• 05/02/2009 01:00

Cuento es lo que no quiere este pueblo

A lo largo de mi vida siempre he escuchado el cuento de nuestros abuelos sobre un candidato que llegó a un pueblo y en su entusiasmo ofr...

A lo largo de mi vida siempre he escuchado el cuento de nuestros abuelos sobre un candidato que llegó a un pueblo y en su entusiasmo ofreció construirles un puente. Entre los asistentes se dejó escuchar la voz de uno que le contestó: “¿cuál puente si aquí no hay río”, a lo que el político respondió: “¡No importa, se los hago también!”

Cuento esta experiencia por razón de dos cuñas publicitarias en la que dos candidatos presidenciales para mayo próximo prometen lo que todos sabemos no podrán cumplir. La política es extraña. Por mucha experiencia que uno tenga, siempre habrá cosas que aprender. Mas eso no impide que nos sorprenda la sagacidad, habilidad y frialdad de los mienten con tal de conseguir el vo- to —aunque implique destruir a sus contrarios en forma injusta—, o que quieran tomarnos el pelo.

Para la clase política tradicional, y con ello me refiero a la que tiene su génesis desde antes de 1968, resulta de lo más normal, sin importar que sea inmoral, buscar el poder trepando sobre el cadáver de su enemigo. Para estos individuos es lógico hacerlo, porque “el fin justifica los medios”. Observo la arrogancia de unos y la simplicidad de otros. Los que buscan obtener el voto hablando mal de sus contrarios sin importarles que el votante panameño haya madurado y desea propuestas inteligentes y una voz de esperanza. Y me indigna que piensen que somos los incultos de hace 50 años. No olvido cuando apenas era un joven menor de edad y veía camiones que daban vueltas por la ciudad repartiendo escobas con las que se compraba la conciencia de los votantes.

Entonces, igual se repartían “pachitas” de aguardiente y los patrones llevaban, a votar en fila, a sus empleados, mientras ellos seguían vigilantes de que favorecieran a sus candidatos de turno. Por supuesto, eran otros tiempos y los mecanismos utilizados entonces eran diferentes a los de hoy, pero todavía hay quienes piensan que sus millones son suficientes para nublar la inteligencia de los panameños. No puedo evitar indignarme cuando sin que exista un plan serio, un estudio económico formal, escuchamos a candidatos jurar: uno, que si llega a la silla presidencial, el gobierno pagará todos los útiles escolares que necesiten nuestros estudiantes, y el otro, que a todos aquellos que tengan o hayan sobrepasado la edad de jubilación y no tengan una pensión, se les dará cien balboas mensuales. Son los mismos que —como bien dice Martín Torrijos— cada cinco años se acuerdan de que en este país hay pobreza. Los que en tiempo de elecciones lucen su condición de niños mimados o empresarios arrogantes. Época en la que no importa cargar niños sucios y abrazar gente sudada. Los que olvidan que con sus negocios han contribuido a acrecentar la pobreza en este país, mientras sus fortunas son cada vez más inmensas. Advierto que estoy muy lejos de pretender fomentar la lucha de clases. Pondero y reconozco el esfuerzo de tantísimos que hoy día se ven premiados con sus fortunas. Ojalá cada día exista más gente adinerada y menos pobres. Sería lo ideal. Quizás un sueño, un pensamiento idílico, una manera de creer que puede existir una sociedad más justa. Una forma de olvidar lo que nos decía Pedro Calderón de la Barca de que la vida es “una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

El autor es periodistaemacor@cableonda.net

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