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- 01/05/2025 00:00
Silencio. Así estaba el cementerio Jardín de Paz, que ayer acogió a cuatro panameños que fueron víctimas de la invasión de Estados Unidos a Panamá en 1989. Ni la lluvia se atrevió a hacer ruido. Caía serena, de a poquito, como si no quisiera interrumpir la solemne ceremonia. Allí, alrededor de las 3:00 de la tarde, una carpa refugiaba a los asistentes. Algunos se abrazaban, otros se tomaban de las manos y otros mantenían expresiones neutras.
No era un día cualquiera. La Comisión 20 de diciembre de 1989 realizaba la restitución e inhumación de los restos de Yervin José Paruta Ávila, Ricardo Aurelio Arana Riquelme, Dídimo Miranda Pineda y Ramón Alberto Núñez, que fallecieron como consecuencia de la invasión. El silencio continuaba, pero no era vacío. Contaba una historia de más de 35 años, de gritos que alguna vez irrumpieron las noches y madrugadas de aquel diciembre violento, una historia que ayer marcó justicia y alivio.
Los familiares de las víctimas esperaban a que el acto protocolar acabara, únicamente interesados en despedir a sus seres amados, aquellos quienes murieron injustamente en manos de un gobierno que siempre se lavó las manos.
“Se cumple una de las deudas que se ha tenido, por mucho tiempo con los familiares de los caídos y masacrados por la cruel invasión norteamericana. Entre ellos, se encuentran víctimas de aquel atroz acto que la jerga militar define como ‘necesarias’ a fin de obtener los resultados de las acciones militares”, expresó el presidente de la Comisión 20 de diciembre de 1989, Rolando Murgas Torraza.
Las víctimas fueron identificadas, según el antropólogo del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, Adán Hernández, bajo tres áreas: antropología, odontología y el ADN. Los restos entregados en esta fecha provienen de exhumaciones hechas en 2020 en la manzana 90 BIS del Cementerio Jardín de Paz, como parte de las investigaciones solicitadas por la Fiscalía Metropolitana de Descarga del Ministerio Público.
Durante dicha labor, se examinaron 35 sepulturas del Jardín de Paz y 8 del Cementerio Monte Esperanza, ubicado en Colón. Especialistas en medicina legal, odontología forense y antropología analizaron más de 5.000 fragmentos óseos, deteriorados por el tiempo y las condiciones del entorno, con el fin de reconstruir perfiles biológicos e identificar posibles daños en los huesos. También se recuperaron evidencias no biológicas, como proyectiles y pertenencias personales, esenciales para avanzar en los procesos de identificación.
El silencio continúa presente, acompañando a los familiares de las víctimas. Porque para ellos, no se trató de una cifra o un estudio más, sino de un ser con historias, sueños, amor y por sobre todo, una vida por delante que fue arrebatada demasiado pronto.
Las historias
Dídimo Miranda era el cuarto de nueve hermanos. Amaba la construcción. Tanto así, que estaba en el proceso de levantar un hogar para su hermana mayor y la tercera entre todos, Olivia, quien recordó que la filosofía de la familia siempre fue “hoy por ti mañana por mí”.
Contó que Dídimo había escuchado a una mujer que pedía auxilio y él, sin pensarlo, corrió a ayudarla. “Lo desbarataron”, expresó.
Elida Olivero de Núñez también asistió a la exhumación. En este caso se trató de su esposo, Ramón Valdés, quien perdió la vida defendiendo a su país. “Era cabo”, contó, sosteniendo una de las pertenencias de su pareja y padre de su hijo, Elías Alberto Núñez Olivero, que se la entregó durante el acto.
“Mi esposo entraba a trabajar a las seis de la tarde y pasó a vernos para asegurarse que estábamos bien. Lo último que me dijo fue que le cuidara a su hijo”, dijo. Elida se enteró del fallecimiento de su esposo por una publicación de un diario nacional que mencionaba las bajas. No se les dio más información.
“A pesar de todo, estoy feliz que por fin lo pudimos enterrar”, expresó.
Cuatro pequeños ataúdes se colocaron en una mesa. A unos metros, un agujero profundo. Uno a uno fueron colocados en la tierra húmeda por sus familiares. Antes de la primera palada, los presentes se tomaron de las manos y recitaron el Padre Nuestro. En ese momento, eran uno solo. Compartían el mismo dolor, la misma angustia, las mismas lagrimas y el mismo alivio.
Dos hombres comenzaron a cubrir los ataúdes con tierra. En ese momento, no solo removían la tierra, sino años de olvido, de dolor encapsulado y de verdad pospuesta. Nunca se trato solo de identificar cuerpos, sino de devolverles nombres, historias y dignidad. Significó restituir un pedazo de memoria a la nación.
Ayer el Jardín de Paz no fue solo un cementerio, sino testigo de un país que se enfrenta a sus heridas abiertas. Ayer se buscó la verdad en la tierra, allí donde muchos intentaron enterrarla para siempre.
Con la última palada, la lluvia cesó, las miradas se desviaron y las despedidas iniciaron. Se escuchó entonces el primer sollozo, la primera risa y el primer suspiro de alivio. Así, el silencio, por fin, se esfumó.