La credibilidad parece estar sobre si la persona a la cual se le reconoce la misma es honesta o no; si lo parece, si convence, tendrá el favor ajeno. Aunque lo mejor, por supuesto, es que esa imagen que le da credibilidad sea sustentada en la honestidad; pues, si no, no tardará en ser desenmascarada. La credibilidad está ligada a la correspondencia entre las palabras y los actos. El saber que alguien es honesto y que actúa según lo que profesa, es la mejor garantía de que siempre se podrá confiar en esa persona. Esa condición de ‘creíble’ es indispensable en los líderes políticos, quienes deben cuidar siempre de que sus palabras y sus actos no desentonen las unas con los otros. El presidente de la República debe siempre ser ‘creíble’. La mala memoria política no le es permitida. Lo que ayer era censurable, no puede ser bueno hoy. ¿Se están dando —o considerando— nombramientos sensitivos a amigos, nepotismo, ofrecimientos a funcionarios electos por el voto popular? NO, eso no encaja con la definición correcta de credibilidad.

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