• 30/10/2016 03:03

Vacío en el alma

‘Hemos solicitado de modo reiterado, a las más altas autoridades, para que se investigue debidamente la causa material y los motivos de esta muerte'

Aquella tarde del jueves 25 de agosto de 2016 pude hablar con él sin sospechar que esta sería la última vez que lo tendría presente, como el preludio a la tragedia. Ese mediodía compartimos un ameno almuerzo y después, visitamos un cliente sumamente difícil. Ellos hablaron y firmaron nuevos poderes de representación a su nombre, luego fuimos hasta la Notaría para autenticar las firmas. Yo me quedé en el carro. En ese transcurso el reloj marcó las seis junto a las pinceladas de oscuridad lluviosa bajo un cielo encapotado, pero lo más extraño fue que no pude percibir el menor atisbo de que se trataba de la final despedida.

Él, con la mayor naturalidad y ánimo risueño, me entregó los documentos engargolados de su hoja de vida, mientras la mojada tarde terminó de agonizar. Tuvimos la posibilidad de un sobrio nombramiento que llenaba los requisitos. Ya la pensión alimenticia impuesta se había legalizado. Era parte del resultado de esa innecesaria batalla legal por la que transcurría. Con este nombramiento se podía cubrir la cuota alimenticia a favor de mis dos nietecitos. Algo normal en esta agravada relación por el trato irascible. Esto siempre lo noté aunque debí mantenerme a la distancia.

Fue el sábado 27 de 2016 en la tarde cuando llegó la mortal noticia de lo que había ocurrido el viernes 26, preñada con una inmensa confusión. Mi familia se juntó en la casa para comunicarme el suceso. Ante tal zozobra, ellos, con muestra de marcada inquietud, pudieron armar el lúgubre ambiente. Al recibir semejante golpe, quedé con la conciencia desecha y yerto por lo ocurrido. Todavía me cuesta procesar la infausta noticia. Esto es un sentimiento que aún no me puedo explicar. Tengo todavía aferrada la duda de su muerte como un beneficio y el error en la persona como aliciente, mientras no termino de descender por esa maraña que empalaga el vacío del alma, antes lleno con el amor que mi hijo a todos nos regalaba. Todavía siento su presencia en la oficina.

Hemos solicitado de modo reiterado, a las más altas autoridades, para que se investigue debidamente la causa material y los motivos de esta muerte. Les marcamos algunas inconformidades sobre los procedimientos porque, al observar en los legajos el ejército de peticiones diluidas entre la imperfección de la Ley y la incapacidad de los funcionarios gestores y lo demás, hartamente congestionado con la neblina de los nefastos acomodos o probablemente de plañideras rogativas, en busca de las disposiciones o tal vez hasta empalagadas en favores rogados.

Tal vez nunca me reponga de este golpe abotagado por esta asfixiante angustia que se extiende cada día. A diario trato de imitar a mi hijo; así como supo hacer frente a la adversidad que al final no pudo resistir, si es que él así lo dispuso, pero en su batalla nunca la vi desfallecer. Jamás lo amilanaron los extremos de las respuestas legales torcidas.

Me siento orgulloso al recordar su temple al asimilar la cadena de golpes bajos que recibió en aquellas acometidas desiguales. Hubo todo un gran equipo de sabios de la Ley para combatir algo irrelevante. Tenemos que agregar a los funcionarios que por su parte trataron de atajarlo, pero nada de eso lo hizo trastabillar en su vertical lucha para imponer la doctrina de la Ley sobre el profundo sentido del imperio de la patria potestad. Estoy seguro de que esa última tarde en la que partió para el infinito, se llevó en su atareada mente jurídica la creencia de que existen las mismas garantías judiciales que le negaron y que algún día se deberán imponer para salvar a la humanidad de los excesos.

Estas valoraciones no abarcan a los que no tienen conciencia, porque lo más probable es que se llevarán al sepulcro el cúmulo de esa insania juntada con su ignorancia, de toda la maldad que regalan para no pensar que para estos casos le pusieron un precio a lo que hicieron.

Pero es así como siento este vacío en el alma que les participo y que, seguramente, él debió sentir ante la impotencia por sus reclamos. Esto es algo que cuesta exponerlo aunque me embarga por completo. Lo importante ahora es trasmitir que se trata de un sentimiento de complicada elucidación, al igual que del entendimiento. Algunos científicos le han llamado a esto depresión y que asocian a la desconexión entre los sistemas del cerebro prefrontal y límbico, que han presentado como una hipótesis neurobiológica, para volver a caer en los laberintos de la conducta humana. Lo cierto es que voy a luchar por sus ideales... por el resto de mi vida. Hasta luego Yuty.

ABOGADO

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