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- 12/01/2012 01:00
Recuperar la decencia
En su mensaje de Año Nuevo, el papa Benedicto XVI exhortó a los gobernantes del mundo a dar prioridad a la educación, principalmente de los jóvenes, en la cultura de la paz y la justicia para evitar las tragedias violentas del pasado. En respuesta, Ricardo Martinelli trazó un mapa de conflictos para el 2012. Enfrentamientos con sectores económicos que se resisten a sus atropellos y sus exigencias de participación accionaria o dividendos de las empresas. Conflictos con los sectores sociales que siguen hundidos en la pobreza. Enfrentamientos con la oposición política a la que persigue y trata de dividir con prebendas y sobornos. Y conflictos con los medios de comunicación independientes mediante el terror y la amenaza para que no ejerzan su función de descubrir lo que Martinelli quiere esconder.
Su primer parte de guerra del año fue un pronunciamiento para demonizar a sus enemigos —porque en su mente no existen adversarios sino enemigos— y trazar su proyecto político para prolongarse en el poder hasta el 2019. Con un lenguaje grosero apuntó a los resortes sicológicos de la marginalidad y buscó alinear a los sectores más retrógrados de la economía y la política local. Al apropiarse, en contubernio con Mireya Moscoso, del fallido homenaje a Arnulfo Arias, trató de nutrir su polo hegemónico de poder generador de opresión y autoritarismo.
La confrontación oficial influye en el comportamiento individual cotidiano. Martinelli está dislocando a la sociedad, tornándola agresiva, cada vez más crispada. Se nota en las calles y en las redes sociales donde la tendencia es descalificar y agredir a quienes no piensan igual. La sociedad está expuesta a anuncios súbitos, sorpresivos, improvisaciones y arbitrariedades que alteran cada vez más el ánimo colectivo. El objetivo es mantenerla en zozobra y desasosiego constante, sometida bajo temas que generan ansiedad para desviarla de asuntos más sensibles en los cuales debería tomar conciencia e involucrarse.
La corrupción sobresale entre esos temas. La corrupción oficial influye en la corrupción individual y en la trama cotidiana de la sociedad. El peligro para Panamá y sus ciudadanos es no ubicarla en el lugar que le corresponde, como un abierto atentado contra el interés colectivo. La corrupción es la práctica más evidente de adueñarse de lo que es público. Es un acto que degrada, que humilla, que da pie a la impunidad total y al que hay que enfrentar con el compromiso social de extinguirla.
La sociedad panameña no debe resignarse a convivir con la corrupción porque puede llegar a tener efectos disolventes. La corrupción pervierte, destruye a una sociedad cuando el ciudadano deja de indignarse y de reaccionar contra ese flagelo. Lo más grave es que los individuos honestos se sientan tentados a ser parte de la corrupción porque los casos no reciben sentencias condenatorias. Bajo el gobierno de Martinelli el primer cómplice de la corrupción es el Órgano Judicial porque no actúa o lo hace para garantizar la impunidad de los corruptos. Con su falta de moral social y de ética pública Martinelli está envileciendo la política como una manera de acumular poder y multiplicar su riqueza contra el mandato de servir a la sociedad. No le importa ser un ejemplo negativo para los jóvenes e inclinarlos a considerar la política como una oportunidad para enriquecerse en forma rápida y deshonesta. A parte de menoscabar la confianza social al desvirtuar el valor del trabajo honrado, el esfuerzo, la honestidad y el mérito.
Panamá tiene ciudadanos honestos a quienes indignan los actos de Martinelli. Ese remanente social debe perseverar en las demandas de transparencia en las actuaciones del gobierno y en exigir castigo a los funcionarios corruptos. Frente a la ausencia de juicios condenatorios lo que queda es la condena social para que con el clamor ciudadano se logre rescatar a la nación, antes que la situación siga degenerando y la corrupción pase a convertirse en una cultura social.
PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO