• 08/02/2012 01:00

Tiburón martillo

El gusto de los amantes de frutos del mar ha sido modificado en los últimos años en cuanto al pescado. Hace mucho tiempo, a nadie se le ...

El gusto de los amantes de frutos del mar ha sido modificado en los últimos años en cuanto al pescado. Hace mucho tiempo, a nadie se le ocurría comer o pedir en un restaurante un tiburón o alguna de las especies de este género que surcan los mares adyacentes al Istmo. Hoy, esa costumbre ha cambiado y el enorme, sigiloso y temido amo de las profundidades ahora está encallado en los platos.

Hay varias razones que explican esta paulatina variación en los patrones de consumo. Antes, el precio de piezas como la corvina y el pargo rojo, apenas llegaba al balboa por libra. En la medida que el costo aumentó, la gente prefirió otros de inferior valor como la guabina, sierra, robalo, cojinúa y hasta el lenguado —cuya apariencia, le hacía ser aborrecido para los nacionales, pero que es la delicia de españoles y japoneses—.

Los pescadores, según le escuché a Lázaro Sánchez, de la cooperativa de Chorcha Abajo, no eran amantes de atrapar estos grandes escualos, porque ‘nadie daba un real’ por esa carne y además, con la fama de la mitología existente a su alrededor. Ahora, es otro el panorama. El encarecimiento del marisco, obliga a restaurantes y productores caseros de ceviches a emplear el cazón (tiburón juvenil) u otros, de esta familia.

Al pedir un filete o platos derivados de pescado en ciertos locales, se brinda en realidad alguna variante del silencioso depredador y este fenómeno ha creado la necesidad de abasto de dicho producto, que disfrazado de ‘corvinata’ o cualquier otro eufemismo, se sirve a los desprevenidos comensales, quienes degustan y poco a poco se acostumbran al sabor.

La demanda ha incrementado a niveles que las flotas artesanales y la mayoría de los que surten el mercado, procuran por razones solo económicas, extraer del mar de manera indiscriminada y en grandes cantidades este tipo de peces, específicamente de unas cinco especies, entre ellas, el denominado martillo y han contribuido a disminuir su población a escalas dramáticas.

La razón es que redes, líneas y trasmallos están llenos de neonatos y juveniles, aparte que hay quienes cortan las aletas para vender masivamente en mercados ilegales, pues es una práctica sancionada, y luego se deshacen del cuerpo moribundo.

Hace poco, la Fundación MarViva y varios entes, como la Universidad de Panamá, la Autoridad de los Recursos Acuáticos de Panamá (ARAP), el Instituto Smithsonian y cooperativas de pescadores de varias provincias, hicieron un llamado sobre la necesidad de estimular nuevos hábitos y abandonar la pesca de ejemplares recién nacidos del tiburón martillo (Sphyrna lewini) y de otras especies para su sostenibilidad.

Muchos en esta sociedad de consumo irracional desconocen que cuando se rompe una cadena en el mundo natural, se producen desequilibrios que son difíciles de remediar. Los escualos están en la cabeza de una pirámide biológica o, alimenticia y si disminuyen en cantidades, el mundo marino se descontrola.

Las presas naturales de ellos, se incrementarán y esto generaría efectos inesperados. Algunos de éstos serán los percances de las propias poblaciones en las comunidades que viven cerca de las costas con visitantes inesperados y el aumento de incidentes desagradables.

Es un problema de consumo y por tanto con implicaciones económicas. Pero también tiene componentes éticos y culturales. ¿Sabemos lo que comemos cuando seleccionamos en un menú filete de pescado o ceviche? ¿Cuál es la edad, en caso de ser tiburón?

Es necesario que con una simple indagación, podamos evitar que tantos ‘martillos’ pasen a ser el centro de la mesa y regresen a las aguas a garantizar una racional biodiversidad.

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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