La estrella del gueto

Sobre la lámina azulada del océano descansan varias lanchas invadidas por gaviotas. Un grupo de niños se lanza desde las ruinas de un mu...

Sobre la lámina azulada del océano descansan varias lanchas invadidas por gaviotas. Un grupo de niños se lanza desde las ruinas de un muro que corre paralelo a la Avenida de Los Poetas, chapoteando despreocupadamente entre el áspero cristal de las aguas. Un joven camina a un lado de la calle con un pescado recién extraído de la bahía, el cual ha comenzado a descamar.

Un par de manzanas más adelante, en un parada de bus que se levanta entre un grupo de edificios con fachadas desconchadas, tres mujeres del barrio de Barraza parecen esperar eternamente un bus que nunca acaba de llegar. Sobre sus cabezas se extiende una guirnalda verde con adornos de plástico, sobreviviente de alguna navidad pasada. En la acera de enfrente, Rosa Lorenzo emerge de la oscuridad del pasillo que conduce desde el interior del edificio Leiro a la calle. Unos enormes lentes estilo retro con cristales rosados cubren sus profundas ojeras. Parafraseando un poco a Rubén Blades, su diente de oro ilumina la avenida mientras camina. Su resplandeciente sonrisa de reconocimiento saca de su letargo a las mujeres que esperan al otro lado de la calle, en la parada, con trasnochados adornos navideños.

Rosa deposita su voluminosa humanidad, la cual cubre apenas con un ajustado suéter color rosado claro y con un pantalón negro licra, sobre una descolorida banca en la que alguien ha garabeteado su nombre con un pluma. La presión de sus pechos abultados dificulta (al menos hasta que no se quede quieta y permanezca de frente) la lectura de la significativa leyenda que exhibe su suéter: “I create the myth of myself day by day”. No se trata de una frase elegida al azar o gratuitamente. Rosa es una mujer con temple, con fe en sí misma y que habla perfecto inglés, lo cual demostró durante su trabajo como recepcionista en un hotel y en una escena de la película “Chance”, dirigida por el cineasta panameño Abner Benaim. Tan sólo en Panamá (la cinta también se está proyectando en Colombia y Costa Rica), el filme en el cual Rosa interpreta el papel de “Toña”, una de dos empleadas domésticas que deciden secuestrar a sus patrones para obligarlos a que les paguen por sus servicios, lleva más de siete semanas en taquilla.

Nada mal para esta ex empleada doméstica que, a pesar de protagonizar junto a Isabella Santodomingo, Francisco Gatorno y Aída Morales una película que llegó a encabezar la lista de las más taquilleras en Panamá, actualmente labora en la Dirección Metropolitana de Aseo Urbano (DIMAUD). Cuando no trabaja en la recolección de los desechos generados por los diversos comercios de la localidad o firma autógrafos junto al resto del elenco de “Chance” en algún cine, Rosa cuida a sus cuatro hijos: Ronaldo y Romario (le va bien duro a Brasil pa” el Mundial), los dos sobrevivientes de una pareja de trillizos; una joven de 23 años de edad y un niño con apenas un año, quien solía vivir con la familia de su padre.

Al igual que el más pequeño de sus hijos, Rosa fue criada en dos hogares diferentes. Nació en la ciudad de Panamá, luego de lo cual sus padres se mudaron a la localidad de Río Indio, en la “Costa abajo” de Colón. Además del sabor a coco que acompañaba a cada comida, recuerda que “se paraba en las noches siempre llena de sangre, por que había muchos murciélagos que lo chupaban a uno”. Un día la hermana de su padre llegó de visita y la encontró toda llena de mordidas. Tomó entonces la decisión de llevarse a la niña a la ciudad de Colón, donde la crió junto a sus once hijos. “En Colón a las pela”as cuando van creciendo les ponen aceite de culebra con un hilo para que tengan un buen juego de cintura”, explica y el diente de oro vuelve a brillar con picardía.

