- 02/11/2020 00:00
“Para el mes de octubre, busquen en los guarumos y entre sus ramas encuentren al perezoso”, así me decía mi abuelo Samuel y yo, a decir verdad, no entendía, hasta que supe que el guarumo era el árbol, el perezoso era el mono y que en el mes de octubre sube a comer las frescas hojas del árbol. Este refrán era un dicho popular que se usaba para indicarnos la actitud perezosa con la que enfrentamos nuestras responsabilidades.

Hace tres años, en mis caminatas matutinas, en un sendero a manera de calle secundaria, sentía dentro de mí aquellos recuerdos de las memorias, de los vestigios de lo que fue la presencia militar; en este Albrook de la exzona canalera, ocupada, en ese entonces, por la presencia estadounidense.
Quien ha tenido la dicha de pasar por los lares de la caótica construcción de la embajada rusa y el colegio Saint Mary's, comprenderá lo que aquí describo.
Es bonito caminar por estas calles, bajo las sombras de las cúpulas de los arbustos que se abrazaban entre ellos, formando un arco suspendido sobre la carretera. Es un gusto atravesar por ese túnel que la caprichosa naturaleza había creado y que cumplía con una importante tarea: ser el sendero seguro para que los pequeños animales pudieran cruzar de un lado a otro, pues las inteligentes soluciones que la naturaleza nos propone son siempre funcionales a una integración para la convivencia mutua... tocando muchas veces la genialidad.
Vi poco a poco que iniciaron la construcción de unas aceras para que los peatones pudieran transitar sin peligro, sin pasar por el senderito de tierra que se había formado a manera de cuneta al lado de la carretera que, para la temporada lluviosa, se convertía en fango. Y así fue que poco a poco pasaron a construir las benditas aceras.
No soy ingeniero, no soy arquitecto, pero a cualquier atento observador, es de inmediata comprensión que “echar cemento por echar cemento, no es buena cosa”. ¡Increíble! No tenemos que pedir un buen gusto estético, pero sí un análisis del lugar que vamos a intervenir; se necesita de una proyección estudiada sobre ese determinado lugar. Eso es lo que nos dicta el buen sentido de cada cosa.
Hace unas semanas, cuando estábamos en confinamiento, salí tempranito (en mis horas de salida y en los días que nos habían asignado) y encontré este árbol caído a orillas de la carretera. No ha pasado ni un año de la construcción de las aceras.
La indiferencia es el peor de los males, que derrumba silenciosamente la moralidad y los valores de las personas; porque nos vacía poco a poco, muy dentro de nuestro ser. Esta ciudad que pretendía ser un jardín (así nos fue vendida y así aceptamos que tenía que ser), poco a poco va perdiendo su razón de ser... contagiada de un mal que va silenciosamente desapareciendo, un árbol, otro árbol, una flor silvestre a la vez, sin retorno alguno.
Metro a metro de jardines, deforestación única en el mundo, cada vereda dejada al albedrío con cloroformizado personal y de regla gubernamental. Una incomprensible dejadez por encaminarnos por la apatía a la herencia más grande que individuo humano haya recibido.
Al parecer este progreso nos ha educado para el abandono de nuestro entorno y cultivar frialdades hacia lo nuestro. Sobre todo, perdemos cada vez más la oportunidad de educar a nuestros hijos bajo una nueva manera de vivir en plena armonía con nuestro hábitat. Y estas son las razones que me motivan a escribir este texto, porque quien vive en Albrook, vive en un museo único de biodiversidad.
No podemos enseñar a nuestros hijos a destruir o quedarse callados frente a la destrucción de las maravillas de piezas únicas de nuestro ecosistema. Un museo sirve para preservar la memoria que construye una nación, es el cimiento donde se concreta su existencia. Esa memoria es histórica, cultural y de su ecosistema.
Dicen que “no hay mal que por bien no venga”. En este periodo de limitaciones por el nuevo coronavirus, quien haya podido aventurarse entre las veredas de Albrook ha notado que los coatíes, los ñeques, los tucanes y otros, se han acercado más a nuestras habitaciones, a pesar de que los mangos tardaron en dar frutos. Tuvimos un maravilloso mayo de florecimiento de las orquídeas. Las iguanas y los perezosos se han atrevido a compartir con nosotros en este lluvioso octubre, porque en la cima de los guarumales, las hojas tiernas vuelven a florecer.
La naturaleza siempre ha ido más allá de nuestra imaginación –se lo dice uno que tiene la estética y la creación por credo diario– y la belleza está en la manera en cómo la percibimos y cómo estamos acostumbrados a observarla. Y Albrook es (todavía) belleza pura natural, que armoniza “al golpe de una primera mirada” con una preciosidad única. La condición para ello es que, dentro de su corazón exista la comprensión del respeto por todos los seres vivientes en la naturaleza y el valor universal al ecosistema. En este sentido, la defensa de nuestra biodiversidad.
Ese árbol caído en la acera paga una culpa que no ha sido merecida, mas es el fruto de la ineptitud de muchos, es el fruto de una cultura coronada por insensibilidades hacia la naturaleza... que ha dejado estragos en el caótico desarrollo urbanístico de la ciudad de Panamá. Albrook no es Betania o San Francisco, barrios que fueron tragados por el cemento en territorios sacrificados por la indiferencia de sus habitantes. Albrook no puede ser abandonado a la especulación urbanística, a esa visión miope que quiere un “todo uniformado a un solo vacío sentir”, porque despersonaliza el vivir de sus habitantes, desorienta las metas y no dignifica nuestro territorio.
Y en esta lucha, somos muchos los que recuperamos metro a metro, planta a planta estos ecoespacios de biodiversidad.
¿Quién sabe lo que piensa un mono perezoso cuando está colgado en la cima de un árbol de guarumo? Al pensarlo, sonrío para mis adentros, pues tal vez piensa muy lentamente viéndonos en nuestra frenética vida cotidiana... y tal vez sonría por nuestro apresurado vivir.
Lo que sé, es que nuestros destinos viajan juntos hacia metas compartidas, pues somos un lento pincel que da color a una obra maestra y en esa creación artística estamos todos representados con nuestras alegrías y nuestras tristezas, para que no nos olvidemos del viejo refrán que nos incita a abandonar la actitud perezosa frente a nuestras responsabilidades y podamos enseñar a nuestros hijos con orgullo que: “Para el mes de octubre, busquen en los guarumos y entre sus ramas encuentren al perezoso”, como me decía mi abuelo Samuel.