Viva La Bastilla

Dumas Alberto Myrie Sánchez
Especialidad: Geografía Regional de Panamá. Licenciatura en Geografía e Historia. Maestría en Geografía Regional de Panamá. Docente en el Ministerio de Educacióny en instituciones de educación superior. Artículos de opinión en El Panamá América, La Estrella de Panamá y revista cultural Lotería. Autor de los libros “Memorias de un bardo” y “Escritos de un sobreviviente”

En medio de las porcelanas de color azul y rojo, la libertad se renueva en lino y algodón muy fino, traída desde Normandía. Es el calor de la libertad el que mueve montañas, en medio de la autocracia vivida en los feudos. El carisma del palacio de Versalles se impregna al caminar por el jardín de flores amarillas. El perfume sobre los vestidos, en encajes de seda, es encorvado por el viento, que se renueva por las ideas enciclopedistas. El jardín del palacio está desdibujado por los olores fétidos de los orinales y por las decisiones de la nobleza, que acallaba a los siervos con heno del foso de los castillos. Esta historia es como una novela turca llena de excesos del monarca, quien en banquetes insaciables compartía su hogar con pulgas y ratas. Una guerra, donde el sol se enaltece en lo alto de la guillotina, comparte su visión de libertad para Francia, dictada en secreto por Robespierre. Claramente, el monarca se hundió en su prosa expansionista al colaborar con los colonos ingleses con milicia y ayuda logística en campo. Se levanta un nuevo héroe en Europa, de nombre Napoleón. El monarca, en medio de un juego de sábanas, corre entre las praderas como buen ladrón. Sus horas de ensueño son fugaces, al acabar como prófugo de la guillotina. Esa revolución de ideas se vuelve muy diversa hoy en día. Con una mezcla étnica profunda, sus raíces son el pasado de un imperio que logró sostener, bajo su látigo, varios reinos de África. Mi corazón late como una locomotora al son del himno francés. Cómo, en el Caribe, la derrota de un soldado francés, con claras intenciones de ejercer presión sobre los territorios de Canadá, trajo la pobreza de un país con una rica tradición, llamado Haití. Esa lucha no debe terminar, y hoy Francia debe unificar esa rica lección dada en La Bastilla. Hoy comparte ese ideal de unir culturas, sobre todo con su rica aprehensión de saberes de esa tierra, con ese son de baile y música ancestral. Hoy en día en el mundo es mi reloj de vidrio el que se perfila sobre las paredes de una nueva ciencia: la bioética. El ser humano es especial por trazar, sobre lienzos en papiros, las huellas de la humanidad; pero ese don requiere no abusar y respetar a las demás especies. Los avances, y sobre todo la diversidad, solo se comprenden al respetar los recursos humanos y la vida del planeta. Ese discurso de leyes que moldean varios mercados, por vastedad de espacio, son falsas justificaciones. Igualmente, el daño por la guerra es inagotable y las praderas llenas de litio, en el éxtasis de los muñecos de porcelana que son el daño no al mañana sino a la conciencia del mundo. Incluso hoy tienen vida, y es el reto de la nueva revolución de la humanidad.

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