Pequeñas exportaciones pos-COVID

Mientras esperaba para pagar en la caja del supermercado, tomé una bolsa de plátanos verdes en forma de patacones. Me llamó la atención lo pintoresco del diseño de la envoltura y leí los datos. Provenía de Puerto Viejo, provincia de Manabí, Ecuador. Vi muchos empaques en el anaquel y me surgió la interrogante de cuántos tipos de productos locales se podrían encontrar en el comercio de esa ciudad que nos manda esas variedades de abastos.

En la misma fecha, el ministro de Comercio e Industria ofreció un informe sobre el balance de exportación del país y anunció los resultados de tres meses iniciales de 2020, cuando se tienen cifras por un valor de 175 millones de balboas. Sorprendente, a pesar de la pandemia y las difíciles condiciones en que se desarrolla la producción interna.

Según datos del Centro de Innovaciones e Investigación Georgia Tech Panamá y basado en las cifras del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), se envió al exterior durante 2019 mercancías por un valor de 713 millones de balboas, que representa un ligero ascenso de un 6.1 % con relación al período anterior. En el bienio 2015-16 se produjo una sensible baja en el flujo y desde ese momento, se ha experimentado un incremento parsimonioso.

Los principales rubros en este movimiento hacia otros confines son banano, harina y aceite de pescado, mariscos, café, carne bovina, melón y ropa. Por lo general, son las tendencias clásicas y la agroindustria, pese a que el Estado promueve esta actividad en el extranjero, no logra colocar cifras significativas de nuevas materias en el mercado internacional. Aunque abunda la fruta que se pierde, poco es lo que se logra poner fuera de las fronteras.

Es aquí donde se abre una gran oportunidad de fomentar el establecimiento de iniciativas grupales, comunitarias de escala pequeñas y medianas que puedan organizarse en función de adquisición de capacidades y lograr su consolidación empresarial para ofrecer elementos acabados o materia prima para colocar afuera. En el mercado y las tiendas nacionales se puede hallar una gran cantidad de mercaderías importadas con esta característica.

En el bosque que rodea el lago Alhajuela vive una familia que tiene un pequeño proyecto de producción de salsa picante elaborada con ají cosechado en los terrenos caseros. De ese lugar, casi inhóspito, salen las cajas con las botellitas de este ingrediente para las comidas. En su gestión, el emprendedor ingenioso ha creado una microempresa que provee en el sector y sobre todo a lo largo de la carretera Transístmica.

Un grupo de productores rurales en Bocas del Toro se dedica, en condiciones muy incómodas, a la siembra de cacao. Luego de procesarlo y sacar pasta de chocolate, lo venden a empresas extranjeras que en sus países lo convierten en apreciados y costosos bienes de la actividad comercial. Igual posibilidad podría darse en Chiriquí con el café de cooperativas comunitarias, de existir condiciones de mercadeo.

Es un reto que se presenta al salir de la pandemia. No se trata de dar fondos asistencialistas para la supervivencia; sino de fomentar el emprendimiento en una dimensión que posibilite a grupos el involucramiento en un intercambio productivo que fortalezca circuitos horizontales entre poblados y abra posibilidades de empleo. Esto implica aprovechar los recursos del entorno para crear formas de desarrollo sostenible.

Plantas medicinales, especias, artesanías, reciclaje de desechos como escamas, semillas que generan nuevas opciones y redes para abastecer demandas local e internacionalmente con altos niveles de calidad.

Se trata de ingeniarse, analizar la dinámica de compra y venta, así como requerimientos que se presentan en el consumo para brindar respuestas que permitan a un núcleo humano satisfacer sus necesidades. Lo importante es la autoestima y la disposición que puede cambiar totalmente el destino.