Los 91 años de mi madre: Xenia Ramos De Ureña

Actualizado
  • 15/11/2021 00:00
Creado
  • 15/11/2021 00:00
En esta edición, el maestro de la plástica panameña, adentra al lector en un viaje hacia la cordillera central, dentro del corazón de la provincia de Veraguas, y al seno de su familia, los Ureña Ramos

Allá arriba en la cordillera central, la culebra de agua se despierta desde manantiales —los llamados ojos de agua—, vaciándose en los caudales del Tabasará, del Río Cobre, del San Pedro, hasta el majestuoso Santa María, para intimidar a los habitantes de esos poblados, pues el periodo de lluvias en octubre y noviembre levanta cabezas de aguas que arrastran consigo todo aquello que encuentra en su camino.

La serpiente acuática, con su tremenda cabeza de agua, ha sido la escolta implacable que ha quedado grabada desde la infancia en la mente de los pobladores de las provincias centrales. Al punto tal de que, en cada familia, se registran anécdotas y cuentos de ahogados, inundaciones de potreros (fincas y casas), puentes arrastrados por enfurecidos ríos y personas desaparecidas por las cabezas de agua que nunca fueron recuperadas. Eso hace muy especial la memoria colectiva del Panamá profundo.

Entonces, fue así que me encontré bajo una fuerte lluvia con un paraguas, frente a la casa de mi madre. Bajo ese paraguas también se resguardaban Patricia, Patrick y el cachorro Pumba. El motivo por el que nos encontrábamos en Santiago de Veraguas era el cumpleaños de mi madre Xenia (noventa y un años), y mi preocupación era que había prometido subir a la cordillera para bañarnos en los ríos, pero dentro de mí, sentía ese miedo que existe en lo más profundos de quien ha subido varias veces a la cordillera central, sintiendo este compromiso como un reto en esta ocasión.

De improviso, como sucede allá en el interior, la lluvia desapareció aplastada por un radiante sol, miré hacia la cordillera mientras cerraba mi paraguas y me dije: “Estamos en Veraguas. Pues solo por estos lares la naturaleza se desviste con bizarras situaciones que sorprenden por su crudeza”.

El antiguo horno de Atalaya
Conocedores de la música folclórica, moderna y clásica, la familia se reúne para entonar melodías en cada celebración.

Entre los árboles de marañones que se encuentran en la vereda que sirve de cerca a los potreros que conducen a la ciudad de Atalaya, se filtraba un fresco vientecito. El sol de noviembre dibujaba con fuertes tonalidades el verdor del invierno veragüense.

Pensar en Atalaya es pensar en nuestro padre Jesús de Nazaret, y nosotros hacia allá nos dirigíamos para buscar el pernil horneado con leña de monte y compartirlo en la celebración del cumpleaños.

Entre las casitas con patios bien desyerbados, una cara redonda con una amable sonrisa nos recibía. Era la señora propietaria de los hornos donde se hacen pan, dulces y perniles para todo tipo de fiestas, lugar bien conocido por los amantes de la cocina criolla santiagueña. Al entrar, me recibe un gran espacio donde está colocado el primer horno hecho de barro, que fue donde la familia inició la actividad de panadería. La amable señora se detuvo a explicarnos la historia personal del viejo horno que contribuyó al sustento de toda su familia… y más atrás (en el espacio contiguo) el otro horno donde se encontraba colocada en la puerta, todavía caliente y olorosa, una bandeja con el pernil ya cortado y una suculenta parrillada de carne asada.

¡Madre de Dios! Hemos sido creados para saborear las delicias de este mundo y no pude dejar de acercarme a esa bandeja y tomar un pedazo de pernil apenas salido del horno y, aunque todavía caliente, gozarme lo exquisito que es el pernil de cerdo de Atalaya.

