De la prostitución a la esclavitud

Pamela es alta y delgada, tiene piel canela, facciones marcadas y no sonríe fácilmente. Desde los 14 años supo que para sobrevivir en Co...

Pamela es alta y delgada, tiene piel canela, facciones marcadas y no sonríe fácilmente. Desde los 14 años supo que para sobrevivir en Colombia debía voltear la esquina de la calle 14 de Pereira, ciudad del eje cafetero, y deambular buscando clientes en el parque La Libertad, donde la explotación sexual entreteje sus redes. Hace tres años contoneba las caderas, coqueteándole a los tipos que observaban deseosos de pagar por un rato de placer cuando fue captada por una red de trata de personas que teje sus hilos entre Pereira y Colón. La espiral del crimen organizado la succionó, fue víctima y luego tratante. Hoy espera en una celda de la cárcel La Badea, en Pereira, a que dicten su sentencia.

LA CAPTACIÓN

Fue en La Libertad donde Pamela se encontró con Fabio Flores. En ese instante la vida de la muchacha de 26 años cambió para siempre. Cuando él la vio supo que era presa fácil: creció en una familia pobre de Pereira, sobreviviendo a costa de su cuerpo a la crisis económica de la ciudad con mayor índice de desempleo en Colombia. Tenía el no futuro marcado en la frente. Ninguna oportunidad laboral, nada de estudio.

—Vas a hacer lo mismo por más dinero—, le susurró Fabio. Ella creyó. Se convirtió en una de las de 800 mil víctimas de trata que según el informe del Departamento de Estado de EEUU han cruzado la fina línea hacia la esclavitud moderna, y en una de las quince que fueron captadas entre el 2008 y el 2009 por la red de tratantes colombianos de Fabio.

70 dólares para el pasaporte y salir por primera vez del país, 320 para el tiquete aéreo y atravesar la geografía volando, 500 para mostrar en migración Panamá y entrar en un país donde sus sueños serían realidad. No sabía que al llegar a Colón los 890 se convertirían en una deuda de 3 mil. ‘Y hasta que pague mamita le retenemos el documento’, dijo Rubén, el español que la recogió en Tocumen y la levó a Colón, calle 11 avenida Bolívar, hotel Internacional. Pamela trabajaría para él en La Flor y La Olimpia, sus burdeles en Colón, hasta pagar la deuda.

DE VÍCTIMA A TRATANTE

‘Hasta que pague’ es una medida definida no sólo por la deuda inicial, sino también por el incremento de multas que los explotadores imponen a las víctimas. Pamela tenía que trabajar todos los días sin descanso, si faltaba uno, pagaba 100 dólares. Debía mantenerse bien arreglada; si de repente se descuidaba, 100 dólares. Le tocaba aceptar a todos los clientes, si alguno no le gustaba o tenía el periodo y decía ‘no’, 100 dólares. A veces embriagaba sus penas y cuando llegaba borracha, 100 dólares más. El régimen de la multa alargó su estadía más allá de lo esperado. Pagó su deuda con creces durante un año y no huyó. Aprendió a vivir sin documentos, doblando esquinas apenas veía acercarse las luces roji-azules de las patrullas, tolerando las cámaras que controlan los movimientos del burdel espiándola siempre en los pasillos, y aguantando la voz de Rubén en los parlantes: ‘¡partida de putas levántense que llegó un crucero, las quiero aquí pero ya, a ver putas muévanse a trabajar!’. Entendió que lo mejor era tragarse la rabia y no llorar. Así se ganó la confianza de su explotador.

En el 2009 volvió a Pereira sin dinero, con la dignidad rota y medio trastornada. Pero ya conocía el negocio y no quería volver a deambular por La Libertad. Entonces se ubicó del otro lado de la línea y pasó a ser captadora, tratante, reclutadora de la red.

Así fue como Pamela empezó a trasladar mujeres a los burdeles de Colón. De víctima a victimaria abrió otro eslabón en la cadena del tercer crimen organizado del mundo que, según la OIM, genera entre 7 mil y 10 mil millones de dólares anuales.

TRABAJADORA DE ESPECTÁCULO

En enero de 2010, Eyra llamó a Rubén para preguntar sobre las ofertas laborales en Panamá. Jugándose su suerte marcó el 6674-3274. Acertó en su apuesta. Él la remitió con Pamela en Colombia.

Eyra es una fula de 23 años de figura curvilínea y mirada pícara que pasó el examen de admisión de Pamela en la primera observación. Al decirle que sería trabajadora de espectáculo, estatus migratorio que avala la profesión de las trabajadoras sexuales en Panamá, Eyra imaginó que bailaría en un bar o serviría mesas en alguna discoteca. Eso entraba en su rango de tolerancia. Llevaba dos años sin conseguir empleo, tiene un niño y una madre que mantener y Panamá parecía la mejor oferta.

