Esta ratificación reforma los artículos 75, 80, 133, 152 y 154 de la Carta Magna salvadoreña, que también anula la segunda vuelta electoral y alarga el...
- 21/09/2016 02:03
Los doraces y la lucha indígena
En Chiriquí, hace muchos años, por invitación especial de los organizadores, mi esposo asistió a un congreso indígena, y allí, él, se preguntaba, por qué los niños de la Comarca y de la Zona Bananera nunca lloraban en las largas reuniones donde se congregaban sus padres para escuchar las ideas de sus dirigentes. Esta interrogante le inquietaba hasta el alma, tanto, que le sorprendió la explicación de un líder indígena llano y contundente, que dijo: ' No lloran porque su llanto no va a resolver nada. ¿Para qué?, si nadie les hará el menor caso, eso sería por gusto '.
Al conocer este relato, comprendí inmediatamente la raíz de la conducta paciente de esos aborígenes, paisanos míos del Valle de la Luna. Fue una enseñanza cultural que estremeció mi espíritu. Son pacientes, sí, desde la infancia, pero al parecer, ya hoy esa paciencia se les acaba y por eso pelean sus tierras y sus aguas.
Cuando observamos su cultura, si la comparamos con otras grandes civilizaciones como la azteca, maya, quechua y araucana, no es la misma de esos pueblos que eran superiores, pero hoy sí, creo, han aprendido a enriquecerla. Basta con escuchar a sus dirigentes cuando se expresan en los medios de comunicación, por supuesto, con su acento indígena, pero con sus claras ideas.
Históricamente en Panamá, se desarrolló en Chiriquí la población de los doraces, indígenas de alta estatura, de finas facciones y muy inteligentes, que provenían de América Central. Los historiadores hablaban de esos doraces que, entre otros, fueron catequizados en Dolega por el fray español Antonio de la Rocha. Ellos fueron los primeros en aparecer en nuestro Istmo. Empero, surgieron diferentes tribus y fueron cambiando sus nombres y algunas de sus costumbres.
Los ciudadanos conscientes de Panamá, sabemos respetar la estirpe de los pueblos originarios y su valor, sin embargo el Estado y los grandes consorcios, por la ambición del dinero, no lo hacen y han inundado sus tierras por las hidroeléctricas, favoreciendo a esos potentados extranjeros que han venido a acabar con la paz del Istmo panameño y su pueblo autóctono, buscando supuestamente el progreso, pero a costa de los más pobres. Esta no es una conducta de humanidad. Me refiero sobre todo, a esos extranjeros que se están trasladando en masa a nuestro país, pero que llegan también con su prepotencia.
Ha sido un agravante, para la vida panameña, la aplicación de la Feria denominada Crisol de Razas y su nueva versión impuesta a través de este Gobierno. Desafortunada respuesta al problema de los inmigrantes en la que, por error, a cambio de dinero, se les da prácticamente un trato de refugiados. El Istmo de Panamá ha aumentado su población con personas de otras latitudes y de toda índole, y los verdaderos panameños nos sentimos extranjeros en nuestra Patria. Todo está sucediendo de esta manera por el dejar hacer y el dejar pasar de las autoridades. Este problema migratorio está acabando con la identidad del istmeño, hasta el punto que las plazas de empleo están en manos de extraños, que trabajan con o sin permiso, y lo mismo sucede con los negocios, y nuevas y raras compañías donde el vil metal se maneja a manos llenas y tal vez en complicidad con los empresarios locales. En cambio el pueblo panameño, sigue mal preparado y los aborígenes maltratados, sin salud y sin tierras que cultivar, son unos parias en su propio terruño. Todas estas prácticas nocivas hacen que el istmeño se sienta disminuido y vejado.
¿Cómo es posible que los indígenas, autóctonos de esta nación, tengan que salir a protestar porque se están robando las mieles de sus panales? ¿Cómo es posible que les invadan su cuenca, sus cementerios y su tranquilidad espiritual para que trabajen sus montes y sus tierras?
En época de la conquista española la gran cantidad de indígenas fue diezmada y solo los de la tribu de aquellos doraces en Chiriquí pelearon hasta la muerte, porque los españoles los exterminaron a punta de la caza con perros furiosos. Valientes indígenas que poblaron Boquete, Dolega y las faldas del Barú, llegando al Tullido de Alanje, San Carlos de David y hasta San Lorenzo del oriente chiricano.
En mi familia paterna se dice que tuvimos una rama que formó parte del último reducto de los doraces en Dos Ríos de Dolega, y eso, si fuera cierto, me llenaría de orgullo.
A mucha honra sería descendiente de los doraces y por eso, con mi pluma, ayudaré a esos pueblos originarios de hoy que, por indefensos, muchas veces quieren hacerse justicia por sus propias manos. Ellos son nuevamente doraces, porque cuidan su patrimonio, así como sus antepasados que pelearon hasta la muerte.
Por tanto, hombres de esta patria mancillada, miles de veces lo repetiré, no se roben las mieles de nuestros panales, como dijera el inca Tupac Amaru, que peleó hasta la muerte por su Pachamama.
EXCATEDRÁTICA DE LA UP Y POETISA.