Las acciones de la Contraloría se dan tras más de un mes de huelga en el sector docente que arrancó formalmente el pasado 23 de abril
- 02/03/2010 01:00
Martinelli se cuadra, el país espera
Sin haber llegado a su primer año de mandato, el Presidente de la República, Ricardo Martinelli, ha cruzado la raya. El acoso a los medios estuvo de más. Actitudes como esta, pueden innecesariamente generar temor y fomentar una idea equivocada, que sin duda no es su intención. La pelea política, por dura que sea, nunca debe atentar contra las libertades públicas ni mucho menos transgredir los derechos universales.
Y cada día el combate se pone más parejo. En su afán por seguir pista de su desempeño, el presidente lleva dos termómetros que no abandona nunca. Uno, sus propios sensores que le han permitido hasta ahora, en la inmediatez, acumular ante la mirada pública más aciertos que errores. Y el otro, las encuestas de opinión pública que acostumbra repasar con intensidad y pasión. Y en este sentido, el sentimiento colectivo registra reacciones bien distintas. Por un lado, existe un clamor amplio detrás de que el presidente haga los cambios que prometió durante la campaña; y también existe un rechazo tajante a la prepotencia en los estilos de actuar y caminar de su Gobierno.
Y hay además otros síntomas. La queja casi unánime de los sectores empresarios y de las capas pensantes del país de que el presidente Martinelli quiere acaparar los tres poderes del Estado y tener un peso clave en la dirección que adopte la administración de justicia. Como él muy bien lo sabe, este país no es el de los años 70 ni mucho menos el de los 80; aquí no debe haber ninguna fuerza de choque oficial ni persecuciones de ningún tipo. Lo cierto es que para que aquellos episodios no vuelvan a suceder nunca más, el Ejecutivo debe calibrar mejor el volumen de sus discursos.
El presidente ha demostrado una capacidad evidente de maniobra. Con frecuencia salta de un tema a otro, aun sin redondearlo, con ritmo de vértigo. Va y viene de viajes, irrumpe en reuniones, convoca gabinetes, inaugura ferias, corta cintas, da discursos y atiende graduaciones. Ciertamente no oculta su entusiasmo por el Metro de Chicago y Lisboa, y fantasea en convertir al país en un destino primer mundista.
Igualmente, el presidente intuye y tiende a demarcar siempre el terreno entre amigos y adversarios. Con claridad y sin tapujos, prefiere quitarle dramatismo a los temas que le alteran su carácter. Para no apartarse de su lema “ los loco somos más ”, le resulta fácil endilgar una cuota de responsabilidad a la prensa. Aquella presunción de que las telenovelas impactan en el aumento del crimen y la inseguridad explica el tono inflamado y las invocaciones de que todos tienen su propia cuota de responsabilidad. Aclara también cómo él mismo se colocó de bandera de la nueva cruzada para despotricar contra los abusos de los que entran limpios y salen millonarios.
El presidente no parece comulgar con la idea de que un apaciguamiento vendría bien para calmar los ánimos y dar oxígeno a la oposición. No solamente sucumbiría ante ese fárrago de pretensiones, sino que actuaría exactamente contrario a su propia voluntad y naturaleza.
También desacredita, ante el vaticinio de los entendidos, el efecto político de que su alianza con el Partido Arnulfista haya expirado. Además de su desilusión, quizá distorsionaría la percepción de lealtad que hasta ahora ha construido y le ha dado buenos dividendos. No hay duda de que Martinelli, bien o mal, es un hombre de palabra y que su dinámica para el manejo del poder dentro de su círculo íntimo no gira en torno a congraciarse con sus simpatizantes sino, más bien, a lograr compromiso y exigir resultado.
A pesar de sus ataques de campaña contra los viajes faraónicos y de sus duras críticas a las cumbres, porque allí no se hacía nada, el presidente ahora asegura que sus visitas al extranjero son necesarias y provechosas, y que lo ayudan a hacer contactos. Lo cierto es que sus trece giras en siete meses de gestión entremezclan deberes de Estado con motivos particulares, y en muchas ocasiones no se sabe con exactitud dónde termina el viaje personal del mandatario y dónde empieza el oficial. Independientemente de eso, como representante de todos los panameños, el presidente debe elevarse a las circunstancias y ripostar ante las adversidades, y no dejarse intimidar por las encuestas y actuar en base a lo que verdaderamente necesita el país. De lo contrario, caería en el ciclo improductivo de las reacciones, típico de la inercia política tradicional, que sin duda lleva siempre a los gobernantes hacia una mediocre gestión institucional.
Incluso, el propio presidente no parece dispuesto a darse un paréntesis para disfrutar del sosiego o permitirle un asentamiento a la insaciable realidad nacional. Donde menos espera, se levanta un fantasma que debe enfrentar. Recientemente aparecieron documentos que señalan a su director de la Policía Nacional sobre supuestos secuestros de civiles durante la invasión de Estados Unidos en 1989, convirtiéndose de inmediato en la comidilla entre políticos y periodistas. No se ha aplacado aún el manto de que los maestros van a la huelga, cuando los usuarios se ponen en pie de guerra contra las nuevas reformas a la Caja del Seguro Social. Igualmente, los consumidores no olvidan la tan cacareada rebaja de la canasta básica, y cada día el dossier que prepara la oposición contra el alcalde Vallarino por sus constantes metidas de pata pesa más que su peso muerto.
Por lo visto, al presidente le conviene jugar seguro, y en lo último que debiera inmiscuirse es en planear una reelección. Las reformas electorales o constitucionales, o el propio tema de la constituyente, deben abordarse con total transparencia e independencia. A él le resulta difícil ver los toros desde la barrera, pero si lo logra estaría dejando para la posteridad su principal legado, de que durante su mandato se haya cocido la tela que protegerá a la patria por los años venideros.
*Empresario.lifeblends@cableonda.net