• 10/08/2025 00:00

A merced de la codicia corporativa

Imaginemos que hay dos personas, una que come alimentos sin azúcar y otra que come alimentos procesados que contienen jarabe de maíz de alta fructosa y otros aditivos químicos. Preguntémonos en qué difiere fisiológicamente la salud de estas personas.

Para responder regresemos a la clase de biología. Dentro de las mitocondrias hay dos enzimas que hacen que la energía se produzca con más eficiencia. Una se llama AMP quinasa, que es un estimulador de la función celular. Y la otra se llama HADH, hidroxiacil-CoA deshidrogenasa, que ayuda a quemar grasa, de modo que básicamente podemos utilizar la grasa que hemos almacenado para generar energía. Ambas son esenciales para vivir. El problema es que, en presencia del jarabe de maíz de alta fructosa, la eficiencia de la mitocondria decrece drásticamente.

Cuando los médicos del Programa de Deportes de la Universidad de Florida inventaron el Gatorade en 1965 como una solución de rehidratación oral para los deportistas, la fórmula cualitativa era agua, sodio y glucosa. Es la misma combinación que se les da a las víctimas del cólera y casi lo mismo que contienen las venoclisis para los pacientes después de una cirugía. En 1967, los Florida Gators ganaron el Orange Bowl contra los Georgia Tech y Gatorade causó un gran revuelo.

La fórmula original del Gatorade fue comprada por Stokely Van Camp Inc y sabía horrible. Salvo un atleta deshidratado, nadie podía beberla. Entonces, en 1992, Pepsi compra Gatorade y adivinen qué. La solución para comercializar ese líquido insípido y horrible fue lograr dos cosas: contratar a Michael Jordan y agregar jarabe de maíz de alta fructosa. Y así, igual en casi todo lo que hace la codicia corporativa, reformulan un producto para mercadearlo sin importar sus consecuencias. Entonces la gente se pregunta por qué el 20% del PIB se evapora en gastos médicos y salud pública. Y es que a medida que la gente se enferma, la economía se beneficia de una manera extraña.

La energía en esencia es buena y saludable, pero demasiada energía arruina instituciones y nuestras propias expectativas de vida. Lamentablemente aún no se ha descubierto una manera de establecer una fuente de energía que no tenga inconvenientes. Tal vez la fusión algún día lo haga. Tal vez, pero eso no será dentro de 30 o 40 años, como mínimo, y posiblemente más. Pero el hecho es que la generación de cualquier energía en este planeta genera dióxido de carbono y genera otros subproductos tóxicos que, en última instancia, dañan el planeta y en realidad interfieren con nuestra capacidad para quemar esa energía.

Antes los seres humanos comíamos alrededor de cinco libras de azúcar al año. Ahora comemos treinta veces más. Y los edulcorantes no son la única evidencia de que nuestras dietas son sustancialmente diferentes a las de hace 200 años. Analicemos por ejemplo las grasas trans, la encarnación del mismo diablo en nuestras cocinas. Las grasas trans se inventaron por primera vez en 1902. Crisco fue la primera marca que se patentó en 1911 y se comenzó a agregar a los productos horneados alrededor de 1920. Y, a partir de ahí, aumentó. En un momento en las décadas de 1960, 1970 y 1980, comíamos grasas trans sin parar.

De hecho, nos dijeron que comiéramos grasas trans, porque las grasas trans eran buenas y que los alimentos que las contenían no se volvían rancios. La razón es que las bacterias no pueden digerir las grasas trans porque no tienen la enzima para romper el doble enlace trans. Por lo visto, tampoco nosotros ni nadie. No hay mitocondrias en el planeta que puedan digerir las grasas trans. No en nuestro intestino, no en nuestro cuerpo, no en nuestra piel, no en nuestro hígado ni en ninguna parte. Simplemente cuando comemos alimentos que contienen grasas trans, se almacenan en nuestro cuerpo por cinco, diez y hasta veinte años. Y se acumula en el hígado causando la enfermedad del hígado graso o en las arterias causando aterosclerosis.

El primer estudio que mostró la letalidad de las grasas trans fue publicado en 1957 por un científico llamado Fred Kummerow. Y fue completamente olvidado. Y luego, en 1988, la gente redescubrió el trabajo y el propio Kummerow ayudó a hacerlo. Y en el transcurso de los siguientes veinticinco años, de 1988 a 2013, aprendimos más sobre las grasas trans y cómo era el principal impulsor de las enfermedades metabólicas crónicas, hasta el punto en que finalmente la FDA, en 2013, estuvo de acuerdo en que las grasas trans eran veneno y las prohibieron. En Panamá todavía estamos esperando que nuestras autoridades entren en razón y las prohíban también.

Es trágico y deprimente que muchas veces, debido a nuestra ignorancia, vamos al supermercado, compramos productos y los comemos porque son culturalmente aceptados, pero que en el fondo afectan nuestra salud. Y todo hasta cierto punto por la codicia corporativa de hacer que las cosas parezcan mejor cuando en la realidad son dañinas.

*El autor es empresario, consultor en nutrición y asesor de salud pública
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