• 17/02/2010 01:00

El niño: “Padre del hombre” y de la Humanidad

La educación del niño la hemos hecho oscura y absolutamente objetiva. Tratamos de cultivar solo las facultades o capacidades que tienen ...

La educación del niño la hemos hecho oscura y absolutamente objetiva. Tratamos de cultivar solo las facultades o capacidades que tienen propósitos o fines objetivos, materiales. Olvidamos que el niño no es solo lo corporal. El niño es, también alma, voluntad, emoción, espíritu: es unicidad y totalidad del ser.

El niño no está destinado solo a la producción de bienes materiales, sino también a las más altas creaciones del intelecto y del espíritu.

La educación pre-escolar ha de tomar en cuenta: Además del cuidado corporal, la esencialidad divina del niño, esencialidad que con tanta delicadeza y entrega, con tanto amor, debemos despertar y cuidar desde un entorno propicio, rico en posibilidades de encuentros personalizantes. Recordemos siempre que el niño es el “ Embrión Espiritual ”, como iluminadamente lo concibió la Dra. Montessori.

La educación es transmisión del patrimonio cultural y lingüístico esencial del hombre, de los pueblos y de la humanidad. En el niño esta transmisión vital ha de provocar una profunda actividad interna, y ha de permitir que pueda ser aceptada (o rechazada), en medio de la libertad; solo así crecerá la “ Tradición (colectiva) y el Talento (individual) ”.

La educación, el educador, el director escolar, han de acercarse al niño con un sentimiento reverencial, pues, es el acercamiento al misterio de una personalidad que es conciencia profunda de la carne y del espíritu y más. Ha de ser un quehacer profundo y amoroso; que hará posible el despertar y la expresión del ser; y de las esencias de la existencia.

Es que la educación pre-escolar, formal o no formal, es el despertar primordial del ser, desde la esencialidad divina del niño, desde la tradición esencial de la humanidad. Es la Hominización que conduce humanización, que llevará a la amorización del mundo.

Que la materia se vitalice, que la vida se hominice, que el hombre se humanice, y que la humanidad se amorice, tal como pedía Teilhard De Chardin. El niño ha de acceder al conocimiento y al amor, desde el conocimiento y el amor. Se puede saber y conocer mucho; pero eso, por sí solo, no será suficiente si al mismo tiempo no se posee la fuerza, que es el espíritu y la conciencia moral de ese saber y de ese conocer.

Nuestro tiempo no exige ser simples educadores; exige ser verdaderos educadores: directores, guías, conductores del niño, según como los concebía la Dra. Montessori. La razón absolutizada, hoy, nos llevó a la razón de la sinrazón, al materialismo deshumanizante.

Hoy, en un ciego vicio no científico sino cientista o cientificista, se cree y se pretende hacer creer que solo es verdad y verdadero aquello que podemos ver y pesar y medir y contar. Pretendemos olvidar, desde la inconsciencia o desde la mala conciencia, que el alma y la espiritualidad del niño (que son el alma y la moral de la Humanidad) son verdades esenciales del mundo, y que si bien no se pueden contar, sí han de contar para hacer posible la comprensión esencial de cuál ha de ser “ el puesto del hombre en el cosmos ”, y el lugar escogido del niño en el mundo del hombre, y de Dios.

Goethe nos dejó dicho lo siguiente: “ En lo interior hay también un Universo ”: Sí, hay un universo que no puede ser contado, pero que ha de contar si pretendemos comprender al niño, el universo del niño.

Creo que un día no lejano, comprenderemos plenamente las cosas sencillas, pero primordiales del niño; cosas sencillas, pero esenciales, que vieron y entendieron personas llenas de amor y sabiduría, personas que llenaron de luz y verdad el universo sencillo y complejo de la Pedagogía.

Comprenderemos que el niño pequeño no solo aprende a hablar sino que sabe hablar; que no solo aprende a escribir, sino que sabe escribir; sobre todo si vive y es cuidado en el seno de una familia completa y madura, y en un ámbito escolar respetuoso y amoroso, y dentro de una sociedad y de un Estado inteligentes y maduros, e igualmente respetuosos de lo humano.

Conduzcamos, pues, al niño, con profundo amor, al lugar escogido, como maestro y como guía, a que tiene derecho en el mundo del hombre y en la Humanidad.

*Médico, escritor ensayista.opinion@laestrella.com.pa

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