Ni a la tienda sin blower

Son las 6:30 de la mañana de un martes cualquiera. El salón está lleno y la laca enturbia el ambiente invadido por el soplo de varios se...

Son las 6:30 de la mañana de un martes cualquiera. El salón está lleno y la laca enturbia el ambiente invadido por el soplo de varios secadores en carrera. Una decena de mujeres atiende a otras tantas en un salón de El Cangrejo y al menos tres esperan su turno para pasar por el potro de tortura.

El de Estuardo Marroquín es sólo uno de los 6 mil salones que hay en la Ciudad de Panamá: uno por cada 74 mujeres. Pero eso no es nada. Una pequeña peluquería de Calidonia puede llegar a atender hasta 300 blowers al día, dos mil 100 a la semana, y más de 100 mil al año. En un país en el que el 80% de las mujeres tiene algún tipo de frizz, ondulación, pelo duro o rizado, ¿qué sentido tiene que cada día centenares se sometan al sufrimiento de pasar horas y horas en la peluquería para estirarse el cabello?

Clima, vanidad, competencia, machismo, comodidad, costumbre. Se pueden alegar un millón de motivos. Lo cierto es que hacerse el blower es una obligación en Panamá. Algo tan necesario como respirar. Nadie que se precie sale sin él, ni siquiera para ir a la tienda, porque una nunca sabe quién la puede estar mirando.

Al final, como explica Casilda Broce sentada esperando su turno, ir bien arreglada es sinónimo de blower, y ‘aquí la persona que no está bien arreglada es que no está bien aseada’.

No lo dicen, pero tal vez lo piensan. El blower es ley, y a quien no lo lleva se le castiga. Por eso la gente me mira mal cuando pregunto por qué no se cortan el pelo bien corto o se lo dejan rizado, que sería mucho más fácil de manejar, que les costaría menos tiempo y que el clima les favorecería en lugar de volverse en su contra. Imagino que antes de responder alguna gritará ‘está loca’, otras piensan que es una tontería o una imprudencia, que ellas nunca saldrían sin blower. Pero discretamente se limitan a responder que es necesario. Son códigos implícitos, algo que evita miradas torcidas en la calle y mandar la hoja de vida directo a la basura.

Como sea, en este salón de El Cangrejo, madre e hija se sientan al lado, en la misma pose. Otra de ellas, con varios rulos en la cabeza y un look salido de la escenografía de ‘Marte Ataca’, chatea por el BB mientras la estilista le somete al tratamiento mecánico: peinar, estirar, secar y planchar, peinar, estirar, secar y planchar...

RITUAL REVERENCIAL

Hace una década las mujeres panameñas andaban con su pelo al natural. Se desconoce cómo surgió este ritual de aceptación social que se fue multiplicando de cabeza en cabeza como un ideal de belleza hasta llegar al ‘si ella lo lleva, yo también’. ¿Competencia? Claro que sí, ‘tú no vas a querer ser el patito feo del montón’, dice Adriana de Leblanc. El problema no es que no lleves blower, si que el resto sí lo hace. Hay mucha competencia en la calle y una tiene que estar bonita, por lo menos razonablemente.

Adriana piensa que es algo que debe hacer: ‘Tampoco es cuestión de dejarse y ya, y ‘soy así, y quiéreme así’’, dice.

—Si una mujer no se arregla, ¿queda justificado que su marido la queme?— pregunto.

—Depende de hasta qué punto se ve desarreglada. Sí, de repente sí, si se ve como una piltrafa... Aunque no debería ser así, porque esa no es la idea, pero al final, entre mujeres comentamos ‘cómo no la va a quemar el marido si mira cómo anda’— responde Adriana.

Ella pasa una hora y media en el salón, dos veces por semana. Sigue un tratamiento que complementa con una hora de mascarilla hidratante otros dos días a la semana. En total emplea cinco horas semanales, desde hace al menos treinta años, que corresponden a todas las horas de un año completo, cuidando su pelo.

—Es la idiosincrasia. Lo aprendes en casa—, dice.

Igual que te enseñan a rezar, a criticar a a todo el que está alrededor tuyo, incluso en las mismas paredes. Es como si vivieras en un juicio siempre. Te lo enseña todo el mundo en el barrio, en la escuela, en la casa... Pero sobre todo en el salón, centro de encuentro de la bochinchería panameña.

Para un estilista es más importante cómo colocar las sillas que si el espejo está sucio o los productos desordenados. Ahí mandan las miradas, los recelos, prejuicios y envidias.

Giovanni Spiritto, dueño del salón Toni&Giovanni, lo aprendió de su padre: además de peluquero hay que ser psicólogo, psiquiatra, cura, confesor. La gente por ‘x’ razón encuentra en el estilista una persona sabia, que le está acicalando el ego. ‘Hay mucho ingrediente ahí, es como un arroz con pollo’, explica Giovani. ‘Uuuffff, si yo hago un libro... Con cada clienta tengo que firmar un pacto de confidencialidad’, remata.

¿Y SI NO QUIERO?

—Pero por qué no voy bien arreglada sólo con lavarme el cabello y llevarlo limpio— suplico a Luis Beltrán, peluquero y asesor de imagen.