ENCUENTRO CON CLARENCE

Los 15 o 20 años que ha residido en Barraza le han enseñado a sobrevivir, le han permitido desarrollar un carácter fuerte, un espíritu de luchadora. Asegura que, al igual que el personaje de “Toña”, puede ser agresiva. “Cuando me toca, no me dejo”. Su reciedumbre y su carisma, su personalidad extrovertida y hasta por momentos intimidante, su desparpajo e ingenio fueron precisamente los que atrajeron en primer lugar a los encargados de hacer el casting para “Chance”. En el 2008 un hombre con acento español la abordó en la Avenida Central y le dijo que le faltaba alguien para un papel protagónico en una película. “Tu vieras mami, estamos buscando una así mismito como tú”, le aseguró el caza talentos. “Yo pensaba que se trataba de una cámara indiscreta, que estaban mamando gallo”, comenta Rosa, en retrospectiva. A pesar de la insistencia del invididuo, cuyo nombre era Alvaro, decidió proceder con cautela y hacerse la difícil. “Me dijeron que fuera al Teatro la Quadra para un casting. Les dije que me dieran plata para el taxi, porque no cojo bus. Me preguntaron que si tenía celular para llamarlos. Les dije que no tenía minutos, por lo que me compraron una tarjeta. Ahí fue cuando me di cuenta de que estaban hablando en serio, ya que a todo lo que yo decía, ellos respondían que si...”, describe entre las voces de niños que juegan y los pitos que hacen sonar los conductores al reconocer a la “artista del gueto” o “la morenaza del barrio”, como la llaman sus vecinos.

Finalmente, luego de muchas exigencias y recelos, Rosa participó en el casting junto a 500 aspirantes. Su número era el 101. El propio Abner Benaim, director y co-guionista del filme, le dio las instrucciones de lo que tenía que hacer si quería confirmar que en verdad era una artista que “sólo necesitaba a alguien que la lanzara al estrellato”. Cuando fue confrontada por el melenudo cineasta pensó “¡ay, díos mío! Éste es como ′Clarence′, el león bizco de Daktari. O es roquero o es loco. ¡Dios mío!, ¿esto qué es?”. Superadas las primeras impresiones, Rosa hizo exactamente lo que le solicitó el joven realizador, pero como que “me emocioné mucho y le di un vainazo bien duro durante una escena. Me dijo: ′¡Ajooo, tienes fuerza! Creo que le gustó”.

Un mes después sonó el teléfono de su modesto departamento en un edificio que, salvo algunos retazos, ha perdido el color de antaño de su fachada. Le comunicaron que la habían seleccionado para el papel de “Toña”. La filmación arrancó en marzo del 2008. No fue fácil. Tuvo que someterse a una licencia sin sueldo en el DIMAUD. A eso de las cinco de la madrugada, arribaba a la mansión donde se filmó gran parte de la película. Retornaba a su hogar entre la medianoche y la una de la madrugada. “Me desesperaba, no sabía cuando era de día o de noche. Llegaba muerta a la casa, me ponía tensa y grosera. Mis niños me decían: ′Mami, tienes que cogerlo suave′.”

Tampoco le gustaba el hecho de que no podía arreglarse como acostumbra. El personaje de “Toña” requería que se tiñera algunas canas. “A mi me gusta estar al máximo. Yo soy dueña de mi imagen”, afirma mientras un taxi pasa frente a ella con las ventanas abajo. El taxista la identifica de inmediato y grita: “¡Chance, Chance!”.

A LO EILEEN COPARROPA

Si no llevar el cabello como suele hacerlo, recogido y con su rubio cobrizo usual, fue motivo de tensión, también lo fue tener una escena en la que “Toña” se metía de clavado en la alberca de la mansión de sus patrones subyugados. Aunque la piscina poseía una profundidad considerable, la actriz primeriza no se atrevió a decepcionar a su director confesándole que no sabía nadar. “Yo sólo le decía: ′No soy un Eileen Coparropa”. A lo que él respondía: ′¿Pero sabes o no, mami? Hazme un clavado′. Entonces me dije a mi misma: “antes muerta que sencilla, todo menos que morir sin las botas puestas′”, narra quien posteriormente tuvo que ser rescatada de las aguas por el propio director.