Entre los hornos observé que había mucha madera cortada, con piezas de albañilería y me vino la curiosidad por preguntar; entonces mi viaje se convirtió en algo más interesante que solo la degustación de las delicias culinarias

La hija de la señora ayudó al propietario del horno para que diversificara sus actividades en la época de la bruma que tuvieron que pasar durante la pandemia e hice un recorrido admirando la capacidad que esta familia ha tenido para construir una infinidad de objetos en madera para el sustento familiar. Así aprecié las sillas, las puertas y una infinidad de curiosas invenciones como lo eran las entrelazadas tiras de madera para hacer potes para colocar plantas. El ingenio creativo muchas veces se desarrolla en las condiciones menos esperadas, sobre todo para buscar soluciones en periodos de necesidades, y eso había sucedido en el seno de esta familia.

Hacer una buena buceada... ¡sin mascarilla!

Cuando mi familia se reúne para celebrar cualquier acontecimiento, nunca falta la música, con la diferencia de que no solo usamos el aparato para reproducir música, más bien cada hermano toma un instrumento musical e improvisamos una tarima en el patio del hogar de mi mamá.

Somos una familia donde se ha cultivado la música, sea folclórica, moderna o clásica; eso hace que armemos un conjunto musical que parece más un sancocho de orquestra o simplemente un combo musical, pues todo tipo de instrumentos son aceptados—lo digo para hacer justicia a mis cuñados que cogen cuchara o tenedor y nos acompañan con los vasos y botellas.

Ese momento también es cuando los nietos y bisnietos se toman la tarima para presentar lo mejor de su repertorio y encontrar el beneplácito de los Ureña Ramos.

Este año, Aristides Ureña Barragán —mi sobrino—, se presentó con su flauta traversa para apoyar a nuestro grupo musical, haciéndolo con gran maestría. Aristides ha heredado una de las características que se presenta repetidamente en nuestra familia, y es la condición de poseer el Oído Absoluto. Agradecida herencia del ADN de Don Samuel Ramos Madrid, mi abuelo materno.

Lo que más disfruto de tocar en este grupo, es el momento donde entramos a la improvisación de los más valientes de las reuniones. Entonces, les cuento que este año fuimos capturados por la flauta traversa de Aristides Ureña Barragán, que hizo pasajes difíciles de valses, pasillos y sobre todo de músicos de la Habana, como improvisador de una especie de vieja trova cubana.

Ahí fue cuando mi hermano Demóstenes Arnulfo (Tuto), que cubre la posición de bongoncero (bongó), al terminar la pieza musical, con voz emocionada nos djo refiriéndose a Aristides: “Vaya pelao, te luciste buceando en aguas oscuras… ¡y sin mascarilla!”.

Me es obligatorio señalar que Aristides, en el cierre de la pandemia, ha sido sometido por su padre Axcel Ureña Ramos a un duro entrenamiento en el conocimiento de la música culta bajo la sabiduría del que conoce notas musicales y sobre todo, la escritura del pentagrama.

Los 91 años de mi mamá y la pandemia

Sentarme a la mesa del comedor con mi mamá, es un gesto que aprecio mucho. Ella, con sus 14 hijos supo echar pa lante a pesar de los obstáculos que la vida nos pone. Mujer con una férrea fe católica y una esperanza siempre presente.

Yo digo siempre que ella es el mejor ejemplo de la mujer panameña, pues aquella señora de cara redonda, propietaria del horno de Atalaya junto a su hija, pudo superar momentos difíciles, presentándose hoy con una floreciente actividad económica sin desmayar.

Mi sobrino Aristides, también aprovechó la pandemia para mejorar sus técnicas musicales, y así, una infinidad de ejemplos junto a personas desconocidas que han sabido superar las adversidades impuestas por la covid-19.

Eso nos hace pensar que existe una luz muy brillante que se abre donde hay oscuridades, donde no hay que temer, porque contamos con una memoria personal construida a través del tiempo y que está coordinada por una profunda simbiosis de todo lo creado, que nos permite comprender los motivos de por qué después de un violento chaparrón, pasamos a cerrar nuestros paraguas con la llegada de un sol brillante.

¿Bizarra coincidencia?... o ¿la presencia del Señor?

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