El dilema de las estatuas

Un movimiento anti racista, detonado por la muerte de un afroamericano a manos de un policía blanco impulsó el derribo de estatuas de figuras históricas tildadas hoy de esclavistas. Interesante momento para generar una discusión sobre los monumentos de nuestro país
La estatua de Vasco Núñez de Balboa es una de las más cuestionadas.

Hace unos días, Twitter fue el escenario de una acalorada discusión sobre los monumentos nacionales, a raíz del derribo de varias estatuas de Cristobal Colón en ciudades estadounidenses. En el Congo, no es nada bien vista la estatua del Rey Leopoldo II, quien durante tiempos de la colonia lideró uno de los más cruentos genocidios en África.

Y, ¿qué pasa en Panamá? Uno de nuestros más emblemáticos monumentos es el de Vasco Núñez de Balboa, figura cuyas virtudes se ven opacadas por sus acciones, algunas al margen de la ley y de la moral. Por otra parte, hay una gran deuda con figuras autóctonas, que en los libros de historia son mencionados vagamente.

“¿Dónde está la estatua de Panquiaco?”, se había preguntado la artista Ana Elena Tejera, quien por mucho tiempo buscó información del indígena quien guió a Balboa en el recorrido que terminaría en el avistamiento del llamado Mar del Sur.

Una intervención del artista José Braithwaite cubriría por algunas semanas, las estatuas de Balboa y otras ubicadas en el Casco Antiguo, justamente para “generar un diálogo sobre lo que representan las estatuas para los ciudadanos”. La mayoría de los habitantes de la ciudad de Panamá no repararon en ello, muchos confundieron la intervención con trabajos de mantenimiento.

Pero en Twitter la cosa fue más allá. Hubo quienes hablaron de derribar a Balboa y a otros más, mientras algunos defendieron el statu quo y tildaron a sus oponentes en pensamiento de radicales.

Sin afán de tomar partido por alguna de estas posturas, es valioso el cuestionamiento de lo que representan los monumentos que no solo tienen el fin de adornar parques y avenidas.

¿Qué representan las estatuas?

“Los monumentos son una representación particular de una sociedad y cómo quiere verse, cómo se representa a sí misma”, explica la historiadora Marixa Lasso. Y hace la salvedad de que “no son un libro de historia ni un análisis histórico, es una representación de lo que se considera heroico en una sociedad en determinado momento”. Además, no se trata de la visión de toda la sociedad, sino de quienes tienen el poder de ponerlas. “Es la manera en que quienes las erigen se ven a sí mismos, una representación de lo que significa la nación y los valores que representa”, agrega. De acuerdo con la historiadora, si se observa los monumentos establecidos a lo largo del tiempo, se puede entender claramente la visión hegemónica o dominante de la idea de nación que se tiene en cada momento”.

Hay que tomar en cuenta que “toda construcción histórica es también una construcción ideológico política; y lo es, en cuanto expresa una modalidad de enfrentar y representar el pasado que subyace a nuestro presente”, dice el sociólogo Enoch Adames. “Las estatuas al igual que los museos congelan o cosifican el pasado, mostrándonos un momento socio-histórico ya realizado, momento que no está desprovisto de intereses socioculturales. Sin embargo, las estatuas en particular muestran: en primer lugar, la naturaleza histórica social de la producción cultural en su elevación como monumento; y en ella, el efecto inherente de trascender en el tiempo histórico. En segundo lugar, la fuerza simbólica de imponer una visión histórica del pasado. Y en tercer lugar, su referencia no siempre explícita a un conflicto entre dominantes y dominados”, agrega.

Vasco Núñez de Balboa

La estatua del descubridor se erige en un momento en que una cultura norteamericana muy fuerte llegaba al país. “La idea de Balboa va surgiendo muy temprano, al principio de la misma República, como una contraparte a los constructores del Canal”, relata Lasso. “Gorgas y Goethals se representaban como héroes, Panamá estableció un héroe, relacionado también con el tránsito entre los dos océanos, pero hispano”. Claro está, influyen otros elementos como una representación de principios de la república de que lo hispano es blanco, una visión que no ve a todos los grupos que la componen como igual. y que excluye. El debate es qué representan hoy estos monumentos.

“Que las estatuas expresan una determinada concepción del orden social y político, está fuera de toda debate”, asegura Adames. La pregunta es, si esa concepción del orden —que desde el pasado se prolonga hasta el presente—, nos permite una convivencia político-cultural.

Esto, según el sociólogo, es especialmente importante en el caso panameño, ya que la construcción por la independencia estatal-nacional fue y es el producto de fuertes conflictos sociales. “La naturaleza contradictoria de la sociedad panameña, sus problemáticas no siempre realizadas o resueltas —la fuerte desigualdad y exclusión, social, étnica, género, por ejemplo— choca con el imaginario y el discurso dominante, que tiene entre sus dispositivos de hegemonía, monumentos que consagran un orden establecido”.

