‘La historia: un arma de colonización’

Actualizado
  • 28/07/2013 02:00
Creado
  • 28/07/2013 02:00
Además de ser su nieta, Ana Elena Porras es profesora de historia en la Universidad de Panamá desde hace 25 años, miembro de la junta di...

Además de ser su nieta, Ana Elena Porras es profesora de historia en la Universidad de Panamá desde hace 25 años, miembro de la junta directiva de la Fundación Belisario Porras, y participa activamente en multitud de foros nacionales e internacionales para rebatir cuestiones históricas. Es por eso que le molestó tanto la publicación que realizó Peter Szok en La Prensa, en la que definía a Belisario Porras de ser colaborador del neocolonialismo de los estadounidenses en Panamá y les atribuía a ellos la modernización del Estado.

Hoy, sentada frente a un jugo de naranja nos explica sus razones, y defiende que aunque no hay una única versión de la historia, no se puede separar a los personajes de su contexto.

¿SE HA IMPUESTO UNA VISIÓN NEGATIVA DE NUESTRA HISTORIA?

La historia debe entenderse como la experiencia del pasado y la historiografía como la memoria de ese pasado y de cómo la escribimos. Lo que estamos discutiendo es la historiografía: cómo recordamos nuestro pasado y cómo lo escribimos. Panamá ha estado por mucho tiempo en manos de historiadores (nacionales y extranjeros) de la colonialidad, es decir, de quienes expresan y difunden el punto de vista de los Estados imperialistas y neoimperialistas que, de manera explícita o subyacente, comunican una narrativa sobre la superioridad de las culturas y las naciones de Europa y Estados Unidos. Inversamente, esta narrativa de la colonialidad invisibiliza, niega o elimina cualquiera expresión de cultura e identidad de los pueblos y naciones conquistadas o dominadas.

En el caso de Panamá, esta historiografía de la colonialidad afirma que nuestro nuestra República fue una invención de Wall Street, que no Panamá no es nación y que, en el mejor de los casos, somos apenas un camino, un paso o un canal. Esta narrativa historiográfica, en sus diferentes versiones y autores (casi siempre de origen europeo, estadounidense o colombiano, estados con intereses evidentemente coloniales, anexionistas o neocoloniales sobre Panamá) coinciden en negarnos nuestra identidad nacional. Ahora bien: la mentalidad de colonialidad también es absorbida por los propios panameños, porque es hegemónica, y nos hace sentir que somos inferiores, que no somos una nación, que carecemos de identidad.

En suma, nos desplaza al ámbito del no ser, característica de la colonialidad, o cultura de colonización, con respecto a las naciones colonizadas. Pero esta narrativa tiene un problema: de entrada, la arqueología y la antropología cultural ha demostrado que no existe un solo ser humano que no tenga identidad ni cultura. ¿Acaso los panameños no somos humanos?

¿QUÉ ES LO QUE ESTÁ FALTANDO ENTONCES? ¿EN QUÉ CONSISTE LA OTRA PARTE DE LA HISTORIA?

Lo que estos autores de la colonialidad no han visto o valorizado es la participación y la identidad de los pueblos colonizados, las clases campesinas, los trabajadores ni de las mujeres. Pero le ha llegado el momento a las narrativas decoloniales que identifican y dan valor a estas identidades. En Panamá, se están gestando diversas narrativas muy interesantes aunque, a veces, resulten románticas.

Me refiero, por ejemplo a una narrativa triunfalista, que da por alcanzada la soberanía del Estado panameño, porque al fin el canal es nuestro, y que también se vanagloria del crecimiento económico de Panamá, en buena medida gracias a la nacionalización del canal que ha desarrollado todo un conglomerado económico...

También despuntan las narrativas de identidad indígena, las afrodescendientes, las feministas, etc. Pero todas ellas, todavía inmaduras, me parece, porque están en la fase de la reacción emotiva contra la colonialidad, desde una estrategia sectaria y segmentada, es decir, étnica, sin un proyecto o estrategia decolonial, para reinventar el Estado nacional incluyente, participativo y multicultural.

En el caso de la narrativa triunfalista de la historiografía y sociedad transitista de Panamá, observo una reacción por parte de los voceros de la colonialidad. Las preguntas que subyacen en la narrativa de la colonialidad son algo así como: ‘¿ahora resulta que los panameños son sujeto y hasta héroes de su historia?, ¿quién dice que han logrado metas por mérito y esfuerzo propio?, ¿y que tienen identidad y cultura?’ Los historiadores de la colonialidad reciben estas narrativas asertivas de Panamá como una afrenta a su orgullo; no pueden admitirlas de ninguna manera. Y, lamentablemente, en este grupo cae Peter Szok al evaluar a Belisario Porras.

¿ES NORMAL EL DEBATE ENTRE DIFERENTES VERSIONES DE LA HISTORIA?

Con motivo de la conmemoración de este acontecimiento histórico se confrontan dos narrativas principalmente: la narrativa de la colonialidad, con su leyenda dorada, que hace apología de la conquista de América y enaltece la figura de Balboa; por otro lado, las narrativas decoloniales, entre las que destaca la narrativa indígena con su leyenda negra de la conquista y de Balboa, mientras rescata las identidades y culturas indígenas (precolombinas y actuales) como sujeto de la historia. A veces, como es natural en las narrativas a contracorriente, construye también su leyenda dorada sobre las culturas indígenas precolombinas. Las autoridades del gobierno central han adoptado una narrativa hispanista, de la colonialidad, celebrando el ‘descubrimiento’ o ‘avistamiento’ del Pacífico destacando la figura de Vasco Nuñez de Balboa como el héroe de esa gesta.

