Andrés: una carrera de cara al viento

Actualizado
  • 16/02/2014 01:00
Creado
  • 16/02/2014 01:00
Lejos de su casa, en la calidez del verano húngaro, esperaba, con la ansiedad controlada, escuchar la señal para salir corriendo. No hab...

Lejos de su casa, en la calidez del verano húngaro, esperaba, con la ansiedad controlada, escuchar la señal para salir corriendo. No había en su mente otra cosa. Atrás habían quedado las angustias y la soledad, a quienes venció con ‘purísima’ voluntad y anclado en la fe y persistencia adquiridas en su hogar.

Se dio la señal y Andrés tuvo buena partida. Para ese momento ya no escuchaba nada más que los latidos de su corazón. El tic, tac cardíaco le ayudaba a mantener en ritmo la respiración. Inclinó un poco la mirada para cubrirla del viento y siguió corriendo. La carrera pasa rápido y más cuando apenas se alcanza poco más de 15 calendarios en la historia de la vida.

Exactamente 21 segundos y 71 milésimas después de la partida, un sonido logró captar la atención de Andrés y sacarlo de su micromundo. Era la ovación del público. Justo en ese momento cruzaba la meta y al mover la vista hacia las gradas del estadio de Debrecen en Hungría, una imagen lo impactó al límite del desconcierto: La pantalla gigante en el estadio proyectaba su imagen. ‘¡Gané!’, el pensamiento llegó de golpe y le aceleró aún más el corazón ya exigido por la rigurosidad de la carrera. La siguiente vez, la frase no se quedó en el cerebro, sino que como lava desde las entrañas de un volcán brotó por su garganta y repitió: ‘¡Gané, gané!’. Entre el deseo de reír y de llorar, levantó los brazos y celebró su hazaña. Andrés Rodríguez, con 16 años, había cumplido con su país, con su familia y con sus amigos, que habían hecho de todo para apoyarlo en su intento por conquistar la pista de tartán.

Detrás de Andrés llegaron todos los demás competidores, entre ellos un jovencito de Jamaica, que 10 años después conocería la gloria. A él hoy le llaman ‘el hijo del viento’ y posee el récord mundial y olímpico de los 100 y 200 metros planos; los expertos aseguran que es un atleta imbatible. Pero ese día, un panameño lo derrotó, y por mucho. Un muchacho de Colón había desafiado los pronósticos y las circunstancias, venciendo no solo a sus competidores en la carrera sino a duras adversidades que venían de tiempo atrás.

SOLEDAD EN HUNGRÍA

La carrera de Andrés había empezado mucho antes de la señal que sonó ese día en Hungría. El mundial de categorías menores de Atletismo fue su primera competencia de alto nivel; alcanzarla no había sido fácil. Además del reto de preparación y destrezas físicas que implica llegar hasta ahí, el viaje para representar a Panamá había sido un desafío a la voluntad de Andrés, su familia y sus amigos que trabajaron incansablemente a la par de los entrenamientos para financiar la aventura de Hungría.

La noche antes de la carrera había sido larga y difícil. Andrés sintió el peso de la soledad. Lejos de su natal Colón, el muchacho que rozaba apenas los 16 años, se sentía aislado. En esa extraña Hungría, sin el acostumbrado calor del trópico y la humedad de las tierras cercanas a los manglares caribeños de Pilón, sentía la falta de sus 3 hermanos, de la jovialidad de su vecindario en las profundidades de Nuevo Colón. Un pueblo en la carretera que lleva a Portobelo en la mítica y variopinta provincia de la costa atlántica panameña.

Allá en el viejo continente, Andrés había llegado con dos compatriotas más, un entrenador y otro atleta. Es el segundo de cuatro hijos, el mayor de los dos varones, que son los del medio. Para viajar, su madre y sus hermanos habían vendido empanaditas y tamales durante varios meses en el barrio, buscando reunir fondos para que Andrés tuviera algo decente en el bolsillo estando tan lejos de casa. ‘Habíamos hecho de todo, toda la gente había cooperado’, dijo Enilsa, una maestra de escuela estatal que no puede disimular el orgullo y amor que siente por sus cuatro hijos, cuando los mira y recuerda sus logros.

Ella siempre había balanceado la economía del hogar con la venta de empanadas hechas con maíz molido por los brazos de sus hijos. Así que el esfuerzo no era nuevo para nadie dentro de la casa de los Rodríguez.

‘Yo me sentía solo’, explica Andrés. Para entonces era un estudiante de secundaria en el famoso Instituto Politécnico de Colón (IPTC). Allá, sentía en el alma que representaba el esfuerzo de tanta gente, la esperanza de su madre, el nombre de su país, el orgullo de su hermano; en fin, tanto estaba en sus manos o, mejor dicho, en sus pies.

Como la delegación panameña era mínima, las emociones le venían jugando una mala pasada a Andrés, quien esa última noche no tenía psicólogo deportivo a quien acudir, ni una tropa de compañeros que le animaran. En la villa olímpica sentía que no lo lograría. ‘Lo único que pude hacer fue rezar’, cuenta el atleta hoy ya camino a los 30 años.

Resulta que Enilsa como buena maestra les ha enseñado a sus hijos lo que ella llama su mayor tesoro: su fe. ‘Mi mamá es muy creyente y me había regalado un librito’, dice Andrés quien cuenta ‘se armó de fe’, estado en que lo encontró el alba el día de la carrera.

