Esta ratificación reforma los artículos 75, 80, 133, 152 y 154 de la Carta Magna salvadoreña, que también anula la segunda vuelta electoral y alarga el...

Panamá ha vivido en sus dos últimos gobiernos una versión tropical del “síndrome del acuario”.
Primero el presidente Juan Carlos Varela, luego Laurentino Cortizo, navegaron como peces dorados en urnas de cristal, rodeados de aplaudidores sin dientes, especialistas de nada y técnicos sin rumbo.
El primero se refugió en un círculo de acólitos, poniendo a girar el rumbo de la nación en una judicialización de todos contra todos, en una supuesta lucha fragante contra la corrupción que generó desconfianza social, con un estilo fuerte para algunos, débil para otros, pero que terminó sumiendo al país en una polarización innecesaria y perdiendo el rumbo de los meta proyectos de la nación, trazados tanto por Martín Torrijos y luego por Ricardo Martinelli.
El segundo, más provinciano, se blindó con un equipo donde lo único que sobró fue la mediocridad: solo se escuchaban entre ellos, se premiaban, se caían bien, se acompañaban y hasta se conspiraban en su propio círculo, llevando al partido más grande, representativo y democrático de Panamá, a una profunda crisis política, trasladando la situación a una terminología médica, sería un paciente grave y de pronóstico reservado, de luz a los acontecimientos políticos del país.
En estos gobiernos la crítica, era calificada como envidia, las voces de “alertas” eran voces de deslealtad. Las políticas públicas se volvieron terapia de grupo para unos cuantos que se encontraban profundamente divorciados de la realidad, mientras afuera crecía la rabia, la falta de liquidez económica, el desempleo y el escepticismo.
Tanto Varela, como Cortizo, ganaron elecciones, sí, pero al llegar al poder, el precio del autoengaño durante la gestión lo pagó el país entero, hospitales colapsados, ralentización de la economía, fracaso en la negociación minera, corrupción sin castigo y una ciudadanía cada vez más harta.
Los inquilinos del Palacio de las Garzas son como el pez dorado del acuario panameño que se les olvida que el mar no perdona, y cuando la urna de cristal se rompe, lo que queda es la verdad. Estaban nadando en círculos con una población cada día más hastiada, en busca del vengador que castigue a toda la elite dominante por el sufrimiento social infringido a una sociedad carente de una visión clara del futuro del país.
El actual inquilino de las Garzas debe ver el ejemplo de sus antecesores, no como objetos de burla desde la tribuna, sino como un llamado permanente a la rectificación, a la humildad y sobre todo a recordar que, en Política, como en la vida, debemos saber siempre como queremos ser recordados, que legado dejaremos en la historia de nuestra vida y la nación. Si no existe claridad frente a ese legado, se puede correr el riesgo de pasar a la historia como un gobierno carente de visión y sepultado en el recuerdo de una sociedad que hoy carece de liderazgos proactivos y posiblemente se termine sometiendo al país a un estancamiento prolongado, el cual ya viene sufriendo hace algunos años.
Nunca es tarde para cambiar. La mayor ventaja del gobierno actual es que aún cuenta con tiempo suficiente para corregir el rumbo y transformarse. Solo se necesita voluntad para escuchar, rectificar y enfrentar con decisión los grandes desafíos que hoy exige la sociedad panameña.