Crónicas del empleo informal

Actualizado
  • 12/01/2014 01:00
Creado
  • 12/01/2014 01:00
Son las once de la noche y en la intersección que se forma al final de la vía España y la vía Cincuentenario, mejor conocida como Balboa...

Son las once de la noche y en la intersección que se forma al final de la vía España y la vía Cincuentenario, mejor conocida como Balboa, todavía hay un par de personas vendiendo rosas, música o películas piratas.

Sólo el 4.1% de la población en edad laboral está desempleada. El resto, es decir, el 95.9% de los trabajadores, forman parte del pleno empleo que anuncian las autoridades.

Empero, de esa fuerza laboral con trabajo, el 37% entra dentro de la categoría ‘trabajadores informales’, clasificación que se le da a aquellos que no tienen un contrato formal, que no cotizan en el Seguro Social ni pagan impuestos y que no cumplen con una jornada fija de ocho horas.

Para encontrarlos, solo hay que mirar en cualquier avenida principal de la ciudad de Panamá. Donde haya un semáforo, ahí estarán. No importa la hora, siempre habrá uno por ahí: desde el que vende frutas y legumbres, hasta el que vende agua y sodas, sin olvidar a los ya mencionados ‘piratas’ y el que ofrece rosas.

EL VENDEDOR DE FLORES

–¿Hasta qué hora te quedas aquí?

–Depende del movimiento: hasta que venda la última rosa o hasta que caiga la madrugada, comenta Calito, papá de dos niñas y quien lleva casi 13 años comerciando entre cambios de luces y pitos de carros. Tengo que llevar plata a la casa para mis princesas.

Su área de trabajo es en Balboa o en la intersección de vía Cincuentenario con el final de la Santa Elena. Cuando las ventas son lentas, comienza la jornada antes y se va al inicio de la Ramón Arias.

–Yo hacía esto desde que era un niño, para ayudar en casa. Luego, tuve que dejar la escuela porque mi novia salió embarazada. Tenía que trabajar para mantener a mi princesa.

Calito fue estibador, obrero, asistente de cocina en una fonda; en fin, lo que apareciera en el camino para poder subsistir, siempre de un lugar a otro. Y así logró mantener a su familia por buen tiempo.

Pero un día las cosas se complicaron, no encontraba ‘camarones’ por ningún lado y ya no había a quién pedirle ayuda. Así que, en la desesperación, optó por volver a los semáforos vendiendo rosas. Hoy en día, comenta, para tratar de mover las cosas varía entre ‘rosas y margaritas, porque la gente se aburre de lo mismo’.

–Ustedes tienen la ventaja de que no tienen un horario fijo.

–No tenemos un horario fijo, pero trabajamos más de 8 horas, responde. A veces son las 4:00 p.m. y ya estoy en la calle, son las once y sigo ahí porque no he logrado plata suficiente. No es fácil mantener una familia, por más humilde que sea, comenta Calito. Cuando eres como yo, que vendo rosas, las cosas son más difíciles. El que tiene un trabajo sabe cuánto dinero tiene cada quincena; yo, en cambio, todos los días tengo que salir a batallar para ver cuánto consigo... y no todos los días son iguales.

PIRATERÍA O ROBO

–¿Dónde voy a conseguir trabajo? Como obrero, lo que ganas es poco si lo comparas con todo lo que tienes que esforzarte. Aquí tengo que moverme, pero es más justo, comenta Roberto sobre el vender música y DVD piratas.

Sabe que su negocio es ilegal porque está violando el derecho de autor, pero, comenta, ‘o es esto o soy maleante, todos tenemos derecho a vivir. No le estoy robando a nadie, el que me compra una película o música, no es alguien que vaya al cine o que vaya a comprar un CD. ¿Sabes cuánto cuesta llevar a la familia a ver una película? No menos de $20. Además, ve al mall, esa vaina siempre está llena, así que yo no les afecto en nada’.

–La competencia es dura: así como yo, hay 20 más que también venden música y películas. La clave está en hacerse de clientes y siempre tener cosas nuevas. Realmente no entiendo por qué se quejan de lo que hago. Esos músicos que se molestan por los ‘pirateos’ ni siquiera viven aquí, y los músicos nacionales al final se hacen su plata en los bailes y presentaciones, reclama Roberto. ¿Creen que yo me forro de plata con esto? Para nada. Si hago 15 ó 20 dólares al día está bien, además de vez en cuando tengo que soltar algo para algún policía que quiere pasarse de vivo y me quiere quitar mi mercancía.

–¿El ser vendedor ambulante es una forma de ser emprendedor?

–¿Esto? Yo no estoy emprendiendo nada, estoy sobreviviendo, analiza Roberto–. Repito: hago esto porque ¿dónde voy a conseguir un trabajo digno? Para ganar un buen salario hay que haber ido a la universidad y tener no sé cuántos estudios. Yo apenas terminé la escuela. Y ahora con tanto extranjero hasta lo que uno hace ellos te lo quieren quitar, reclama el vendedor.

—Mira a esa que está allá, la que vende soda y agua. Esa es colombiana. Supuestamente, los extranjeros que trabajan aquí es porque ocupan los puestos que son muy especializados. ¿Y esa ‘guial’ qué?

‘UN FUTURO MEJOR’

Margarita es de Manizales, de la región colombiana del Cauca. Aunque trabaja, ella no está dentro de los 8,593 permisos de trabajo que se otorgaron en los primeros 10 meses del 2013, ni tampoco en los casi 11 mil contratos entre empresas y extranjeros que reposan en el Ministerio de Trabajo y Desarrollo laboral (Mitradel).

