La decisión que salvó el Canal de Panamá

Actualizado
  • 11/09/2020 00:00
Creado
  • 11/09/2020 00:00
En 1905, la construcción del Canal de Panamá estuvo a punto de naufragar por la falta de visión de su primer jefe de ingeniería

Panamá es hoy la ciudad centroamericana con mejores condiciones de sanidad y la número 95 en el mundo, de acuerdo con el conocido índice Mercer. Hospitales, acceso a vacunas y sistemas públicos de salud, agua corriente y baja polución han aumentado la esperanza de vida hasta 81 años para las mujeres y 75 para los hombres.

La decisión que salvó el Canal de Panamá

No siempre fue así.

Hasta el año de su separación de Colombia en 1903, la esperanza de vida de país no superaba los 45 años de edad. Panamá tenía fama de “sitio de muerte” y “no apta para el hombre blanco”, desde que se diera a conocer la enorme mortandad ocurrida durante la construcción del ferrocarril de Panamá y el fallido intento de construcción del canal francés.

Cuando Estados Unidos se preparaba para iniciar la construcción de un canal a través del istmo, los expertos advirtieron de que la real posibilidad de concluir exitosamente esta empresa dependía del combate de las enfermedades tropicales endémicas.

El presidente estadounidense Theodoro Roosevelt encomendó esta tarea al coronel William Gorgas, considerado la mayor autoridad en enfermedades tropicales del mundo. En La Habana, el médico militar había utilizado los recientes descubrimientos del Dr. Carlos Finlay para acabar con la fiebre amarilla y la malaria entre 1898-1900.

Finlay, al contrario del entendimiento popular de la época, había descubierto que estas enfermedades no eran producto de “los malos vapores del trópico” o la suciedad, sino de la picadura de los mosquitos.

Wallace y Gorgas en Panamá

El doctor Gorgas llegó a Panamá en el año 1904, junto con el jefe de ingenieros George Wallace, en una posición de poca relevancia en la estructura administrativa. Mientras que el ingeniero Wallace ganaba $45 mil al año y tenía acceso directo a la todopoderosa junta directiva de la Comisión Ístmica –que tomaba las decisiones de presupuesto–, Gorgas ganaba $4 mil al año y debía luchar por ser escuchado por Wallace y la junta directiva.

Aun así los retos de Gorgas eran enormes. La malaria era endémica. La fiebre amarilla llegaba por temporadas, arrojando gran mortandad. Las calles de la ciudad no estaban pavimentadas y en ellas se acumulaba los charcos de agua; en las casas, los habitantes acumulaban el “vital líquido” en barriles abiertos que también favorecían la crianza de los mosquitos.

Uno de los mayores problemas era la falta de un acueducto. Estos eran conocidos en Europa desde la antigüedad. De Roma pasaron al resto de Europa. En América, los conocieron los aztecas, los mayas y los incas, pueblos que crearon verdaderas obras de ingeniería para abastecer de agua a sus poblaciones. La ciudad de Bogotá tuvo su primer acueducto en 1757, y San José, Costa Rica, uno bastante moderno en 1868. En 1904, Panamá no tenía nada parecido.

El apoyo a Gorgas

Consciente de la enormidad de sus retos, Gorgas presentó a la Comisión Ístmica su presupuesto, pero esta tenía su mente concentrada en la excavación y nada más. Le dieron la mitad de lo que había pedido, señala el doctor Gorgas en su libro Sanitation in Panamá, publicado posteriormente.

A diferencia de la Comisión Ístmica, el Gobierno panameño, dirigido por el también médico Manuel Amador Guerrero, sí le brindó su apoyo inmediato.

Un mes después de su llegada al istmo, Gorgas tenía en sus manos el Decreto No. 25, firmado por el recién electo presidente, que lo facultaba a 'tomar las medidas convenientes para el saneamiento de las ciudades de Panamá, Colón, y el área del canal'.

Con esa autorización, Gorgas emitió un Código Sanitario que se convirtió de inmediato en ley de la república. Se prohibía acumular el agua de la lluvia o de riachuelos en tinajas o barriles destapados, arrojar la basura en los patios traseros de las casas y permitir que el agua de lluvia se acumulara en las calles no pavimentadas de la ciudad.

'Se prohibían las larvas de mosquitos (gusarapos) dentro de los límites de la ciudad de Panamá' y establecía que todo dueño o inquilino de una casa sería responsable de esa violación 'bajo pena de una multa de cinco pesos oro' o la cárcel, de acuerdo con la pena.

Otras órdenes incluían la obligatoriedad de la vacunación, la reglamentación de la recolección de basura, de los mataderos y mercados públicos y exhumación de los cadáveres.

Panamá estaba bajo ley sanitaria y las órdenes de Gorgas tenían todo el respaldo de los alcaldes y la policía de las ciudades de Panamá y Colón.