A pesar de los momentos jocosos, hubo otros en que Rosa, dada su experiencia de tres años como empleada doméstica en la casa de una familia “bien encopeta”a”, pareció sumirse demasiado en el rol de “Toña”. En estas ocasiones, era Benaim quien la calmaba y le recordaba que se trataba sólo de una película. “Me metí en ese personaje porque yo lo viví. Yo soy así, agresiva. No tenía que fingir, ni pa” mandar a alguien pa” la...., ni nada. Por que así mismo es cuando me rayo, tu me entiendes...”, confiesa mientras saluda a algunos vecinos que pasan por la calle, con sus uñas pintadas a rayas blancas y negras como cebras.

Durante el tiempo que trabajó como doméstica, que fue cuando se mudó de Colón a la capital, le fue “bien mal, porque los patrones querían abusar de uno, tu sabes, por el colorcito. Creen que todavía estamos en la época de la esclavitud”. Durante este trabajo se daban situaciones muy similares a las de la película de Benaim, desvaneciéndose la frontera entre realidad y ficción. Como cuenta Rosa, la dueña de la casa la despertaba durante la noche para pedirle que le llevara un vaso de agua, solicitud a la cual la indócil empleada replicaba: “Coño, usted si es fresca. El día que se eche un pe”o me va a llamar para yo lo huela también, porque usted es la patrona”.

Los paralelismos entre los años de Rosa como empleada y el guión de “Chance” no terminan aquí. Al igual que “Toña”, la ex sirvienta tuvo que lidiar con jóvenes malcriados, similares a los personajes de las gemelas Mariví y Marité (María Cristina y María Alejandra Palacios) “Trabajé con niños que no querían comer, que se tiraban al piso, que me sacaban de onda. Los pellizqué varias veces, quiero que sepas, por andar de ñañecos y estar sacando gracias porque está la mamá. ¿Entiendes?”, reconoce, mientras fuerza su voz para hacerse escuchar por encima del ruido que produce la alarma de un carro estacionado en las proximidades.

FIEL AL BARRIO

Cuando a Rosa se le pregunta cuánto le pagaron por hacer de “Toña” en este filme que fue producto de una coproducción entre Panamá y Colombia, ella prefiere no responder. Tal vez tenga miedo de que alguno de los pandilleros que merodean por los alrededores de su edificio la escuche. A lo mejor su salario no fue elevado, dado que no contaba con experiencia como actriz. Lo cierto es que su interpretación en “Chance” le ha ganado los elogios no sólo de su familia y vecinos de Barraza, sino incluso de “señores de plata” que se le acercan para darle las gracias por haberles “dado a todos una lección”. “No hay que dejarse de los que están arriba, de quienes nos tratan con los pies. Si uno tiene una nana, debe tratarla como una persona. Aunque estemos por debajo de ellos, todos somos iguales, nuestra sangre también es roja”, apunta mientras el estruendo de una motocicleta que pasa ahoga sus palabras.

Algo desanimada porque no encuentra un empleo con alguna publicitaria o canal de televisión, Rosa se aferra a la esperanza de que si “Chance” llega a ser proyectada en un futuro en las salas de cine en los Estados Unidos, ella o cualquiera de sus compañeros de elenco puede ser nominado para un galardón como el Óscar, cuya ceremonia de premiación seguirá hoy por televisión en la residencia de Barbara Stephenson, embajadora estadounidense en Panamá, quien la ha invitado ese día a su residencia. “Si consigo hacer una buena plata, Dios primero, yo la gastaría en darle una buena educación a mis hijos, para ver si puedo sacarlos de aquí. Todavía no me iría, no me compraría una casa nueva. Yo estoy bien aquí, yo soy del gueto”, proclama con orgullo. Detrás de ella, una de sus vecinas se hace eco de sus palabras, repitiendo: “gueto”. Lo hace como si se tratara de una consigna de barrio, como si reconociera un santo y seña cargado de poder y humildad.

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