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- 31/03/2012 02:00
Acotaciones sobre el transfuguismo
Toda sociedad debe estar regida por normas claras que garanticen la institucionalidad, el respeto y la consolidación de sus órganos. Es así como, en forma de interacción y de manejo organizativo entre el pueblo y sus estamentos de gobierno, existen los partidos políticos; entes con personería jurídica, filosofía, mística y reglamentación interna vinculadas a los preceptos constitucionales.
Su existencia (partidos políticos) está configurada en función a una estructura que fija, en cierto modo, la presencia del pueblo, con representación y vocería, en uno de los órganos de gobierno más importantes: la Asamblea de Diputados. Entonces, todo candidato que sea elegido, en el marco de una elección popular, independientemente de su partido, lo es en virtud de una propuesta y, quizás, por una identificación del votante con un proyecto de partido.
No obstante, contrariando lo planteado, en la palestra política del momento, ha surgido la figura del ‘tránsfuga’ (‘persona que pasa de una ideología o colectividad a otra’), lo cual conduce a preguntarnos: ¿Se justifica la presencia de esta figura en nuestro escenario político? A mi juicio, el transfuguismo, sin importan cómo surge ni por qué, se puede entender como un acto de soberana maleantería, alejado de todo viso de principios, dignidad y decencia. De hecho, por más argumentos que estos esbocen, no lograrán cambiar la percepción ciudadana de oportunistas, ‘pelecheros’ o, simplemente, lo son por el pago a un chantaje por deslices en el manejo de su gestión o de dineros públicos.
Eso de que requieren de mayor partida para asistir a la comunidad que los eligió es una vulgar falacia, pues por la naturaleza ontológica de nuestros diputados es evidente que nos encontramos en presencia de seres sin ‘domicilio ideológico’ o carentes de un verdadero espíritu de solidaridad humana.
Es decir, estamos frente a unos verdaderos ‘mercenarios de la política’, que viven, se alimentan y adormecen sus conciencias con dobles discursos y con un supino irrespeto a la moral y a la normativa interna de su partido o, más importante aún, al sagrado voto ciudadano.
Entonces, ante estos lamentables y bochornosos espectáculos que vemos y leemos en los medios de comunicación, debemos concentrarnos para facturar a aquellos ‘representantes del pueblo’ que con descarado acomodo cedieron al cambio de tolda. Es decir, en las próximas elecciones, tenemos que aleccionarlos negándole el voto de reelección y condenándolos a una suerte de ostracismo existencial, donde se den cuenta de su nadificación y de su poca valía en el quehacer político nacional: En el próximo torneo juzguemos con objetividad a todos aquellos malos hijos del pueblo, que con ropa de Caperucita esconden el lobo voraz que llevan por dentro.
*DOCENTE Y ESCRITOR.