• 30/03/2011 02:00

Historia de una pasión

M i madre tuvo la culpa. A menudo, cuando yo todavía no había llegado a la adolescencia, me tomaba del brazo y me llevaba al cine Tropic...

M i madre tuvo la culpa. A menudo, cuando yo todavía no había llegado a la adolescencia, me tomaba del brazo y me llevaba al cine Tropical para ver alguna cinta de aventuras o de amores charros. A veces, otro tipo de dramas, pero en ocasiones sentí las mejillas llenas de lágrimas por la fuerza del melodrama y procuraba secarlas, antes que me fueran a regañar y no hubiera otra oportunidad.

Por esa razón y por vivir en un barrio rodeado de salas, mi afición se inició desde muy temprano. Los domingos sobre todo, eran propicios para aprovechar el menudo que quedaba en los bolsillos paternos o ahorrado en la semana, para salir a la avenida Central y escoger —de acuerdo con el estreno— entre el Encanto, el Capitolio o el Tívoli.

El Apolo era los sábados, porque pasaban los episodios, tanto los que venían de las productoras norteamericanas, como aquel esfuerzo mexicano de los Titanes del Ring. También el Victoria tenía estas series y en las sesiones dominicales de la escuela Don Bosco, que estrenó aquellas aventuras de los Halcones del Aire, versión en pantalla de las historietas impresas.

Por eso, al llegar a la etapa del Instituto Nacional, ya tenía algún kilometraje andado y entonces me encontré a Roberto Morgan, a un festival de cine generado en un colegio secundario y a un espíritu incansable a quien la cinematografía había seducido hasta los huesos.

Roberto, ya era mayor de edad y trabajaba en las tardes. En ocasiones, nos íbamos en grupo al Cine Cecilia. Después, venía el foro sobre la cinta que se acababa de ver. Por lo general, en el Napoli, junto al ‘Inti’. Así se pudo aprender algo importante. Las películas estimulaban el debate, pero también un rico análisis, a partir de la realización.

Las incursiones en las tardes de los jueves al cine Hispano donde se exhibían películas europeas, sobre todo suecas —hizo que conociera a Bergman— y me formaron para tener opiniones frente al cine y así, publicar mi primer comentario periodístico en el diario Crítica cuando tenía diecisiete años.

Ese artículo hablaba sobre el sistema de estrellas (Star system, como lo llamaban en Estados Unidos); luego me entusiasmó Disney y también aquel largo metraje ‘El submarino amarillo’ en dibujos animados y con los Beatles. Fueron temas para escribir reseñas.

Esta cultura cinematográfica se afincó también por la lectura de libros como el clásico de historia del cine de Georges Sadoul; además Román Gubern con otra versión histórica en varios tomos y Andrew Sarris que entrevistó a los grandes directores.

Hubo acceso a una colección editorial que traía los guiones de las películas más importantes y textos de los directores y teóricos soviéticos Serguei Eisenstein y Vsevolod Pudovkin.

Roberto se graduó. César Villarreal asumió la presidencia del Cine Club del Instituto Nacional y luego, me correspondió el turno de dirigir esta agrupación, con fama internacional. Había mucha actividad, pero teníamos un cuerpo de profesores apáticos y difíciles de entusiasmar hacia el cine —salvo excepciones muy contadas—.

En esa época se generaba la ‘Nueva ola’ francesa (Nouvelle vague) y llegaban los trabajos de Chabrol, Godard, Sin aliento; François Truffaut Los cuatrocientos golpes, Marcel Camus y Orfeo negro; a Alain Resnais con su Hiroshima mon amour, primero y luego, El año pasado en Marienbad, que ayudaron a ver el séptimo arte con un enfoque más serio y meticuloso.

También el neorrealismo italiano, con casi treinta años de vigencia y los aportes de directores como De Sica, Rosellini, Visconti, y los sucesores Fellini, Pasolini, Antonioni y Monicelli, que brindaron modalidades del cine de autor.

En la Universidad de Panamá, pudimos trabajar con Carlos Wong y abrir una nueva etapa del Cine Club Universitario y posteriormente con intelectuales, el Grupo Experimental de Cine Universitario (GECU).

Desde este pequeño país, se puede dirigir la mirada hacia una cultura cinematográfica amplia, pese a lo estrecha de la oferta de las salas. Me acostumbré a explorar en las cintas, más allá del argumento y a encontrar mensajes, visiones de la sociedad, ensayos visuales, teorías sobre la realidad, hasta con las comedias, cuyos contenidos utilizaban el humor para satirizar.

Por esa razón, cuando escribo sobre las películas, ejercito una apreciación de la obra de arte en su complejidad y de manera integral. El actor y el género, suman elementos, pero no son la expresión de la totalidad del filme. Es aquella pasión que mi madre me inoculó, se desarrolló y ahora también contagió a mi hijo, quien la profesa con entusiasmo y rigor.

*PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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