• 12/03/2012 01:00

Políticos en el banquillo

La última ha sido la renuncia del presidente alemán —demócrata cristiano— Christian Wulff, por esconder información que lo vinculaba con...

La última ha sido la renuncia del presidente alemán —demócrata cristiano— Christian Wulff, por esconder información que lo vinculaba con actos de corrupción. Antes había sido el expresidente mexicano Vicente Fox, investigado por presunto enriquecimiento ilícito y otros delitos: una fiscalía realizó recientemente diligencia de inspección sobre sus propiedades. En Europa, ya se ciernen por igual acusaciones contra el presidente Sarkozy, que le podrían afectar su campaña de reelección. El expresidente Jacques Chirac no pudo ir a la cárcel con reciente condena por corrupción cuando era alcalde de París por su deteriorada salud. Meses atrás hubo de separarse del poder el omnipotente Silvio Berlusconi, que según los casos pendientes que tiene con la justicia también podría quedar preso. Uno de sus juicios pendientes lo cerraron por prescripción, aunque no declarándolo inocente como pretendían sus abogados.

Estas situaciones antes eran impensables. Los mandatarios estaban exentos de rendir cuentas, porque estaban por encima de todo y de todos; eran una especie de semidioses. No gobernaban como si fueran oposición, porque pensaban que nunca más lo serían; se sentían eternos. A alguien como el otrora poderoso Slobodan Milosevic jamás se le hubiera ocurrido ser el primer mandatario juzgado en la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra en Serbia y Yugoslavia.

Los tiempos han cambiado: en nuestra vecina Costa Rica son dos los expresidentes con procesos de corrupción pendientes, Miguel Ángel Rodríguez y Rafael Ángel Calderón. En Guatemala extraditaron a Estados Unidos al expresidente Alfonso Portillo por lavado de dinero. En Perú, está Alberto Fujimori, muy enfermo de cáncer, purgando condena de 25 años por crímenes de lesa patria. En Argentina otros mandatarios de la época militar purgan prisión perpetua como el general Jorge Videla y más recientemente su colega Reynaldo Bignone.

En el mundo se van levantando murallas contra la corrupción y la impunidad. ¿Cuándo Hosni Mubarak en Egipto iba a pensar que con todo su poder tendría algún día que rendirle cuentas a su pueblo desde una prisión? ¿Cuándo Muhammad Gaddafi hubiera pensado tener un final como el que tuvo por su obstinación de dejar el poder, sin disfrutar los miles de millones que acumuló? ¿O el presidente israelí Moshé Katsav que tiene que pasar siete años preso por violación y acaso sexual y obstrucción de la justicia o al exprimer ministro Ehud Olmert que pensaría que jamás lo investigarían sobre sus finanzas personales? Ya en la campaña de primarias en Venezuela había un candidato —Diego Arria— que llegó a prometer que su primera acción sería la de llevar a la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad al para entonces expresidente Hugo Chávez.

El mundo ha cambiado y Panamá no es la excepción. Ya Manuel Antonio Noriega lleva más de 22 años preso, cuando perfectamente hubiera podido hacer un trato con sus patrocinadores gringos —igual al que logró el exdictador de Haití Raoul Cedras, que hoy circula en Panamá sin que nadie se dé cuenta—, que lo hubiera podido librar de todo ese encierro. Los expresidentes Pérez Balladares, Moscoso y Torrijos también han sido investigados, éste último interponiendo toda clase de recursos para que no se sepa qué pasó con los dineros que recibió del CEMIS.

El panorama es diferente. A Mussolini hubo que ahorcarlo; Hitler se suicidó; a Gaddafi lo asesinaron; nadie hubiera pensado en un juicio justo por lo que hicieron. Ahora, con un mundo más civilizado y más globalizado no hay que llegar a semejantes extremos. Al aumento de corrupción, impunidad y abusos de poder ahora se encuentran soluciones menos drásticas, como es la prisión y el escarnio de los mandatarios y los políticos corruptos.

EMBAJADOR, REPRESENTANTE PERMANENTE DE PANAMÁ ANTE LA OEA.

Lo Nuevo
comments powered by Disqus