• 10/10/2010 02:00

Escritos con frases ambiguas

Las frases ambiguas abundan. En la prensa y en Internet, resulta fácil lanzar insinuaciones con las que el escritor evita el compromiso ...

Las frases ambiguas abundan. En la prensa y en Internet, resulta fácil lanzar insinuaciones con las que el escritor evita el compromiso directo de afirmar, abiertamente y sin miedos, lo que piensa. Podríamos imaginar ejemplos sencillos que ilustran, en parte, la situación.

‘El gobierno lo hace muy bien. O quizá no’.

Seguramente no hay banqueros deshonestos. Solo los imaginamos.

Los ladrones tienen sus derechos. Como los políticos.

El mundo sigue hacia adelante. Aún no sabemos si avanza por el borde de un precipicio y si algún día caeremos frenéticamente en el vacío.

Las energías renovables cuestan mucho y se pagan bien. ¿No será, entonces, que no son tan renovables?

Las grandes religiones se contradicen unas a otras. Quizá ninguna es verdadera. Quizá lo son todas.

Es hermoso ver a un médico junto a la cama del enfermo. El problema es que no sabemos si trabaja para curar o si pretende anticipar la muerte’.

Sería un error condenar, de modo sumario, expresiones parecidas (peores o seguramente mejores) a las anteriores. Hay escritores dotados de chispa e ingenio desbordantes. La ironía es parte de la vida humana. La ambigüedad bien expresada tiene su belleza. Buscar ser machaconamente francos, lineales, directos, llevaría nuestro mundo hacia tonos grises e insufribles.

En ocasiones, sin embargo, se corre el riesgo de arrojar frases que provocan ideas y sentimientos confusos, porque no permiten acceder a lo que el escritor pensaba, ni orientan al lector hacia metas más o menos concretas y, si uno escribe honestamente, cercanas a la verdad.

La ironía, desde una actitud sanamente optimista y con un auténtico respeto hacia las personas, descansa y hasta provoca sonrisas. Algunas ambigüedades, en ocasiones, son oportunas y necesarias, porque reflejan lo complejo que es nuestro mundo y lo difícil que resulta comprender cómo van las cosas.

Pero el exceso, como en todo, daña. Habrá quien aplauda el ingenio y la habilidad de un escritor por su modo sutil de lanzar insinuaciones sin mancharse las manos, de ofrecer ideas sin comprometerse para nada en un punto de vista o en el otro. Pero un aplauso (o muchos) no determinan si un escrito ayuda a los hombres en su camino hacia la verdad, o si los confunde o impulsa hacia sospechas no siempre inocentes.

Quizá alguien preguntará: ‘¿Estás seguro de lo que escribes?’. Estoy tentado de responder: ‘Quizá sí, quizá no, puede ser...’, con lo que me quitaría el suelo debajo de los pies...

(Un añadido necesario: La idea de fondo y la conclusión de estas líneas surgen desde la lectura de un artículo del ensayista italiano Luciano De Crescenzo, un auténtico mago a la hora de ofrecer simpáticas, pero no por ello siempre inocuas, autocontradicciones en algunos de sus escritos).

*SACERDOTE Y FILÓSOFO.

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