“El ejército de Gorgas', como le llamaban los panameños, integrado por decenas de trabajadores, circulaba desde las primeras horas de la mañana, cargando escaleras, cubos, rollos de papel manila y viejos periódicos. Marchaban casa por casa, tapando ventanas, revisando acumulaciones de agua, fumigando, vertiendo aceite en los charcos de agua, colocando telas de alambre sobre barriles y depósitos de agua, inspeccionando lecherías, panaderías, barberías, caballerizas y productos de consumo, como la carne. Se buscaba a los enfermos para trasladarlos a los hospitales.

El momento crítico

En junio de 1905, cuando ya habían llegado al país miles de trabajadores, ocurrió lo que Gorgas temía: su trabajo había quedado a medias. Estallaron las epidemias.

Entre el 1 de mayo y el 31 de agosto de 1905, 47 empleados del Canal murieron de fiebre amarilla; el doble falleció de malaria; 49 de neumonía; 57 de diarrea y 46 de disentería. Para gran alarma de Gorgas y de la población, la enfermedad empezó a propagarse rápidamente.

En un momento entre los meses de mayo y agosto, el 50% de los obreros recién llegados estaba hospitalizado. En las páginas del Star & Herald aparecían a diario numerosos obituarios de los muertos y un listado de nuevos casos.

En Colón, cuenta David McCullough, autor de El paso entre los mares, un empresario, que había vivido epidemias previas, empezó a acumular ataúdes en su establecimiento comercial, preparándose para hacer negocio.

Los periódicos estadounidenses anunciaban el fracaso de la empresa del canal. Peor aún, los trabajadores en el istmo entraron en pánico y abandonaban el lugar.

En un esfuerzo desesperado por controlar la situación, Gorgas insistió ante Wallace por el aumento de presupuesto, especialmente para la compra de pesticidas y telas metálicas. Wallace se negó nuevamente a dar su apoyo. “Tenía cosas más importantes en las que pensar”, le dijo.

La decisión de Roosevelt

Gorgas se había convertido en un estorbo para Wallace y la junta directiva, quienes no creían “en la teoría de los mosquitos” ni terminaban de entender la relación entre la salud de los trabajadores y el éxito del proyecto del canal. Las quejas sobre Gorgas llegaban a oídos del presidente Roosevelt, donde el secretario de Guerra de Estados Unidos, William Taft, pedía su despido y reemplazo por alguien “más práctico”.

Roosevelt se enfrentaba a una de las grandes decisiones de su carrera: Apoyar a Gorgas y sus solicitudes de mayor presupuesto para acabar con los criaderos, o reemplazarlo por alguien que se dedicara principalmente a “la limpieza”.

Tras consultarlo con varios expertos, tomó su decisión. Pidió la renuncia a todos los miembros de la junta directiva de la Segunda Comisión Ístmica.

El gobernador de la Zona del Canal, George D. Davis, fue reemplazado por Charles A. Magoon; el ingeniero en jefe del proyecto, George Wallace, renunció y fue sustituido por el ingeniero John Stevens. Como presidente de la junta directiva fue nombrado Teodoro Shonts. El único que quedó entre los que en el año 1904 ocupaban puestos de importancia fue Gorgas, a quien se le aumentó el salario a $10 mil anuales y se le amplió su presupuesto y poder.

La nueva junta directiva y el nuevo ingeniero en jefe llegaban con otro enfoque. No se podía construir el canal sin adecuadas condiciones de vida para los trabajadores. Lo primero que hicieron fue detener la excavación y se dedicaron crear la infraestructura de salud: se construyeron barracas con buena higiene; un sistema nuevo de provisión de alimentos para abaratar el costo de alimentación a los obreros. Se puso a disposición de Gorgas 1,200 hombres, que se dedicaron a construir miles de millas de zanjas de cemento para drenar los pantanos y aguas estancadas. Se cortaban los montes y herbazales de la ruta del canal a menos de 200 pies de todo asentamiento humano.

Según el relato del mismo Gorgas, el trabajo más fuerte de profilaxis se hizo entre los meses de septiembre y diciembre del año 1905.

El trabajo fue efectivo. En diciembre de 1905, se dio el último caso de fiebre amarilla en el istmo.

Para diciembre de 1906, tanto en la Zona del Canal como en las ciudades de Panamá y Colón, la endémica malaria, que afectaba a miles de personas a lo largo de la ruta canalera se había reducido a menos de un 5% de incidencia. En noviembre de ese año, un importante turista llegó al istmo. El que había sido considerado hasta el año anterior un lugar de muerte, y de pestes, era visitado por el presidente de Estados Unidos, Teodoro Roosevelt, y su esposa Edith.

El final de la historia es conocido. Los estadounidenses lograron construir el Canal y Panamá adquirió su fama de 'tacita de oro'.

Como señala Tom Kendrick, en su ensayo 'Historia de dos proyectos' (“A Tale of Two Projects”, disponible en pdf en https://nanopdf.com), el éxito de los estadounidenses no solo se debió a las nuevas tecnologías y conocimientos sobre las causas de las enfermedades tropicales, como la fiebre amarilla y la malaria, sino también al estilo de liderazgo y a la rigurosa y disciplinada aplicación de la más importante práctica de manejo de proyecto: los trabajadores primero.

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