Ya en el estadio, las presiones habían pasado. La oración había rendido sus frutos y él ahora pensaba más en la carrera que en cualquier otra cosa. Al menos estaba claro que no defraudaría a su gente en Nuevo Colón, haría su mejor esfuerzo enfocado en correr y ganar, como había sido siempre en el amplio menú de deportes que junto a su hermano habían practicado desde que eran apenas unos pequeños de preescolar.

LOS ANDRÉS

La historia de este joven está llena de peculiaridades. Es seguramente el único panameño que puede decir que venció a Usain Bolt. Pero además en el barrio donde vive junto a su madre, él y su hermano destacan por dos cosas: una brillante carrera en varios deportes, y que los dos se llaman Andrés. ‘Al otro le decimos Andy’, explicó la mamá con una sonrisa cómplice. Así los diferencian en casa. En circunstancias más formales Andy, el tercer hijo y segundo varón, se identifica como Andrés Leonel.

Los dos muchachos tienen sangre de atletas, ambos representaron a su provincia y al país en categorías infantiles. En esa senda deportiva Andrés, de unos 6 pies de altura, se inclinó más por la competencia y Andy decidió estudiar para convertirse en un preparador profesional de deportistas de alto nivel.

La vena atlética se la achacan a un tío. ‘Nos venía a buscar cuando estábamos chicos para ir a jugar béisbol’, cuenta Andy. ‘Sí, mi tío Alcibiades. Somos muchos primos y nos recogía a todos para llevarnos a las ligas’, respalda Andrés.

El deporte fue una herramienta para Enilsa y Andrés (padre), en la búsqueda de fórmulas para mantener a sus hijos por el buen camino. Ambos docentes se preocuparon por abrir el espectro de la formación de sus cuatro muchachos. Andrés y Andy, siempre ansiosos por estar en las mejores condiciones físicas posibles, evadieron vicios y malos hábitos en su adolescencia.

DE REGRESO A LA REALIDAD

Hungría fue como un sueño. Con poca preparación especializada, escasas herramientas, inexperiencia… a pesar de todas la desventajas, Andrés logró destacar. Incluso, fue superior al atleta que unos años más tarde conquistó los títulos olímpico y mundial de los 100 metros planos.

¿Qué hace la diferencia? La historia de regreso en Panamá tiene la respuesta. De vuelta en casa, Andrés empezó a enfrentar el duro viacrucis de los deportistas istmeños. Una vez terminó la secundaria la situación se fue complicando: ‘Uno tiene que buscar trabajo si quiere estudiar’, explica el atleta, en una frase que descubre la realidad de jóvenes panameños que seguro tienen mucha capacidad para algún deporte, pero que sin los recursos ni la orientación debida, los sueños y el potencial terminan opacados con la llegada de la vida adulta.

‘La gente no sabe lo que vive un atleta panameño’, resume Andrés. El hombre de sonrisa perfecta, habla más con la mirada que con lo que dice: ‘No me gusta hablar mucho; uno debe ser disciplinado con las autoridades’, agrega.

Explica que ya terminada la secundaria se levantaba para trabajar a las 5 de la mañana, salía del trabajo a las 5 de la tarde y partía para llegar al estadio a las 7 de la noche. En Colón, luego no había lugares para entrenar adecuadamente, así que para lograr el nivel requerido tenía que pensar en el viaje interoceánico hasta la ciudad de Panamá. Con el tiempo consiguió un mejor trabajo en Panamá y estaba más cerca del Centro de Alto Rendimiento de Pandeportes en Juan Díaz.

Sin embargo no es lo mismo entrenar 90 minutos después de 8 horas de trabajo y tres de tranque, que dedicarse por entero al deporte. Esa es la clave que hizo de aquel joven jamaiquino ‘el hijo del viento’ y de Andrés un atleta lleno de potencial, pero por ahora solo con recuerdos en una mano y esperanzas en la otra.

¿Podía Andrés convertirse en un atleta de la talla de Bolt? Pues en principio sí. Humanamente tiene todas las condiciones, pero el entorno es el que hace la diferencia. El columnista especializado en deportes olímpicos, Bienvenido Brown empieza por trazar algunas fallas: ‘En Pandeportes no hay una dirección técnica. El deporte no se ha masificado, no hay instalaciones, no se entusiasman nuevas generaciones, falta un programa serio de detección de talentos…’.

Brown añade además los manejos politizados y personales que han tenido en las instituciones y federaciones deportivas como las causas para que las capacidades como las de Andrés se diluyan en la batalla por una vida digna.

PRESOS DE LA ESPERANZA

Andrés y Andy lo han vuelto a intentar. Andy lo tomó como profesión y se fue a Cuba a estudiar preparación física. Hoy entrena a su hermano, ‘yo le dije: Andy vamos a hacerlo para demostrar cómo se hacen las cosas’, cuenta Andrés, quien está de vuelta en la pista de tartán.

Junto a su hermano aplican una complicada ecuación de horarios, sorteando tráfico y ajetreos para encontrarse en el Centro de Alto Rendimiento una vez al día y enfocarse en la preparación de Andrés. El objetivo de la misión: estar en Río 2016. Andrés sabe que el tiempo le juega en contra, así que se esfuerza aún más. ‘Uno necesita una meta’ dice sin dudar mientras muestra con su hermano Andy incontables medallas que han logrado entre ambos. Son tantas que es más cómodo sostenerlas entre dos personas.

Los Andrés tienen el panorama claro: ‘Aquí no se sabe nada de atletismo’, sentencia Andy de carácter más directo y menos cuidadoso que su hermano, que prefiere solo asentir con la cabeza ante tal opinión.

Sin embargo nada los detiene. Compran la dificultad con voluntad y siguen tras su sueño, alimentados por la esperanza, sin importar que corren de cara al viento.

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