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- 28/11/2020 00:00
El mundo que hizo y deshizo a Maradona
En ocasión de su fallecimiento, me han llegado varios memes jocosos sobre aspectos muy negativos de Maradona. Entre tanto, yo me pregunto: ¿por qué mofarnos de sus debilidades, cuando bien podríamos festejar su grandeza? ¿De qué forma nuestra sociedad elige despedir a uno de sus grandes? Y así entiendo, por qué dicen que esta sociedad está en decadencia. Hoy no se puede hablar de “grandeza”, porque suena presuntuoso y excluyente. Vivimos en un mundo paradójico, que proclama la “humildad”, pero celebra la burla masiva de sus otrora héroes. Peor aún, en motivo de su muerte. Y digo héroes, porque Maradona vivió su gloria en una época donde aún creíamos en ellos. Tiempos más analógicos que digitales. Resulta muy importante resaltar esto, porque ahora nos hemos sumido en un mundo digital cuya tecnología nos maravilla cada día más, pero en lo humano nos hace perder profundidad.
Me refiero a la generación que vivió de manera esplendorosa el aspecto analógico. De cuando la tecnología era utilizada por el humano, y no para utilizar al humano. Algo más artesanal, menos adictivo y tóxico. Porque los errores, las imperfecciones eran imbuidas en el proceso creativo, dándole un aspecto peculiar, por no decir humano, a cada cosa que se hacía. Y en ese detalle de la imperfección transformándose, se creaba identidad, arte y maestría. El esfuerzo físico o mental tenía su valor, y equivocarse era parte de ese valor, tanto por el aprendizaje subsecuente como por la capacidad de resiliencia. En cada proceso, en cada “detalle malo” había oportunidad de crear una versión mejorada de algo. Tal era el momento en que el genio humano se superaba, y nacían leyendas. Leyendas que poco a poco han ido dejando este mundo, que no solo del deporte, sino también de la música, el arte, la ciencia, cualquier terreno de donde brotara la grandeza humana. Sobreponiéndose a la adversidad, la equivocación, siempre estaba el espíritu humano por encima de las cosas.
Ahora, parece que las cosas están por encima del humano. Hemos creado un mundo en el que la inteligencia humana se compacta en unos y ceros, para almacenarse en microprocesadores y microcircuitos entrelazados. Así, una máquina piensa por nosotros. Y, aun así, veneramos la tecnología, y nos asombra cada día que pasa, volviéndonos más dependientes de ella. La digitalización de la humanidad, que se basa en 1 (todo) o 0 (nada) no permite espacios intermedios, ni procesos graduales, borra el arte de lo analógico. Vivimos un mundo prediseñado, de perfección digital, donde no se aprecia la perseverancia ni el esfuerzo, sino “la perfección”. Por eso, cada día surgen nuevos artistas que brillan durante un tiempo y luego se los traga el olvido eterno. De igual forma, deportistas de laboratorio, con jugadas prediseñadas y equipos amoldados, como si fueran figurines del álbum de la vida real. Los hacen “perfectos”, para que brillen y luego disfrutar destruyéndolos onanista y patológicamente. Así no puede haber sorpresas, solo apariciones y desapariciones propiciadas por la prestidigitación comercial, que crea íconos en su “desktop”, para luego arrastrarlos a la papelera de reciclaje.
Sí, vivimos en un mundo que se jacta de ser cada vez más perfecto; que se place y lucra de las desgracias ajenas. Una sociedad con suficiente capacidad adquisitiva para comprar lo más cercano a la perfección, aunque proporcionalmente lejano a su bienestar. Que no tiene paciencia para el error, ni luces largas para luego maravillarse de su transformación. Tenemos una sociedad que no se arriesga por temor al ridículo, totalmente dependiente de lo que puede adquirir, de lo que puede comprar, de lo que le pueden dar… Un mundo lleno de adictos al trabajo, a los celulares, al estrés, a la perfección; pero, sobre todo: a la doble moral.