—Tú estás bien, ya eres linda, pero si te pones en mis manos serías todavía más. Tienes que estar arreglada, te guste o no te guste. Tienes una imagen y te debes a ella. Mira, no hay mujer fea, sino mujer pobre. Con tantas cosas que hay para arreglarte, no hay excusa, la cosa es querer verte bien, no echarte al abandono.

—¿Y si no quiero?

—Es horrible que tu jefe o tu patrón te tenga que mandar a arreglarte el pelo. Si a ti el espejo te dice que necesitas un blower. ¿Cómo que no te das cuenta? Debes tener un espejo que te diga que estás desaliñada, que estás desarreglada, no estás de acuerdo al sitio donde vas a ir a trabajar. Tienes que hacer algo por ti, por cuestión de autoestima.

Luis Beltrán es capaz de hacer 18 blowers en un día con tal de que no salgas fea a la calle. Trabaja en el pequeño Mariana Style, un saloncito en pleno Calidonia que recibe un goteo constante de jovencitas salidas de la escuela, trabajadoras de los alrededores y todas aquellas que se sienten atraídas por el cartel anaranjado que anuncia ‘‘blower a $5 dólares’’.

Giovanni Spiritto, coincide: ‘La belleza externa es desgraciadamente eso, lucir bien’.

—¿Y la belleza natural?

—Hay muchas mujeres con belleza natural, pero no está de más pulirlas un poquito. Si yo la agarro, la llevo a otro nivel, se va a ver como una artista de cine. Y tú, ¿cómo prefieres verte? ¿Como una artista de cine o al natural? ¿Cómo crees que vas a llamar más la atención, cómo crees que vas a abrir más las puertas, cómo crees que vas a conseguir mejor sitio profesional el día de mañana? Desgraciadamente vivimos en una sociedad así.

Cuando Giovanni instaló su salón, treinta años atrás, había cuatro o cinco en toda Punta Paitilla, pero también había sólo dos edificios. Ahora hay 6 mil en la ciudad de Panamá y todos los días abren uno.

Existía y existe aún una necesidad: sólo el 4% de las mujeres se consideran guapas y la ansiedad sobre el aspecto físico empieza cada vez más temprano. La marca Dove realizó un estudio en 2011, entrevistó a mil 200 mujeres entre 10 y 17 años y el 72% de ellas dijo que se sienten tremendamente presionadas por ser guapas. Sólo un 11% se sienten cómodas utilizando la palabra ‘‘guapa’’ para describirse. Para el 89% la necesidad de arreglarse es grande.

EL MAL DE SANSÓN

Hay una cosa que genere aún más miedo: la soledad. Más allá de estar guapas, las mujeres buscan no estar feas. En el mismo plato de arroz con pollo que menciona Giovani, se mezclan el temor a no ser aceptadas en la sociedad, por su marido, por sus amigas y una tremenda pérdida de identidad en la masa del pelo lacio. El éxito de la raza humana es que siempre ha conocido sus debilidades y se ha adaptado a ellas. La mujer panameña se subestima con el mal de Sansón.

—La gran mayoría de mujeres acá, sin ánimo de ofender, sin cabello no son nada. Así que si se lo quitan o si no se lo arreglan, se quedan sin la única gracia que tienen.

—¿Quieres decir que el pelo es su única potencial belleza y encima si no se hacen el blower no está bonito?

—La que no lo tiene se trauma porque imagínate, ni el pelo bonito, ni el cuerpo bonito, ni la ropa bonita... Lo primero que te dicen es: ‘yo puedo estar mal vestida, en chancletas, pero si tengo el pelo lindo, estoy rica’.

A la misma pregunta Estuardo Marroquín responde: ‘Si tú le quitas el cabello largo a la mujer panameña, no le dejas ningún otro atractivo. No tienen un tema de conversación de política, de religión, de educación... algo un poco más cultural. Tienen que llamar la atención por su cabello largo’.

Atractivas sí, pero en ojos ajenos. ‘Es una sociedad que se mira poco, tenemos cierta negación a cómo nos vemos’, explica la psicóloga Issa Farides. Para ella, igual que para Luis Beltrán, nos hace falta un espejo pero para verse hacia adentro. ‘Casi ni nos miramos. Tendemos a vernos a través de los ojos de otros, y entonces nos arreglamos en función de lo que los demás quieren o desean ver’.

Reflejo social, el blower tiene dos tipos de secado: en positivo y en negativo. No te haces el blower por verte atractiva, sino para que no te vean desarreglada. Es una reafirmación de las tendencias gringas o europeas en moda. No hay más que un uniforme del ‘‘largo-negro-lacio’’ porque no se atreven a cambiar siquiera el ‘‘novia’’ o ‘‘caprichosa’’ de las uñas por un ‘‘Marshmallow’’. Porque el salón no es un lugar de encuentro y de relajación, es una forma de demostrar estatus. Por eso, a Yurelis Batista no le parece mal gastar 50 dólares al mes en el salón Mariane Style de Calidonia, ni a Daniela Torres 35 cada vez que va al salón Marroquín, una por semana.

Tiempo, dinero, calor y dolor. ¿Porque sí? La socióloga Celia Moreno acota: ‘Esta es una sociedad conformista, cómoda, en la que la homogeneidad es la norma y queda poco margen para la creatividad, lo que desemboca en poco desarrollo intelectual. Por eso tendemos a construir máscaras contra la baja autoestima, contra lo manipublables que somos’.

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