• 07/06/2017 18:03

¿Qué hacer?

El pueblo es, entonces, quien debe asumir el rol histórico que le corresponde, en esta hora crucial de la historia, 

Nuestra realidad, como la de muchos países del mundo, es que estamos inmersos -y con no poca preocupación-, en resolver y solucionar problemas básicos urgentes, como mantener la seguridad interna, construir infraestructura, resolver el problema del transporte, salud, educación de calidad, alimentación segura para la población, generar empleos y enfrentar la galopante corrupción que ha puesto en peligro la existencia misma de los Estados y la sociedad.

Sin embargo, la respuesta a estas demandas simples, pero vitales, no puede surgir de un Estado caótico, tambaleante y moribundo como el nuestro. Es evidente que la medicina para tan grave enfermedad no puede provenir de un cuerpo enfermo y con su sistema inmunológico por el suelo o casi colapsado.

No podemos esperar salidas de quienes son autores o encubridores de los desmanes o de quienes pudiendo hacerlo han rehusado asumir el papel que correspondía.

El pueblo es, entonces, quien debe asumir el rol histórico que le corresponde, en esta hora crucial de la historia, en donde está surgiendo una nueva reconfiguración de todo el escenario internacional y también los ejes que determinarán las principales tomas de las decisiones estratégicas que determinarán la sociedad en los próximo 50 años.
Nuestro pueblo adolece de organizaciones que hayan podido encauzarle dentro del caos producido por la depredación surgida de la corrupción generalizada.  Por ejemplo, los partidos políticos y hasta las organizaciones cívicas sucumbieron estrepitosamente.

Es imperativo restablecer organizaciones políticas y sociales, capaces de asumir, sobre la base de un buen testimonio y ejemplo, el rol de organizar, ordenar y disciplinar a la sociedad y establecer en conjunto las metas y propósitos inmediatos y de largo plazo, a partir del dominio del conocimiento, carácter, credibilidad, compromiso y mucho trabajo.

Pero no se puede encarar ningún objetivo, si previo a esa empresa no se aborda la tarea de sanear de raíz el cáncer de la corrupción y sacar a la sociedad en forma casi milagrosa, y por supuesto que con la Ayuda de Dios, de la metástasis en que nos encontramos.

Este ineludible fin no puede esperar.  En el orden lógico de las cosas, resulta impostergable su acometida, si  de restaurar nuestros anhelos y esperanza como nación se trata.
¡Así de sencilla es la cosa!

José Dídimo Escobar Samaniego
Cédula: 7-84-41
Miércoles, 7 de junio de 2017

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