Así lo confirmó el viceminsitro de Finanzas, Fausto Fernández, a La Estrella de Panamá
- 27/06/2025 00:00
Recuento de la cuentística panameña: siglos XIX, XX y XXI

En términos generales, el arte, en cualquiera de sus formas, de alguna manera busca la belleza, y a veces también la verdad tras la fachada de las cosas. Como todo verdadero artista sabe por experiencia, puede haber belleza tanto en lo más obvio de la realidad o del mundo de las ideas, como también en algunas fachadas de lo feo e incluso de lo siniestro; y lo mismo suele ocurrir con lo que aparenta ser verdad. Pero en la creación literaria, y sobre todo en la escritura de un buen cuento, la belleza a veces la marca una sola frase o un conjunto de situaciones sencillas o complejas en donde palpita el germen de una historia.
Como es sabido, a principios del siglo XX los escritores surrealistas experimentaban arrancando la posibilidad de uno o varios sucesos a partir de una primera frase inventada, y luego, por asociación libre de ideas, iban poco a poco construyendo la historia. Y así, en cada nueva frase que se agregaba iban surgiendo nuevas situaciones, inesperados entornos, inéditas posibilidades para la construcción de una trama aceptable, mínimamente coherente...
En lo personal, ese viejo método lo empleo con éxito a menudo al crear cuentos, y además lo inculco en mis talleres literarios. Ese decir, propongo a los talleristas inventar una primera frase (la que se le ocurra en ese momento a cada quien), y los talleristas deben ir creando, por asociación libre de ideas, los detalles de la historia que cada quien percibe que puede ocurrir después, y así continúan narrando hasta descubrir (o sólo intuir) hacia dónde se dirige la historia.
Sin embargo, en la práctica no puede haber ningún tipo de gratuidad en lo que se escribe como materia prima del cuento. En otras palabras, las partes o fragmentos de lo que se va creando deben tener una función. Es decir, deben ir dirigidas a causar en el lector un determinado efecto..., pero dejándolo en libertad para matizar o justificadamente desdecirse...
En cierto modo es como eso que decía Hemingway: si un personaje entra en una cabaña y el narrador que ve la realidad a través de los ojos del personaje se la pasa soltando frases y más frases describiendo las características de un rifle colgado en la pared de una cabaña, lo mejor es que ese rifle en algún momento se dispare. El placer de solamente describir por describir es un vicio, y afectó muy negativamente a buena parte de la literatura narrativa latinoamericana que se creó durante décadas, por dedicarle más atención descriptiva al entorno que a los personajes o a sus acciones.
Por supuesto, hay numerosos tipos de cuentos y cómo se narren va a depender de varios factores esenciales: no es lo mismo contar una historia de ciencia-ficción que una de crítica sociopolítica; o trabajar con una trama de tipo fantástico en la que la realidad es rebasada insólitamente por lo sobrenatural, que hacerlo con una de naturaleza erótica o bien de eminentemente onírica. Y como es sabido, hay cuentos en los que son los personajes lo que más importa porque su comportamiento se da de un modo particular que va a determinar el rumbo anecdótico de la trama. Pero también ocurre que en ciertos casos es la atmósfera lo que domina la historia torciendo el rumbo natural de los acontecimientos; y en otros más, lo que verdaderamente importa es el modo en que la trama misma se desenvuelve haciendo estallar de pronto las expectativas tanto de los personajes como del común de los lectores.
En cualquier caso, cabe anotar que tanto la excelencia de la trama como el lograr personajes creíbles y atmósferas adecuadas son tan importantes en el logro de un buen cuento como la historia misma, si bien cada autor lo hace a su gusto y estilo. Asimismo, el dominio de las técnicas narrativas en un cuento bien logrado es absolutamente fundamental. Véase al respecto de todas estas aseveraciones mi libro recientemente publicado: “Manual para la creación de cuentos y minicuentos imaginativos”, publicado a fines de 2024 en Amazon, pero que ya puede adquirirse en Panamá.
En Panamá el cuento ha alcanzado niveles de muy variada excelencia gracias al talento innato de numerosos autores, más que en cualquier otro país de Centroamérica. Y esto ha sido así desde finales del siglo xix, con autores como Darío Herrera (con el primer libro de un autor nacional: “Horas lejanas”, 1903); Ricardo Miró (1883-1940), cuyos cuentos dispersos fueron recogidos y publicados en 1956 por el escritor Mario Augusto Rodríguez con el título de “Estudio y presentación de los cuentos de Ricardo Miró”; y Gaspar Octavio Hernández (1893-1918), con “Iconografías” (1916), muy destacados poetas los tres. Antecedentes del auge y calidad de la cuentística nacional que habría de seguir.
En el siglo XX sobresalieron cuentistas tales como: Rogelio Sinán (1902.1984), con sus libros: “A la orilla de las estatuas maduras” (1946); “La boina roja y otros cuentos” (1954); “Cuentos de Rogelio Sinán” (1971) y “El candelabro de los malos ofidios y otros cuentos” (1982); Ricardo J. Bermúdez (1914-2000) con “Para rendir al animal que ronda” (1975). Y también han sido cuentistas fundamentales en el gradual desarrollo de nuestras letras autores pioneros como Moravia Ochoa López (1939); Ernesto Endara (1932); Bertalicia Peralta (1939); Justo Arroyo (1936); Pedro Rivera (1039); Enrique Chuez (1934-2021), Dimas Lidio Pitty (1941-2015); Beatriz Valdés Escóffery (1940); Enrique Jaramillo Levi (1944) y Giovanna Benedetti (1949), cada uno con características personales distintivas que les ha permitido destacarse.
Otros cuentistas nacionales sobresalientes que es indispensable mencionar son: Félix Armando Quirós Tejeira (1959); Melanie Taylor Herrera (1972); Carlos Oriel Wynter Melo (1971); Danae Brugiatti Boussounis (1944); Dimitrios Gianareas (1967); Consuelo Tomás Fitzgerald (1957); Claudio De Castro (1957); Roerto Pérez-Franco (1976); Eduardo Jaspe Lescure (1967); Ariel Barría Alvarado (1959-2021); Ela Urriola (1970); Gonzalo Menéndez González (1960); Annabel Miguelena (1984); Héctor Aquiles González (1963); Olga de Obaldía (1963); Luigi Lescure (1968); Blanca Montenegro (1982); Marco Ponce Adroher (1957); Marisín Reina (1971); Dennis A. Smith (1971), Lissete E. Lanuza Sáenz (1984); Eros Cajar (1971); y Nicolle Alzamora Candanedo (1992), entre otros muchos. Todos estos autores aparecen antologados en uno o en ambos de mis libros: “Semblanza múltiple del cuento en Panamá” (2020) y “Ofertorio: Secuencias y consecuencias” (Mujeres cuentistas de Panamá: Siglo XXI) (2021).