Infelizmente, esta narrativa de la colonialidad invisibiliza el hecho de que a Balboa no solamente lo condujeron los indígenas hacía el Mar del Sur, sino de que ya había sido explorado e incorporado a sus civilizaciones, por los indígenas. Es más, toda América ya había sido descubierta y colonializada por los amerindios. Pero la narrativa de la colonialidad, en el fondo, no reconoce a los indígenas como sujetos, sino que los relega a meros objetos o parte del paisaje, es decir, al no ser. Esto aplica para la historia de la conquista y el presente.

Es una visión de deshumaniza a los indígenas, a los afrodescendientes, a los campesinos, a los trabajadores y a las mujeres. Demasiada gente ha quedado por fuera; ¿no te parece?

El imaginario de lo que se llamó el ‘Nuevo Mundo’, aunque de hecho dio origen a una sociedad racializada de castas, construyó una utopía social de una sociedad abierta al ascenso social por mérito propio, donde lograr fortuna y posición social por esfuerzo propio. Pero este imaginario era eurocentrista y, por tanto, fue excluyente. Hoy, a 500 años de distancia la utopía se redefine como un proyecto multicultural indo-afro-hispanoamericano, con equidad de género.

DURANTE AÑOS MUCHA GENTE ASUMIÓ ESA VERSIÓN, ¿POR QUÉ NO SE REBATIÓ?

No se rebatió hasta ahora, porque cuando eres colonizado estás excluido del po der, el dinero y la cultura. En consecuencia, serás desnutrido y analfabeta. En el caso de la élite, ella será educada en la cultura de la colonialidad, así que, si eres de ese grupo dominante de la colonia, te conviertes en vocero de la colonialidad. ¿Me explico? Toma siglos y mucha rebeldía, recuperarte. Hoy es el momento de combatir a la colonialidad, sin tregua, desde la decolonialidad. Pero tiene que llegar un momento en el que lo hagamos con mayor balance, porque adoptar leyendas negras y doradas, aunque invertidas, y decir que América era el Edén antes de que llegaran los españoles, es otra falacia histórica: los imperios y la esclavitud, con sacrificios humanos y antropofagia existían en América antes de la conquista hispánica, no nos llevemos a engaños. La historia de la humanidad tiene más de Caín y Abel que del Edén. Pero esto no debe desmoralizarnos en la búsqueda de una utopía social de cultura de paz, multicultural, equitativa e incluyente.

En suma, recomiendo desmitificar, denunciar y criticar nuestro pasado, pero hay que hacerlo con honestidad intelectual, sin sesgos, recuperando las identidades escondidas y perdidas por la colonialidad, pero con autocrítica, sin dorar la píldora. Hay que hablar de una historiografía incluyente, donde se dé valor y visibilidad a todas las identidades, en donde se hable de todos los actores como sujetos de nuestra propia historia y no solo como objetos de la conquista. Esa es una tarea pendiente de los panameños frente al reto y oportunidad de pasar a un mundo desarrollado. Y no se desarrolla un país solo con dinero, sino también con identidad nacional y memoria histórica.

¿HABRÍA QUE BUSCAR PUNTOS DE PARTIDA COMUNES?

Exacto. Hay que lograr un diálogo que nos lleve a lograr acuerdos respetuosos y efectivos entre culturas, clases sociales, entre hombres y mujeres. En el siglo XIX, el paradigma del estado nacional definía la homogeneidad como precondición. Es decir, que se consideraba esencial del estado nacional moderno tener una sola cultura, un solo idioma, una sola religión. Felizmente para la cultura de paz, el siglo XXI permite reconocer la viabilidad de los estados multinacionales, y dar valor a nuestra diversidad.

¿DEBE SER LA HISTORIA NACIONALISTA?

Tampoco me adhiero a los nacionalismos aislacionistas que rechazan la dimensión de lo global. Lo que defiendo es una relación asertiva de Panamá, descolonizada, a lo interno como también con el mundo global.

No debemos caer en la trampa de un nacionalismo estúpido que equivale a un etnocentrismo panameño como corazón del universo, por ejemplo: con los mismos vicios de la colonialidad, aunque a la inversa donde lo panameño, lo indígena, lo afrodescendiente, lo femenino, etc., se convierte en el valor superior: negar la identidad hispánica en la construcción de nuestra identidad, como el neocolonialismo norteamericano como motor del nacionalismo panameño sería otro error, además de una enorme mentira. Panamá no solo es pluricultural, sino que también es fundamentalmente mestiza y globalizada, negarlo es una tontería.

La xenofobia tampoco es la solución, y algunas personas que leyeron mi respuesta crítica hacia el texto histórico de Szok sobre Belisario Porras y la modernización del Estado de Panamá, pensaron que defendía una especie de xenofobia, algo así como que el estudio de la historia de Panamá era sólo derecho de los panameños, así que aprovecho este espacio para aclarar que no es así.

El estudio crítico de nuestra historia por propios y extraños es siempre bienvenido, siempre y cuando sea honesto, sin sesgos y no replique la narrativa de la colonialidad.

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