Todos los sectores han tenido a lo largo de la historia, sus figuras importantes, valoradas, admiradas. Sin embargo, las estatuas las hacen los grupos que dominan. “La decisión de erigir estatuas es de Estado y ellas son la memoria del estado, no de toda la sociedad que es mucho más heterogénea y donde circulan muchas memorias al mismo tiempo. La estatua es tal vez la memoria más sintomática del poder”, destaca Lasso. Pero aunque los héroes de los dominados no tengan estatuas, estos permanecen en la memoria histórica. “Hay muchas maneras de recordar: placas, panfletos, canciones, libros. La memoria de Victoriano Lorenzo no se va, aunque no tenga estatua”, recalca.

Pero, ¿es justo mantener símbolos que ofenden a algunos sectores? “No hay neutralidad valorativa o científica en la historia. Y los monumentos o estatuas no escapan a ello”, sostiene Adames. Sin embargo, a la historia celebrativa y oficial no les interesa problematizar y menos develar el conflicto que está oculto en cada monumento o estatua. “Sólo a los dominados (social, étnica y género) les interesa el pasado de manera problemática: Y les interesa, porque debajo de cada estatua oficial, hay una explicación del orden social y político que tenemos. Donde se ve a una estatua y en ella un acontecimiento portentoso; otros ven una tragedia, una catástrofe social: Balboa resume de manera perfecta lo anterior, el conquistador vs el genocida”.

Quien rige, tiene la oportunidad de cambiar símbolos. Al llegar los conquistadores a Tenochtitlán pusieron una catedral sobre las pirámides que allí había. Es lo usual. “En la zona del Canal los norteamericanos pusieron sus símbolos. Eso es normal aunque no necesariamente sea bueno. La estatua es un símbolo de poder. Es un patrimonio porque representa la manera de entender el poder”, argumenta Lasso. Pero si el cuestionamiento propio concluye en que esa imagen o símbolo ya no nos representa, hay varias formas en que, de acuerdo con la historiadora, se puede manejar esa situación:

“Una de ellas podría ser intervenir la estatua para que deje de tener el significado que ostenta. Puede acompañarse de otras estatuas que le den otro contexto; se puede retirar o hacerla parte de un museo”, reflexiona.

¿Resuelve el problema el derribo de una estatua? Para Lasso, ciertos símbolos refuerzan la idea de quiénes somos. Si tienes estatuas que glorifican la violencia contra ciertos grupos, se van a perpetuar. Por eso estas discusiones son realmente importantes”, sostiene.

“Derribar una estatua es derribar de manera simbólica una concepción; también, una explicación de la sociedad”, detalla Adames. Sin embargo, cada conflicto hay que verlo en su contexto histórico. “En EEUU o en Inglaterra derribar estatuas de notorios esclavistas y genocidas parece ser una forma simbólica de expiación, de reparación, es la manera de enfrentar un presente que glorifica un pasado ignominioso”, analiza.

Mientras que “la reparación histórica nuestra es acoger en el espacio público, a nuestros héroes olvidados, a nuestros héroes negados y desterrados del reconocimiento de la historia oficial. Comenzando con nuestro héroe popular por excelencia, Victoriano Lorenzo, negado y ocultado por la historia dominante”.

En la medida en que los ciudadanos conozcan su historia habrá mayor o menor resistencia ante las figuras que se quieran imponer. Sin embargo, la decisión siempre será de quien ostenta el poder.

“Algunos estados escuchan más que otros, también dependiendo de cuanta presión haya. Los estados cambian a quien representan y aceptan que llegó el momento de cambiar la representación. No sé si estamos en ese momento en Panamá; tendría que haber una gran concienciación que viene con el conocimiento”, puntualiza la historiadora.

El Estado tiene como referente a la Nación y como fundamento al ciudadano, dice Enoch Adames. “Es el custodio de nuestra memoria histórica, y responsable de la creación de condiciones para la constitución de un ciudadano critico-reflexivo. Solamente desde esa perspectiva podremos subsanar las heridas del pasado que aun no cicatrizan”, afirma.

La cultura y en ella la educación deben orientarse a forjar ciudadanos, cuyas identidades se forjen en la reflexión crítica del conocimiento social. “Se trata de comprender el pasado para explicar el presente; y en ella, hacer vigente a nuestros héroes populares ocultados y olvidados en el pasado. Solo una educación y una cultura con capacidad de interpelar e interpretar críticamente lo existente, pueden promover consensos y cambios políticos culturales fundados en la inclusión, y generar una cultura de paz y convivencia”, concluye.

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