Caballos, carruajes, independencia y modernidad

  • 21/09/2021 00:00
Los primeros caballos y yeguas pisaron suelo americano en 1493 durante una de las expediciones de Cristóbal Colón al continente

“El paseo más considerable y de asistencia casi precisa, es el de la Alameda de los Descalzos, los días domingo y especialmente el de Año Nuevo, con motivo del paseo de alcaldes, y el 2 de agosto, por el jubileo de la iglesia inmediata de los recoletos franciscanos. La multitud de coches y calesas, la diversidad de sus colores y estructura, el aseo del traje de los sujetos ilustres que concurren, la finura de las madamas que lo hermosean, todos estos objetos contribuyen a hacer muy agradable esta especie de espectáculo público [...]” (José Rossi, 1791 en “El Mercurio Peruano”).

Los primeros caballos y yeguas pisaron suelo americano en 1493 durante una de las expediciones de Cristóbal Colón al continente. Estos venían acompañados de otros animales como perros, cerdos, gallinas, cabras y ovejas. Los reportes de la cantidad de caballos y yeguas que llegaron con los españoles son tan diversos como las fuentes que los contienen (Cossich, 2021)

Además del uso militar que inicialmente tuvo el caballo, pronto se le dio un valor social una vez establecida la burocracia en la América española. Según el historiador Cantuarias (1998) “[...] la primera carroza que rodó en Lima, fue la del virrey marqués de Cañete, don Andrés Hurtado de Mendoza en 1556” con corceles traídos de Panamá. En enero de 1597, el cabildo limeño decidió comprar cuatro carretas y sus respectivos caballos panameños lo que muestra, además, su valor utilitario (Libro de Cabildos Nro. 12; Lohman, 1949). Para 1707, el viajero francés Vicent Bauver señalaba que en la ciudad de los Reyes «hay ya muy pocas carrozas y 4 mil calesas» (Serrera, 1992, citado por Cantuarias, 1998). En 1815, durante el período del virrey Abascal, aparece otra valiosa estadística de carruajes en Lima que señala la existencia de 1,500 calesas, 230 coches y 150 balancines públicos, total 1,880 vehículos sin contar las carretas de carga (Ugarte y Ugarte, 1967) y todo ello tirado por acémilas traídas del interior del país, de Panamá y de Chile. El comandante de la armada imperial rusa, Basil Goloffnin, que visitó el Perú en 1818, corrobora esta información. En la época del proceso de independencia (1821) el número de transportes de lujo se redujo drásticamente debido a las necesidades de la guerra, ya que mulas y caballos terminaron en los ejércitos en liza transportando guerreros, suministros, cañones y pertrechos. Jinete y caballo se hicieron uno en el imaginario popular y algunos corceles adquirieron leyenda propia como “El Negro” que llevó la noticia de la victoria de Ayacucho (1824) a los patriotas de la ciudad de Lima y a los tenaces defensores de la Corona atrincherados en la fortaleza del Callao generando vítores de los primeros y la rendición de los segundos.

Las cosas cambiarían lentamente en la joven República. En 1827, por iniciativa del mariscal José de La Mar se establece un incipiente servicio de transporte colectivo de “diligencias” entre la capital y las poblaciones circunvecinas, estas eran custodiadas por gendarmes dada la criminalidad que se desató hasta 1831. Para 1847 el servicio de “diligencias públicas” era un negocio sólido con “coches ómnibus” –de seis o más asientos– que salían de la actual plaza de San Agustín en el centro de la ciudad. Los empresarios Felipe Barreda y Juan Bautista Casanave ofrecían comodidad y rapidez con transportes de pasajeros tirados por caballos traídos de Colombia y Panamá (Gálvez, 1967). Con la aparición del ferrocarril en 1851 los coches migraron a rutas más cortas, redujeron su tamaño (a balancines y birlochos), cambiaron sus tarifas y prefirieron caballos menos robustos, algunos tan flacos que se decía “ese fulano es tan flaco como un caballo balancinero”. (Fuentes, 1867). Nacían así los primeros taxis. Con la riqueza del guano, los limeños renovaron sus vehículos y se utilizan lujosas berlinas, cupés, milores y coches denominados 'victorias' tirados por briosos y hermosos caballos (Paz Soldán, 1862, citado por Dávalos y Lissón ,1922) importados de Europa, Chile, Panamá y Colombia. Los tranvías, antes de su electrificación en 1890, eran también tirados por caballos pero estos eran nacionales más asequibles para el erario público. La desastrosa contienda denominada “Guerra del Pacífico” arruinó a todo el mundo y cerró un ciclo de esplendor que quedó reflejado, en parte, en las “Tradiciones Peruanas” compendio de historias costumbristas de Ricardo Palma.

En 1904, la “Societá Italiana de Exportazione al Pacífico”, trajo desde Panamá el primer Fiat para el ítalo-peruano Genaro Maghella (Basadre, 1966), irrumpía así el automóvil en la sociedad peruana en una contienda desigual contra el caballo, la mula y la carreta que trajo un abismo de diferencias con lo que se tenía hasta entonces. Un nuevo modo de vida para un nuevo siglo.

Embajador de Perú en Panamá
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