.

En otras palabras, estas sociedades recibieron primero los valores religiosos, pero llegaron de tal modo a ser valores tan comunes y convenientes que fueron asimilados por todos y se convirtieron en patrimonio común. Y hoy piensan algunos que esos valores no tienen que ver con la fe, cuando en realidad se deben a ella. Es obvio que no hablo de aquella comunidad de objetivos que nos permite defender la ciudad-Estado, y de que ya participaban Roma antigua, las ciudades griegas y las del Oriente Medio, que nos preparaban para la guerra o para la vida en común en la paz. No. Me refiero a valores que vienen de descubrir el rostro de Dios, o la herencia de “hijos de Dios” en los seres humanos y que aportan a estos una dignidad especial. Por ejemplo, esa noción de “prójimo” tan exquisitamente definida por Jesucristo por medio de su parábola: “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó...” cuando fue herido por unos malhechores, y solo un samaritano se compadeció de él entre todos los viandantes que por allí pasaron. Pregunta el Señor, ¿quién de estas personas fue prójimo del hombre herido?” “Aquel que usó con él de misericordia”, le contestaron. Así es.

Esta dignidad especial que permite hablar de “prójimos”, de “hijos de Dios” y por lo tanto de “fraternidad humana” es la base de todos los derechos humanos. Entonces, querer quitar el fundamento, la piedra angular del edificio de los derechos del hombre, que es el mismo Dios, es amenazar de ruina a la edificación. Y no se puede hacer solo porque algunos, o muchos, hayan perdido el referente de su vida (no solo la actual, sino sobre todo la eterna: para salvarse, según la Escritura, no basta “ser bueno” hay que creer en Dios).

-El autor es filósofo e historiador. jordi1427@yahoo.com.mx

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