El término francés se traduce al español como “ya visto” y se refiere a la extraña experiencia de sentir que se ha vivido antes lo que está sucediendo en ese momento, imágenes, palabras, personajes. Y aunque no es exactamente lo que estoy viviendo en estas semanas de tejemaneje político, enseguida me vino la clara sensación de haber pasado antes por esto; los mismos discursos, candidatos convertidos en San Nicolás, regalando jamones, televisores, celulares, bicicletas, etc. Y lo peor, ¡pesadilla! Es que ¡siguen apareciendo algunos en el escenario político desde hace 20, 30, y hasta 35 años! Y van haciéndose más notorios en esta campaña algunos hechos que deben considerarse como muy alarmantes porque a algunos políticos en primera línea se les vincula con estrecha relación familiar, de amistad o como copartidarios de personas (algunos vivos, otros difuntos) ya identificados como relacionados con el mundo del narcotráfico. Todo esto, ciertamente alarmante, indica la penetración del narcotráfico en la política como medio para ganar mayor poder y necesario para reducir riesgos en el infame negocio que corrompe, enferma y mata. Son diarias las noticias de asesinatos por rivalidades entre pandillas, disputas de territorios o “tumbes” de droga.

Estas no son fantasías ni son el deseo de alarmar sin fundamento. Son amargas realidades en nuestra América y Panamá no escapa de esta situación. Entre 2011 y 2021, el consumo de drogas aumentó un 23% (informe de las Naciones Unidas contra la droga y el delito, UNODC). Es indiscutible que el desbocado apetito de poder y la codicia muestra, cada vez más, los vínculos política-narcomafia, Para esta actividad es necesario reclutar testaferros, sicarios, organizar pandillas, captar funcionarios venales y, muy importante, a políticos que promueven y financian para penetrar con más seguridad y amplitud su campo delictivo; para acercarlos a posiciones que podrían ofrecer a los cárteles de la droga información que les garantice más seguridad en sus actividades ¡y hasta impunidad! Tejen una telaraña diseñada para el criminal negocio.

Las noticias indican que el ingreso de armas al país es considerable; armas de grueso calibre, costosas, sofisticadas; es ingenuidad pensar que detrás de este negociado no existe complicidad con personas que cuentan con los recursos, (empresas de fachada, instalaciones, depósitos) y funcionarios que “miran para otro lado” a cambio de coimas. Así operan en todo el mundo y lo indican informes sobre el tráfico de armas para entender su necesidad, auxiliares imprescindibles en la criminal y cada vez más sofisticada madeja del narcotráfico. Basta mirar lo que ocurre en México y lo recientemente ocurrido en Ecuador: el asesinato de un candidato presidencial; el asalto de sicarios en pleno noticiero y más recientemente el asesinato del fiscal a cargo de la investigación de estos crímenes. Allá, como acá, también son las cárceles eficientes, centros de comando criminal.

Todo esto me lleva a la Ley de Extinción de Dominio que sin éxito, pero con insistencia, ha tratado de promover el ministro de Seguridad, Juan Manuel Pino. El narcotráfico es negocio lucrativo que engancha, esclaviza en el consumo de drogas (heroína, cocaína, metanfetaminas, fentanilo, marihuana, éxtasis, etc.) y en esa dependencia, a mayor consumo mayor ganancia; no caben escrúpulos que detengan a los que las producen y venden. No obstante, la ley para investigación patrimonial como recurso de blindaje contra estos delitos sería clave para desalentar (eliminar, imposible), castigar y recuperar activos de origen ilícito. Y en esto resalta la renuencia de los diputados a considerar la aprobación de esta ley, aunque también otros sectores de la sociedad la ven como un riesgo para la propiedad privada. La ley busca extinguir beneficios económicos asociados a la criminalidad con la recuperación de activos de origen ilícito. Y aquí empezó la tembladera. Era de esperarse el rechazo de los diputados de nuestra desprestigiada Asamblea Nacional. ¿Sorprende este rechazo? Al contrario. Me hubiera dado un patatús mayúsculo, categoría sorpresa, si la hubieran aprobado. Imagine no más... diputados que entraron limpios como patena (la bandejita donde se deposita la hostia durante el rito de la eucaristía) y hoy son adinerados empresarios bien “forrados” en cuanta línea de negocios les viene a mano (camiones cisternas, muelles, emisoras de radio, constructoras, autobuses y taxis) a tutiplén autorizados por la autoridad (sí, así es) y bares y terratenientes por cortesías de la Autoridad Nacional de Administración de Tierras (Anati) que vende a precio de baratillo valiosas tierras; también mantienen negocios inmobiliarios; servicios de jardinería, talleres de chapistería, insumos médicos, etc. Nada escapa a la rebusca, a su codicia. Son inescrupulosos, parásitos insaciables con poderosos tentáculos.

El aprovechamiento de vínculos con el poder es “más viejo que andar a pie” pero el narcotráfico no debería ser, ¡no debe ser!, tema secundario en la agenda del gobierno. Es riqueza perversa que destruye al adicto y la familia y crea graves problemas sociales. Es actividad que se vale del robo, asesinatos, sobornos, contrabando, etc. Las alarmas ya se dispararon. Las redes de narcotraficantes son cada vez más eficientes e implacables; los homicidios, las pandillas y el sicariato, son noticias diarias, sin novedad, rutinarias. Y nosotros... ¿Ingenuos, ignorantes, cómplices o “eso no es conmigo”?

La autora es comunicadora social
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