• 06/10/2019 00:00

El festival guarareño

Han transcurrido setenta años desde que el doctor Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate convocara, en la plaza Bibiana Pérez de Guararé, aquel cabildo para explicar a la comunidad su visionario proyecto cultural.

Han transcurrido setenta años desde que el doctor Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate convocara, en la plaza Bibiana Pérez de Guararé, aquel cabildo para explicar a la comunidad su visionario proyecto cultural. Allí, en la tierra del cacique Guararí, en septiembre de 1949, se realizó el primer festival folklórico de la República de Panamá, pionero latinoamericano en tales lides.

Desde entonces la filosofía del evento —con olor a albahaca y tañer de mejorana— ha sido la cumbre de los festivales nacionales, el molde a emular y el eco sonoro de la identidad nacional. Tal y como las campanas del templo a la Virgen de Las Mercedes que, a golpe de badajo, también pregonan el rostro sacro de la festividad. Es más, gran parte del éxito del evento se debe al carácter sacro-profano que le imprimieron Dora y Manuel.

Claro que setenta años pesan en la conciencia y percepción del cónclave de la tradición nacional. A casi tres cuartos de siglo es comprensible que la gente, cultura y sociedad ya no sean iguales. Precisamente por ello se impone repensar el festival, mirar el folclore con ojos del siglo XXI, lo que no implica renunciar a la visión zaratista ni negar la idiosincrasia santeña e istmeña.

El gran desafío del Festival de La Mejorana siempre ha sido lograr armonizar tradición y modernidad, elementos que ya aparecían larvariamente en la primigenia organización de la primera mitad del siglo XX. De hecho, el rescate cultural guarareño es producto de esos mismos temores al cambio social y cultural que siempre han estado allí, soterrados, y a los que se deben no pocos incidentes ligados a la organización y a la naturaleza de la famosa festividad e incluso a la profanación de bailes y vestimentas de quienes acuden a la fiesta.

Mantener y preservar los elementos estructurales del festival es tarea titánica, porque la adulteración y comercialización del folclore está en manos de organizaciones con poder económico para doblegarlo y convertirlo en mercancía. Desde la década del cuarenta los directivos han tenido que hacer frente a esa dicotomía del folclor puro y adulterado con fines comerciales. Que el festival haya resistido siete décadas, es un logro extraordinario y digno de encomio, proeza que hay que reconocerle al viejo comité y al actual patronato, así como al tesón de los actores sociales.

Lo que en el futuro ha de ser el festival depende de la lucidez de los organizadores, del cambio de actitud de la empresa privada, de las políticas culturales del Estado y de la base social de apoyo, tanto en Guararé como en el resto de la nación. A partir de allí se impone un salto cualitativo en la organización, ya que en el futuro inmediato también habrá que implementar un Congreso Internacional del Folclor (realizado bianualmente), sistematizar el archivo de la festividad y resolver el problema de su financiamiento.

El futuro del Festival Nacional de la Mejorana está en manos de las nuevas generaciones, las que, sin despreciar la asesoría del relevo generacional de los últimos cuarenta años, está en la obligación de renovarlo dentro de la visión zaratista, empeñada en rescatar y preservar el ser nacional, los rasgos fundamentales de la panameñidad.

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