–Llegué por lo mismo que todos los demás que están en Panamá, porque no aguantamos las cosas en Colombia y queremos un futuro mejor, explica la manizaleña. Tengo una niña, Adriana, y a mi madre a quienes mantener.

Asegura Margarita que, ‘aunque parezca imposible’, en Panamá están mejor de lo que estaban en Colombia: – Yo allá trabajaba en una fábrica de quesos, pero un día cerró. De la nada, me quedé sin trabajo, comenta. Tras un tiempo buscando un trabajo, la idea de venir a Panamá apareció en el mapa: ‘Amigos del barrio y algunos parientes ya habían venido para acá. Muchos hemos venido porque todos hablan de lo bien que van las cosas en este país’.

–El que quiere, en Panamá puede mejorar; pero hay que esforzarse. Y a nosotros (los colombianos) nos hacen las cosas más difíciles. Aquí, a juro, el ser colombiana es ser puta —critica Margarita– y eso no es cierto.

—Durante una época trabajé vendiendo comidas en las construcciones en Costa del Este. La forma en que los obreros me hablaban, me miraban, era lasciva, no me respetaban. Igual me pasó en una casa de familia donde trabajé: ante todo era desconfianza y resquemor, por eso me fui. ‘Nadie quiere dejar su tierra e irse a un lugar donde no tienes ninguna conexión’, comenta Margarita, quien añade que el vender agua y sodas en el semáforo, ‘no es el trabajo ideal; pero, es algo. Con esto, saco para todos los días, lo que muchos no logran de manera decente. Y hay otra cosa: por más que se quejen, la calidad de vida en Panamá es mucho mejor. No sé cómo habrá sido antes; pero lo que veo hoy es mejor a lo que tenía en Colombia’.

FRUTAS Y VERDURAS

–Yo tengo más de 15 años aquí, comenta Juan, vendiendo vegetales. Aunque no lo crean, a nosotros también nos afecta eso de la inflación. Yo sé que una libra de tomate no te cuesta lo mismo que te costaba hace un tiempo; pero así son todas las cosas. ¿Por qué si los demás suben los precios yo no puedo hacerlo?, tengo que ganar algo, ¿no es así? esto también es un negocio.

La rutina de Juan comienza temprano, en la madrugada. De su casa, en Samaria, se va hasta el Mercado de Abastos a comprar producto (no siempre es el mismo, depende de los precios, la temporada y lo que crea se puede mover mejor), que se lleva hasta la esquina donde trabaja. Ahí empieza a armar bolsitas en compañía de su ‘socio’, Isaac, con quien divide gastos y ganancias.

–Hago más del salario mínimo; pero, ¿crees que esto es fácil? Madrugar, cargar, empaquetar, pasarse casi todo el día gritando y mamándose este sol y, a veces, la lluvia?, cuestiona Juan.

—¿Qué pasa en esos días en que, por alguna razón, no puedes vender?

—En casa si yo no vendo no entra plata, las cosas son así. Todos los días es como si uno empezara de cero: a vender, porque si no, no hay con qué llenar la paila. Juan comenta: ‘yo no sé qué es un décimo ni un aumento de salario. Yo aquí me aumento el salario si las ventas salen buenas y, a veces, eso no depende de mí. Yo puedo pasarme todo el día aquí vendiendo la mercancía y al final no vendo más de 10 paquetes’.

–Sí, la gente tiene que comer– comenta Juan–; pero a veces el bolsillo no da para comer como uno quiere. Hasta en eso hay que recortar ya.

EL VENDEDOR DE COMIDA RÁPIDA

–Yo antes no me iba sin lavar y dejar todo limpio– cuenta Raúl, vendedor de comida rápida–; pero me daban unos dolores muy ‘bacanos’ en los huesos que no podía ni dormir. Ya decidí que cuando termino, recojo todo y al día siguiente llego temprano para limpiar y empezar a preparar los ingredientes.

Raúl es caleño. Así como Margarita, vino a Panamá en busca de un futuro mejor; sin embargo, a diferencia de ella, ve Panamá como su residencia permanente: ‘yo tengo un pela’o que nació aquí, hijo de una panameña. Ya yo me quedo aquí, si estamos mejor’.

–A las nueve de la mañana tengo que estar aquí para limpiar la parrilla, los envases y demás. Me toma poco más de una hora, hay que ser juicioso al limpiar– considera–. A las once ya tengo las salchichas en agua caliente y empiezan a llegar los clientes. Por aquí (vía España), como hay tanto negocio, siempre hay clientes. Hay ratos que el movimiento es lento; pero siempre se saca algo –considera el vendedor–. A las siete o siete y media de la noche ya yo estoy regresando a casa, no me gusta trabajar de noche porque esto aquí se queda muy solo, ese mercado se lo dejo a los que venden arepas. Raúl acepta que en los últimos tiempos lo que abundan son los vendedores de comida rápida que colocan un carrito en las aceras y comienzan a vender. Empero, considera que ‘la clave para sacar adelante el negocio a pesar de todo es el trato que uno le da a los clientes’, eso es lo que hace que vuelvan.

EL VENDE TODO

–Yo vendo según la temporada. A veces vendo toallitas (una a 35 centavos y cuatro por un dólar), otras veces vendo cosas para los celulares estuches, cargadores de carro, carátulas y eso – comenta Jacinto– uno debe adaptarse al calendario. Ahora que viene el mundial, por ejemplo, voy a aprovechar para vender el montón de banderitas, ya que todo mundo le va a un equipo, y como Panamá no fue, ahora todo mundo dice que siempre le había ido a otra selección. Vender banderas y cosas de Panamá también es rentable, siempre hay alguno que se siente patriótico– concluye.

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