• 01/11/2015 01:00

Por el rescate de nuestra identidad

Lograda la soberanía absoluta de nuestro territorio nacional el 31 de diciembre de 1999

Lograda la soberanía absoluta de nuestro territorio nacional el 31 de diciembre de 1999, los panameños pensamos que el país estaría listo para aprovechar las ventajas de un mundo integrado en lo social, en lo político y en lo productivo, y nunca imaginamos que para tal propósito debíamos primero fortalecer nuestras instituciones, crear un marco legal fuerte y desarrollar una agenda de Estado con temas fundamentales como educación, salud, turismo y agricultura.

Por eso, una vez más, nuestra ingenuidad choca contra la realidad. Y en vez de que aquel día fuese el punto de partida hacia un mejor futuro, el inicio del milenio marcó el hito de cuando los panameños perdimos el rumbo como país, quedando sin un verdadero norte hacia donde apuntar. Además, con ello iniciamos un proceso de retroceso con respecto a nuestras costumbres y tradiciones, que al final desdibuja y fragmenta nuestra identidad, al punto que hoy no sabemos quiénes somos ni hacia dónde vamos.

La vocación de pro mundi beneficio, de incorporación y asimilación de costumbres, asumida casi como dogma desde los orígenes de nuestro Istmo, ha producido un sinnúmero de asimetrías y hoy contrasta con lo que desde un principio consideramos nuestro. Así, en un juego de ‘dares sin tomares ' y siempre en aras de mejores tiempos, Panamá sacrificó su capital más preciado: su identidad.

Las tradiciones, costumbres, patrones de comportamiento y valores que definen la identidad cultural de nuestro país han dado paso a conductas y posturas, casi extrañas, que solo favorecen la cultura del desarraigo, la violencia y la desunión. Los defensores de la mundialización de la economía justifican esta intromisión sosteniendo que la noción de identidad cultural es peligrosa porque, desde el punto de vista social, representa un artificio de dudosa consistencia conceptual y limita la más preciosa conquista humana, que es la libertad.

La experiencia, sin embargo, desmiente la anterior apreciación. El precio que pagan los países por la pérdida de su identidad suele ser demasiado alto. En algunos casos, como los países del Medio Este, los Balcanes o del África Meridional, ese precio incluso se ha pagado muy caro en confrontaciones sangrientas. Y también es el precio que hemos pagado nosotros los panameños por no definir nuestra visión y quedar envuelto e indefenso por los efectos de la globalización. Es triste, por ejemplo, que la gastronomía auténtica y legítima de los panameños, representada en el arroz con pollo, los bollos y la hojaldre, haya sido substituida por hamburguesas, papas fritas, arepas y tacos.

Es lamentable que nuestro país al perseguir el espejismo de ser lo que no es sea ahora víctima de una personalidad multipolar. Y en ese camino, arribamos a un hoy convulso en muchos aspectos, pero, más que nada, en lo que a valores e identidad se refiere. Hemos perdido nuestro ser social, nuestro perfil colectivo, la marca que define con precisión la pertinencia a una realidad geopolítica y a una historia específica. Y esta tremenda pérdida incide de manera determinante en la posibilidad de reconstrucción de nuestro país.

Hace no muchos años, la convocatoria a hacer Patria contenía un sentido profundo y explícito para los que recibían el mandato. Hoy, alejados del valor simbólico de aquella apelación, los panameños enfrentamos la doble tarea de impulsar la economía y restablecer el tejido social. Pero antes de eso, antes de todo, debemos reencontrarnos con ese íntimo compromiso moral con el destino de la tierra que nos vio nacer. Solo eso significará la recuperación de parte importante de nuestras fuerzas y de nuestras esperanzas. De la confianza en el otro, pero también en los otros. De la certeza de un destino mejor y común.

Para empezar, entonces, cada panameño debe reinstaurar en sí mismo el valor de la honestidad, recuperar el sentimiento de Patria, respetar nuestros símbolos, hacer de la amistad y la solidaridad un culto, rescatar los platillos favoritos de antaño y reconocer en el trabajo el primer motivo de la dignidad. Cualquier reto que tengamos como país será mejor asimilado si podemos enfrentarlo desde la convicción de haber recuperado la identidad como pueblo y como nación. Panamá, que desde hace siglos es ejemplo de crisol de razas, debe hoy demostrar al mundo que ese metal ha fraguado en seres de contornos nítidos, configurando la naturaleza y la sustancia del hombre panameño y recuperando para él un tiempo singular y definitivo en el devenir de la historia.

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