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- 28/07/2013 02:00
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Si Luis Buñuel, como cineasta, como artista y como figura del surrealismo, sigue o no vigente es una pregunta fácil de responder. Y no sólo por el hecho de que la casa de México en la que vivió está siendo restaurada y será un centro cultural dedicado al cine dentro de poco tiempo, sino porque es parte de los objetos y los temas con los que nos relacionamos todos los días.
Sin buscar demasiado, la respuesta comienza en la contratapa del libro que estoy leyendo en este momento: Desde el jardín, de Jerzy Kosinski, de editorial Anagrama. Una de las recomendaciones de la contratapa de esta novela –por cierto, muy recomendable- tiene la firma de Luis Buñuel, y dice: ‘Quizá el libro que más me ha impresionado’.
La segunda parte de la respuesta surgió también sin buscarla, pero con un poco más de dedicación. Hace alrededor de un mes, mientras visitaba una muestra temporaria de Dalí en el Museo Reina Sofía, en Madrid, descubrí no sólo que en una de las salas se proyectaba Un perro Andaluz (1929), la primera película de Buñuel, coescrita con Dalí, sino que además había más de una veintena de personas frente a la pantalla, una cantidad bastante similar a la que se encontraba frente al Guernica de Picasso, la mayor atracción del museo.
Como si esto fuera poco, hablando con un amigo sobre esta nota, me recordó que en Medianoche en París (2011), una de las últimas películas de Woody Allen, durante una reunión el personaje principal decide acercarse a un joven Buñuel para contarle una idea disparatada para una de sus películas; y, lejos de lo que se podría suponer, el personaje de Buñuel responde: ‘¿Por qué no?’.
Y esa respuesta –ese ‘¿por qué no?’- muestra también, aunque a simple vista no lo parezca, qué es lo que representa este cineasta en la actualidad, más conocido por su ideología que por su filmografía, por abrirse a nuevas ideas, por haber llevado el surrealismo al cine y por filmar escenas ridículas y acontecimientos desconcertantes de la forma más natural, sin música que los anuncie, ni cambio de plano, ni zoom, ni nada. Porque de esa forma Buñuel los imaginaba.
‘Él era el único que sabía lo que estaba haciendo’, dice la actriz mexicana Silvia Pinal en los extras de El ángel exterminador (1962), película de Luis Buñuel que ella protagoniza. Y cuenta que cuando Buñuel le dijo que en el guión figuraba que debían entrar dos veces en la casa, una detrás de otra y sin salir en el medio, ella le preguntó: ‘Pero Don Luis, ¿por qué entramos dos veces a la casa?’. Y él respondió: ‘¿Usted nunca ha desayunado dos veces o se ha bañado dos veces en el día?’. ‘Sí’, dijo ella. ‘¿Y entonces por qué no entrar dos veces?’, finalizó Buñuel. Así explicaba el cineasta aragonés sus ideas, tanto para sus actores como para el público.
En Ese oscuro objeto del deseo (1977), por ejemplo, que fue la película con la que Buñuel se despidió del cine, nos encontramos con dos actrices que interpretan el mismo papel, un recurso interesante pero del cual es imposible encontrar una explicación que justifique la idea. Las dos actrices se alternan sin más. Y lo más interesante es que uno, como espectador, aprende a disfrutar de ese desconcierto no consensuado.
Hasta su muerte, de la cual se cumplen 30 años, fue fuente de ocurrencias para Buñuel. En su autobiografía, titulada Mi último suspiro, cuenta que su único deseo para cuando estuviera muerto era poder salir de la tumba cada diez años a comprar periódicos y volver bajo tierra para leerlos.
Si la realización de un deseo fuera tan simple como él mismo pensaba sus películas, este 29 de julio podríamos presenciar su tercera salida. ¡Atentos!
CINÉFILO