“La basura de unos, es el tesoro de otros”. Ese dicho cobra hoy más vigencia, considerando la terrible situación que aqueja a los residentes de nuestra capital. Esa gran capital, llena de tecnología y oportunidades, en donde la noche casi se rinde por completo a la luz de las luces citadinas, y que hoy deja clara una de tantas carencias que le aquejan.

Si bien la capital es el punto prioritario de acceso para turistas que vienen ilusionados con la idea de ver una ciudad moderna al lado de bosques, y cerca a los océanos, es también el cuello de botella diario para los residentes, que no ven nada turístico ni atractivo en un “tranque”, o en los vergonzosos “pataconcitos” que crecen, cada vez con mayor frecuencia en las esquinas y veredas.

Definitivamente, el problema de la basura ha mutado de ser una razón para un servicio, y se ha convertido en una bomba de tiempo para los que viven en la capital, y áreas aledañas. Ahora que la letrina que utilizan como depósito de toda la basura que se genera ardió, por razones aún no esclarecidas, nadie quiere recibir las toneladas de desechos que generan los capitalinos.

No existe una real cultura de higiene y urbanidad en la ciudadanía. Si bien es cierto que son las autoridades electas las que tienen por obligación que hacerse cargo de manera eficiente y efectiva de los desechos, no es menos cierto que aquellos que generan los desechos son los mismos que los eligen para que mal dirijan las instituciones que deberían resolver y anticipar los problemas relacionados con su actividad. Eso también es gobernar. Y en su defecto, es un desgobierno.

Existe una correlación entre la basura, y aquellos que la generan. En países desarrollados, donde eligen gente capaz para que los gobierne, e incluso llegan a las ejecuciones de aquellos funcionarios cuyas malas acciones son demostradas, los desechos valen plata. Sí. No leyó usted mal, amigo lector. La basura genera dinero. Y no poco.

Ese gran logro financiero no sucedió de un día para otro. Es el resultado de años de educación y cultura, en los que las autoridades elegidas por mérito, y no por clientelismo, implementaron procesos que fueron dando paso a las plantas y sistemas de tratamientos de desechos que son reutilizados y reconvertidos en materia prima, para volver a ser tratados y transformados en artículos de uso común, ahorrándole esa carga a la naturaleza, y volviendo más eficiente nuestro uso del espacio que llamamos ciudades y pueblos.

Concreto, metal, vidrio, caucho y todos los plásticos, que vienen siendo nuestra pandemia silenciosa, son reinsertados en el ciclo sin fin de demanda y descarte de materiales. Y así esas personas pueden comprar desde bloques hechos con materiales reutilizados, hasta zapatillas. En el otro extremo estamos nosotros, en donde todos los desechos van a parar al mismo lugar, y actualmente terminan siendo aspirados por una población “urbana”, que tiene que respirar para vivir. No es vida lo que están respirando ahora mismo, y pueden agradecerles a las autoridades que ustedes eligieron por eso.

Si los ciudadanos fuéramos conscientes de que colocar la basura en su lugar, de manera correcta y ordenada facilita el trabajo de un sistema colapsado, no tiraríamos todo al piso, so pretexto de que “es que el camión no pasa, sae”. A veces el camión no pasa porque asaltan y amenazan a los funcionarios mientras tratan de hacer su trabajo.

La problemática real es que nuestra basura es mental. Decía mi Papá que “por el paquete juzgan el contenido”. Me lo dijo una vez que me vio llegar en mi primer carro, todo sucio y revuelto. Lo entendí de una vez. Y tenía razón. Vemos personas que gustan de salir a la calle bien “chaneados”, pero que en su casa no recogen una botella plástica del piso, ni mucho menos friegan un plato. Esos mismos son los que no tienen el menor problema con pedir algo de tomar o de comer en la calle, y que una vez terminado, lo tiran al piso, pues “a alguien se le paga por limpiar”. Los “pataconcitos” de las esquinas son el resultado de la gran cantidad de cochinos “chaneados” que circulan por nuestras calles. Y así, veredas, aceras, playas y ríos terminan llenos con los desechos de aquellos que aportan al país lo que tienen en la cabeza: basura.

La basura mental es la responsable de la basura real que hoy arde y contamina, y de la pésima calidad de autoridades que desgobiernan. Tristemente, no hablamos de un quinquenio, sino de décadas de pésimas autoridades. Cada 5 años, vuelve la oportunidad de que la DIMA (Decisión Intelectual por Mejores Autoridades) recoja los desechos burocráticos, y gocemos de autoridades capaces y decentes. Si la basura intelectual vuelve a triunfar, no esperemos cambios en positivo por otros cinco años. Tampoco se queje, si usted es de los que elige desechos sociales como autoridades.

Dios nos guíe.

El autor es ingeniero
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