• 08/08/2021 00:00

La variante inequidad

“Priorizar terceras dosis por encima de inmunizar, con, al menos, una dosis, a una mayor cantidad de gente es un desdichado acto de inequidad humana”

La COVID-19 ha dejado en el mundo más de 200 millones de infecciones diagnosticadas, 4.3 millones de muertes (quizás 6-7 millones por los subregistros estadísticos) y, al menos, 60 millones de personas con secuelas prolongadas de la enfermedad. La ciencia, como no podía ser de otra manera, respondió con rapidez y contundencia, elaborando vacunas seguras y efectivas para prevenir casos graves y decesos en 85-99 % de la gente que acepta ser inmunizada. Como la salud es un proceso de corresponsabilidad, lo sensato ahora es poner el brazo, no sólo como amparo personal, sino para impulsar, con empatía y solidaridad, la protección de la colectividad, un imperativo ético de la sanidad pública.

Los países con mayor tasa de inmunización están siendo testigos de un giro epidemiológico hacia una pandemia entre los no vacunados. En naciones industrializadas la dificultad para alcanzar la inmunidad de rebaño reside en el rechazo de individuos que se han plegado al discurso antivacunas de activistas políticos, fanáticos religiosos o negacionistas de la extrema derecha, aunque muchos de estos terroristas sanitarios hayan recibido su inyección de manera clandestina, para que sus estadísticas no formen parte del grupo control. En el 90 % del mundo restante, el obstáculo más importante en la prevención es la falta de acceso a las vacunas. La población no vacunada se está convirtiendo en una fábrica de variantes virales que podría tener un efecto bumerán globalmente, reduciendo la potencia de las vacunas actuales y obligando, quizás, a la aplicación de refuerzos con productos reformulados. La variante “inequidad” es, sin duda, mucho peor que todo el alfabeto griego de mutaciones surgidas a la fecha.

En América Latina, poco más del 15 % de la población ha recibido la pauta de dos dosis. Hay países en Asia o África que ni siquiera llegan al 2 %, mientras que una apreciable fracción del primer mundo supera el 50-60 %. Cuanto más tiempo las naciones opulentas descuiden a las que apenas han comenzado a vacunar a sus habitantes, más posibilidades hay de que el SARS-CoV-2 evolucione hacia mutantes peligrosas, incluso más agresivas que la variante delta. Priorizar terceras dosis por encima de inmunizar, con, al menos, una dosis, a una mayor cantidad de gente es un desdichado acto de inequidad humana. La disponibilidad de vacunas depende grandemente de la capacidad para negociar, financiar y operativizar la entrega masiva de vacunas. Los países de medianos y bajos ingresos sufren una terrible carencia de productos profilácticos, pese a tener sociedades mayoritariamente desesperadas por su aplicación. Ante esa escasez, cualquier oportunidad perdida de inmunización es inadmisible. Rechazar la vacunación, por ejemplo, a personas en pantalones cortos, tatuajes en el lugar de la inyección, cutarras en sus pies o hasta aliento alcohólico, no tiene ninguna justificación y puede conllevar a desenlaces lamentables posteriormente.

Las vacunas autorizadas brindan protección contra todas las variantes, incluyendo la temible delta, en particular para prevenir las formas más severas de la enfermedad. Más del 90 % de los pacientes actualmente internados por COVID en Estados Unidos, Canadá, Europa, Chile o Uruguay no está vacunado. Aunque con magro detalle, el Minsa ha confirmado esta semana que 99.5 % de los panameños que fueron hospitalizados o sucumbieron al coronavirus en el 2021 no había recibido el esquema completo de vacunación. Pese a la advertencia de muchos expertos, con credenciales académicas, de que la mejor protección contra el virus proviene de las vacunas, aún hay frecuente reticencia a la inyección. Aunque se puede argüir que la vacunación es una decisión personal libre, la negación puede resultar costosa al país en el caso de infecciones muy transmisibles. Las personas no sólo se inmunizan para cobijo propio, sino también para proteger indirectamente a su comunidad. Es comprensible que alguien rechace vacunarse por temor, por COVID previo o por alguna experiencia adversa previa con otras vacunas. En esta situación resulta mejor convencer que imponer.

A los activistas antivacunas, empero, que inventan, manipulan o difunden falsedades, convendría restringir su entrada a restaurantes, cines, bares, discotecas, espectáculos públicos o aeropuertos, porque ponen en peligro al resto de asistentes. Irónicamente, ellos tuvieron la suerte de que sus progenitores decidieron vacunarlos cuando niños contra viruela, polio, sarampión, tétanos, difteria, etc., lo que les permitió llegar a la vida adulta sin repercusión alguna. Una persona no vacunada que se contagia y requiera una cama de cuidados intensivos le puede costar al Estado decenas de miles de dólares que pagamos todos con nuestros impuestos. Los no vacunados, además, retrasan la consecución de la inmunidad grupal, lo que impide lograr una más rápida reactivación de la actividad económica y educativa en el país.

Un virólogo australiano imaginó las defensas que tenemos en contra de la pandemia como un bloque de queso suizo emmental; cada corte tiene agujeros por donde puede pasar el virus, pero cuando se combinan las capas, la barrera se hace más impermeable. En este modelo, las vacunas representan la última capa. La experiencia ha demostrado que debemos evitar la eliminación prematura de las demás capas de protección, en especial el uso de mascarillas en espacios cerrados, el distanciamiento físico en lugares concurridos, el aumento de pruebas diagnósticas en los contactos y el aislamiento de los casos positivos. Esta crisis no ha terminado y no es sólo un problema de la gente más responsable de la población. Todos debemos luchar a la par unidos, si pretendemos ver el final de esta larga y traumática pesadilla.

La mezquindad no debe ser jamás una cualidad de la autodenominada especie racional. El individualismo era una conducta típica de los neandertales y hoy sabemos que su extinción fue en favor de los socialmente interconectados “sapiens”. En la medida en que la inteligencia supere la estolidez, saldremos victoriosos y podremos aplicar todos nuestros esfuerzos en los numerosos otros temas que asfixian el cotidiano vivir, los que desafortunadamente hemos dejado de lado. No sólo de SARS vive el hombre…

Médico e investigador.
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