Tres días después Pamela la llevó, junto con Vicky y Maryuri, al aeropuerto Matecaña de Pereira: ‘ni ustedes me conocen ni yo las he visto, allá las recoge Rubén’, les dijo, y se marchó.

Entre enero de 2010 y marzo de 2011, dieciséis muchachas del eje cafetero fueron captadas y trasladadas por la red de tratantes colombianos de Pamela, para ser acogidas en los burdeles de Colón.

Los de migración las reconocen: ‘a Japón viajan bonitas y delgadas, antes se teñían de rubio pero empezaron a devolverlas, ahora se pintan de rojo y castaño. A Panamá y Guatemala van bonitas y voluptuosas, cabellos lisos y largos. En Ecuador no ponen problema, les gustan todas las colombianas’, dice una funcionaria de migración que trabaja con la Fundación Esperanza en Colombia. Ninguna sabe con certeza qué va a hacer, confunden direcciones, objetivos de viaje y fechas de vuelta. Por eso es fácil identificarlas.

Después del nerviosismo de las viajeras, las preguntas de migración, las respuestas discordantes, el consejo sobre el peligro y el caso omiso, Eyra, Vicky y Maryuri llegaron a la plataforma de abordaje. Tomaron la ruta de Aires, vía Matecaña–Tocumen. Una hora después escucharon: ‘Bienvenidos a Panamá, Welcome to Panama’.

Amparo Rivera, secretaria de la Gobernación Departamental de Risaralda, dice que semanalmente salen alrededor de diez mujeres víctimas de trata. Panamá es uno de los principales países de destino y Colón uno de los centros donde más se negocia con sus vidas: ‘la red es muy fuerte por la influencia del turismo sexual y la visa de trabajadoras de espectáculo’.

LOS BURDELES DE COLÓN

Eyra, Vicky y Maryuri no tuvieron fiesta de bienvenida ni ruta turística ni una feliz estadía. De Tocumen fueron trasladadas a Colón, Hotel Intercontinental, trabajar en La Flor y La Olimpia, pagar la deuda.

—Pero yo no soy prostituta, quiero hacer otra cosa—, dijo Eyra.

—Eso no es posible mamita, tiene que pagar y si piensa escaparse acuérdese de su hijo—, amenzó Rubén.

La promesa de mejorar sus condiciones económicas trabajando y ahorrando se deshizo a la llegada. Algunas mujeres saben que vienen a prostituirse, ya lo hacían en Colombia, hacerlo en Panamá ganando dólares parece más rentable. Otras no. ‘Que la víctima sepa o no sepa no exime al explotador de su responsabilidad’, dice Gonzalo Medina, coordinador del Proyecto contra la Trata de personas en la OIM.

Eyra no quería, pero pensó en su hijo e intentó adaptarse. Pero no trabajó los primeros tres días. Entonces su deuda empezó a incrementarse con la multa. Entendió que no saldría fácilmente de esa celda y elaboró un plan de escape. Vicky y Maryuri sí sabían, pero desconocían que al llegar a Panamá les secuestrarían el documento y debían trabajar sin tregua bajo la amenaza de muerte a sus familias. Al contrario de Eyra, ellas asimilaron los códigos, que llevarían las de perder si se rebelaban, y decidieron, como Pamela, aguantar. El hilo moderno de la esclavitud se tejía alrededor de nuevas víctimas.

LA HUIDA

Eyra arriesgó en una última apuesta, ésta vez por la libertad, su vida y la de su familia. Ganó.

Con la ayuda de una amiga obtuvo dinero para viajar de Colón a Panamá y solicitar apoyo en el consulado. No quería hablar de su historia pero debía hacerlo y contarla, cada vez con pelos y señas: ante el funcionario del consulado, los investigadores de la Dirección de Investigación Judicial en Panamá (DIJ) y los trabajadores sociales. Al llegar a Colombia, de nuevo: funcionarios de migración, investigadores, trabajadores sociales, y ella con la herida sangrando en cada palabra que la revictimizaba. Sólo quería volver al hogar, abrazar a su hijo y llorar a solas con su madre. Saber que su decisión no los había dañado. Olvidar y curarse.

Su huida fue el punto de partida de la investigación en Colombia y llevó a la captura de Pamela. Con sus declaraciones, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) trazó el camino para identificar la conexión entre los tratantes de Pereira y los explotadores de Colón, ubicando a cada uno de los personajes que tejen esta red de crimen organizado en el país vecino.

Mañana: ¿Qué pasa en Panamá?

*Nombres cambiados por petición de las fuentes.

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