Ante la compleja situación social y política que atraviesa nuestro país la Conferencia Episcopal Panameña, el Comité Ecuménico y el Comité Interreligioso,...
- 14/02/2010 01:00
V uelve un año más el Rey Momo a campar por sus fueros y a la gente en este país ya le pican los pies, las manos, las orejas y la lengua de ganas de bailar, beber, tocar y escuchar pito y murga. Un año más todo el resto de los aconteceres se diluyen en una orgía de alcohol y desenfreno.
Un año más tiemblan los enviados de Dios y se desgañitan predicando contención desde sus púlpitos, tratando (hasta ahora sin éxito en la mayoría de los casos) de arrancar de las garras de los demonios de la carne a los fieles. No se han dado cuenta de que el mayor problema que tienen es el arrepentimiento y el perdón, para qué voy a contenerme, si luego me arrepiento y me perdonan. Y no duden que muchos, muchísimos se arrepienten, dando a luz en noviembre, haciéndose la prueba del sida en un par de meses, o preguntándose como en la canción de Rubencito, “¡¿Qué pachó!?”, cuando la mula se les cruce y los mande, a ellos y a su estupidez, al otro mundo.
Un año más. Un año más nos enfrentamos a días de olvido, de nada importa y de aplazamiento de todo lo que no sea culeco, hielera y carne, mucha carne. Carne prieta, carne deseable, carne morena, carne con color a muerto reciente, carne antigua, lorzas desaforadas, celulitis que desbordan las fronteras de la tela, barrigones indecentes que tiemblan al ritmo de la canción de moda, muslos sudorosos, sobacos que te restriegan el pelambre en la cara al levantar los brazos gritando “agua, agua”, carne en palito, y los palitos que se te clavan en la carne cuando los pisas en medio de los saltos. Carne que apetece y carne que estomaga. En estas fechas, definitivamente, la “carne vale”. De nada sirven las prédicas y las advertencias, de nada sirven las conminaciones y los avisos de infierno y el diablo cojuelo que nos espera a todos, tridente en ristre y caldera humeante. En el código genético llevamos escrito desde hace miles de años que hay un tiempo en el año en el que las leyes sociales se invierten, en el que se cambian los papeles, en el que todo vale y podemos hacerle burla al rey y al papa. En donde los mapas sociales no sirven y compartes guaro y campana con aquellos que el resto del año te miran desde arriba.
Este espacio fuera del tiempo ordinario hace desaparecer las preocupaciones y los problemas de todos los días. En estos días nada es suficientemente importante para importunar la fiesta.
Pero ¡ojo!, aviso con negra premonición, que no todos descansan y muchos de nuestros gobernantes dan la impresión de que están apurados a que llegue el olvido, frotándose las manos de impaciencia, y sabiendo que regresamos el miércoles de ceniza con resaca y mala conciencia, (y con el nerviosismo de tener que justificar ante el o la cónyuge ciertos actos un tanto extraños). Están regodeándose en lo que están haciendo y van a hacer, sabiendo o creyendo que todo lo olvidamos en medio de los desfiles de las reinas. Esperando que nos olvidemos de lo que nos preocupaba antes de la interrupción carnavalística. No es la primera vez que nos madrugan un lunes de carnaval, y cuando regresamos de la fiesta no ha pasado nada. No es la primera vez, ni será la última que el pueblo perdona en Carnaval lo que no hubiera dejado pasar cualquier otro día… La única salvación que veo yo este año es que la improvisación, el mal manejo y las estupideces que se han hecho y se siguen haciendo en la planificación de los carnavales capitalinos logren que estos sean un verdadero desastre. Y eso es lo único que seguramente el panameño no pudiera perdonar.