El poder narrativo de Gonzalo Celorio

Actualizado
  • 08/12/2023 16:33
Creado
  • 08/12/2023 16:33
En ‘Tres lindas cubanas’ hay historia familiar, pero también política. Aparecen los grandes nombres de la literatura cubana y las contradicciones vividas en la isla desde la mirada de un escritor que no esconde sus críticas, pero que también es capaz de mostrar mucho más que lugares comunes

Llegué a Gonzalo Celorio una tarde en la que, agotada de las tareas mecánicas y rutinarias que a veces impone el trabajo, decidí robarle tiempo a la jornada y caí, sin saber cómo, en un cuento bellísimo de su autoría titulado ‘El velorio de mi casa’.Como lo sugiere el nombre, el cuento es una despedida.

Un adiós a un espacio que se ha habitado y sentido, pero al que hay que dejar atrás, faltaba más, para darle paso al progreso... La mudanza obligada se convierte, entonces, en la ocasión para recordar cómo fue que empezó a vivirse en esa “casa vieja, sin clósets y sin cochera, ubicada en Tiziano 26, Mixcoac”.

Tal vez el encanto del cuento está en la profunda nostalgia que transmite. En la capacidad de describir la casa al punto de imaginarse caminando en sus pasillos y percibiendo el olor de sus paredes gruesas.

En el hecho, en apariencia simple, de convertir la cotidianidad en un relato hermosísimo. ‘El velorio de mi casa’ está disponible en internet. Hágase un favor y léalo.De aquella inmersión fortuita quedó, por supuesto, el deseo de leer más textos de este escritor, docente y ensayista mexicano especializado en literatura hispanoamericana, y la oportunidad llegó en medio de otro trance: a veces lo único que se quiere es leer para sosegarse y sumergirse en un mundo distinto al de la crónica roja, la rabia y el desamparo.

Llegó el comandante y mandó a parar.

Al principio cuesta entender de qué va ‘Tres lindas cubanas’. El relato empieza a principios del siglo XX en Cuba, durante una tarde habanera, el día que empezó la saga familiar: “Desde la butaca posterior donde se sentó, vio entrar, antes de que empezara la película, a tres lindas cubanas (...).

La mayor era muy bella, la menor muy inquieta y la de en medio, que no era ni tan bella como la mayor ni tan inquieta como la menor, tenía en la mirada una dulce serenidad y un brillo de inteligencia que lo arrobaron.

Se enamoró en ese mismo instante de ella y el enamoramiento le duró toda la vida”.

‘Tres lindas cubanas’ se lee como novela, como las buenas historias familiares, pero también con curiosidad histórica porque la vida de la familia, que no es otra que la de Celorio, transcurre en ese espacio insular repleto de maravillas y contradicciones.Celorio es en 1967 admirador del Ché.

Es estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Lleva el cabello largo y su madre lo reprende por ello. Ella, criada con sus dos hermanas en un entorno de comodidades y buenas maneras. En 1968,Tlatelolco. El protagonista de esta crónica viaja por primera vez a Cuba y ansía conocer al comandante. “Yo sentí que al estrechar la mano del Comandante estaba dando la mano a la historia y a la esperanza”.

Pronto se dará cuenta de que compartir el espacio con él conlleva increíbles incomodidades.

El cuarto de Tula, le cogió candela.

Este libro es, también, un enorme baúl de anécdotas. Ahí está el malecón habanero con sus parejas, el canto de las caderas de las mujeres del Tropicana, los rumbones inigualables de “la piña” (o el círculo de amigos escritores que Celorio fue construyendo en la isla), pero también la decadencia del Hotel Nacional, la indiferencia terrible sufrida por Lezama Lima, el periodo especial, los fusilamientos, el hacinamiento y esta escena: un hombre se queja con el escritor de que hace tiempo que no puede conseguir un desodorante.

Que se imagine sólo por un momento el suplicio de pasar los días en una isla tropical, con ese sol de mil infiernos, temiendo en todo momento el olor a grajo. Que se monte a cualquier guagua, le sugiere, para que huela lo que le cuenta.

¡Que así no se puede enamorar a una hembra, chico!

Celorio lo escucha atento, pensando que el muchacho tiene razón: debe ser incómodo pretender a una mulata con golpe de ala.

Decide entonces subir al cuarto del hotel donde se hospeda, porque ha recordado que trajo un desodorante extra, baja nuevamente y, cuando se lo entrega al muchacho, éste lo toma, lo mira y le dice: “¡Coño, pero si este desodorante es stick, viejo! ¡El que yo quiero es aerosol!”.

Si mañana yo me muero, lleven flores.

A veces en primera persona, a veces en tercera, sin embrague. Cada capítulo del texto está antecedido por una anécdota, pensamiento o reflexión. Uno de ellos se titula ‘La nostalgia’.

El autor regresa a Cuba pero ya no es como las primeras veces: “Pero el deterioro de La Habana, que tiene tantas causas extrínsecas, no es la razón de mi nostalgia, sino sólo el escenario propiciatorio para que ésta surja. Mi nostalgia proviene de mi familia.

Y me toca los huesos. Recorro la otrora Calzada de Jesús del Monte en busca de la casa de mis abuelos y de mis padres (...). Rastreo en el Cementerio Colón la cripta de mis ancestros, guiado por una fotografía que llegó a mis manos, y no encuentro más que tumbas desangeladas por el comercio oficial del arte escultórico; paso por (...) la casa art déco de Ana María e Hilda, y no tengo por quién preguntar.

No tengo ya ningún familiar en Cuba. ¿Qué hacer entonces con los cuarenta kilos cubanos de los ochenta que peso?”

Por si acaso no regreso. ‘Tres lindas cubanas’ es, al fin y al cabo, una historia sobre el destino de tres hermanas cuyas vidas fueron atravesadas por la Revolución. En sus páginas aparecen escenas domésticas dulces y trágicas, pero también desfilan personajes del mundo editorial y académico cubano, convirtiéndose el libro en testimonio de una época y en libreta de apuntes de algunos intríngulis del momento.Un tema que no quiero dejar por fuera: el par de páginas que Celorio le dedica a Alejo Carpentier.

Según relata, en algún momento se le cuestionó su cubanía o su fidelidad a la Revolución, y para aclarar tormentas se organizó un encuentro en la isla. Para el escritor, tales críticas no tenían importancia; lo que sí cabía criticarle a Carpentier era su “real maravilloso”, es decir, esa tendencia a presentar y a entender América como un espacio exótico.

“La mirada que Carpentier posa en los asuntos de América Latina (...) tiene un carácter exógeno. Se sorprende de la realidad americana, en la medida en que ésta se insubordina o no coincide con el discurso europeo racionalista, y califica de maravilloso todo aquello que no se ajusta a los más rancios paradigmas occidentales”.Toca entonces leer a Carpentier con estos lentes, a ver si estamos de acuerdo.

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