El confinamiento domiciliario parece ser uno de los mecanismos más efectivos para combatir el coronavirus que azota al mundo. Panamá declaró la cuarentena hace unos días, pero esta semana es crucial para que esta drástica medida dé el resultado esperado. Sin embargo, los primeros días, las personas han tomado el confinamiento muy a la ligera y en las dos horas que dan a cada persona para que pueda salir al supermercado o a la farmacia, las utilizan para otras cosas que muy poca o ninguna relación tienen con el objetivo. La cuestión es simple: vivir o morir. Si los panameños no acatamos la cuarentena con seriedad, el virus se puede expandir exponencialmente, infectando a miles de personas y nuestros hospitales serán incapaces de poder atender una avalancha de personas enfermas. Los ejemplos son claros en España e Italia, donde la gente no atendió la medida y hoy se cuentan por miles los muertos y las personas que quedarán con secuelas muy serias por el coronavirus. Lo peor es que se ha tenido que llegar al extremo de priorizar a quién salvar y esto, aunque cruel, no tiene opción, porque no hay capacidad para atender a tantos enfermos. No hay más opción que la de quedarse en casa; la cuestión es vivir o morir y para vivir el sacrificio es mínimo comparado a penar en un hospital con una enfermedad respiratoria que te consume los pulmones a una velocidad astronómica. El mundo ha vivido grandes plagas; a nosotros nos tocó el coronavirus y como una población con un conocimiento tecnológico y científico sin precedentes, debemos acatar la orden del confinamiento. No hacerlo es ser peor humano que los de otras pestes que murieron por desconocimiento; nosotros sabemos cómo salvarnos, pero puede matarnos la soberbia y la irresponsabilidad. ¡Escojamos vivir!

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