• 06/04/2024 00:00

Turquía, refugio de poetas y guerreros

Turquía es la suma de múltiples civilizaciones superpuestas, encrucijada de todas sus culturas, insigne puente entre el Oriente y Occidente [...]

El pueblo turco es de origen nómada, oriundo de las estepas asiáticas cercanas a la Mongolia actual. Su etimología altaica significa “hombre fuerte” que recuerda a esas antiguas dinastías tribales de Kublai Kan, nieto de Gengis Kan, si bien desde el Siglo XIII estos clanes nómadas se interesaron más por emigrar y conquistar los territorios occidentales de la Anatolia peninsular, hoy la parte central de Turquía.

Estos orígenes y topografía turcos se reflejan casi por diseño en el trazado rectangular y alargado del hermoso y enorme palacio Topkapi, icónica pieza arquitectónica del opulento imperio otomano, que desde entonces domina las colinas del casco antiguo de Bizancio (la actual Estambul), dándole espectaculares vistas panorámicas al Bósforo. Las aguas del Cuerno de Oro, su puerto natural, rodean su costado como un collar acuático de verdoso color marino.

El palacio Topkapi se esparce a través de más de cinco grandiosos patios que dan a múltiples salas, quioscos, pabellones y edificios, ocupando una superficie de 700,000 metros cuadrados, construidos allí como tantas otras carpas puestas por esos primeros turcos nómadas en las mencionadas llanuras de sus estepas mongólicas.

Omar Kayam, el excelso poeta persa del Rubaiyat, cuyos versos nos transmiten sus ideas científicas, filosóficas y poéticas en cuartetos de indudable belleza, es uno de esos turcos persas que fundieron su riqueza cultural con la de sus conquistadores otomanos al formar Persia parte de ese imperio turcomano, tan temprano como desde el Siglo VIII.

Además, los guerreros turcos eran muy adeptos a adaptar sus costumbres y cultura a civilizaciones más avanzadas, como lo hicieron ya convertidos al islam con Bizancio, rebautizada Constantinopla, capital del imperio romano de Oriente, tras la espectacular conquista de esta antiquísima ciudad griega el 29 de mayo de 1453, liderados por el sultán otomano Mehmet II el Magnífico.

En ese sentido, Turquía es la suma de múltiples civilizaciones superpuestas, encrucijada de todas sus culturas, insigne puente entre el Oriente y Occidente, al punto que su continuidad la lleva a gozar de una tolerancia humana tremendamente enriquecedora, llena de sabiduría, con una literatura muy propia que refleja su milenaria historia.

Vista desde lejos, Turquía despierta gran curiosidad para conocerla al ser una inmensa nación transcontinental (783,562 km2), limítrofe con ocho países de Europa y Asia; estratégicamente bañada por los mares Mediterráneo, Negro, Egeo y de Mármara, con su control geográfico de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos.

Pero Turquía no regala libremente su legado histórico ni menosprecia su categoría como imperio civilizador. Su aroma a viejo mundo, de raíz oriental, es perfume que solo se percibe de cosas lejanas y sublimes, exhalada por quienes allí viven y la quieren con un cariño amoroso y filial.

Sin ese amor sobrecogedor, sentimiento sutil que reposa perpetuamente sobre todos nosotros los humanos no es posible sentir la pasión del pueblo turco, enlazada con todas sus sensibilidades, virtudes y defectos, si bien ese sentir es sin duda un amor puramente admirativo por parte de sus visitantes.

Su reciente historia nos da el nombre de su héroe nacional, Mustafá Kemal (1881-1938) mejor conocido como “Atatürk” (Padre de los Turcos), fundador de la república el 29 de octubre de 1923, momento final del imperio otomano. Su nombre y perennidad es prácticamente un código que representa la Turquía moderna, republicana y democrática.

Pero toda esta historia actual turca esta calcada sobre el mismo canon islámico que permea su trasfondo musulmán de siglos, a pesar de su occidentalización y secularización.

Como todas las naciones, Turquía es la suma de su geografía y vivencias, por eso su estela deja tras sí las huellas de su histórica grandeza.

El autor es exfuncionario diplomático y articulista
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