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- 22/05/2016 02:01
Desde lo alto de una de las nuevas compuertas del Canal Ampliado, Yazmin Miranda pasa su pincel húmedo sobre el rostro de un chino.
Para la restauradora y pintora el desafío no es el viento, que lo levanta todo por los aires. Ni siquiera el lienzo humano inmutable. Su carrera es contra las manecillas del reloj, que con paso firme van extinguiendo el día y cambiando las tonalidades de su entorno.
PERFIL
Ya eran las cuatro de la tarde cuando se dispuso a camuflar a Liu Bolin –el ‘hombre invisible'– contra el fondo del nuevo brazo de la vía interoceánica, a casi un mes de su inauguración. Si demoraba mucho mezclando los colores que lo harían igualar sus alrededores, tendría que corregir sobre la marcha o mezclar otra vez.
Rallaba el ocaso cuando Miranda, junto con cinco pintores más del taller Articruz, terminaban de recrear –a base de acrílicos–, el horizonte del tercer juego de esclusas sobre el semblante del artista.
Un equipo de cuatro fotógrafos, dirigidos por el maestro del camuflaje urbano, capturaban su invisibilidad minutos antes de que la penumbra envolviera al gigante de acero.
Un éxito más para ‘Hiding in the city', su reconocida serie de retratos que actúan como una metáfora para la sensación de anonimidad y ostracismo que acechan al artista contemporáneo en China.
LO QUE SE OCULTA TRAS LOS ‘PAPELES'
Dos noches antes, Bolin degustaba unos calamares en su tinta mientras interactuaba por primera vez con el equipo que lo acompañaría durante su corta estancia en Panamá. Sus primeras horas en el trópico lo recibían con una humedad oscura, pero acogedora.
Tras una parada de trabajo en Nueva York, el artista aterrizaría en el istmo la noche del 7 de mayo, por invitación de Marión Gallery de Panamá y RGR Art de Venezuela.
A pesar de su limitado acceso a la información en Beijing, Bolin había escuchado sobre un escándalo que empañaba la imagen del país al que viajaría en pocas semanas.
Mientras observaba a quienes lo rodeaban –un grupo al que luego describiría como ‘personas que aman la vida con mucho entusiasmo'– fue visualizando el concepto de su primer trabajo allí.
Ellos, que vivían en Panamá, eran solo un puñado de toda una población oculta tras unos ‘papeles', de una gente imperceptible bajo la gran lupa del escrutinio mundial.
El tiempo era escaso y empezarían a desarrollar la obra –sobre las paredes del estudio Voltage– a primera hora de la mañana siguiente. Necesitarían más de cien revistas, todas las panameñas así como las internacionales de venta en el país.
Diecisiete personas se convertirían en piezas de su creación, y unas cuarenta más participarían en el proceso creativo, entre pintores voluntarios y asistentes de producción.
Dieciséis horas tardaría la construcción del producto inaugural de Bolin en el istmo. Un collage multicolor forraba las paredes blancas. Además de las páginas de revistas, lo cubrían copias de bonos del Canal Francés.
A esta amalgama de papeles satinados y documentos históricos, le tomaría la primera fotografía.
A través de su intérprete Cindy, Liu Bolin posicionó a las diecisiete personas que se camuflarían en el mar de papeles a sus espaldas. Una vez todos en su lugar, se capturaría una segunda imagen.
Con los dos retratos haría un montaje computarizado del fondo sobre las personas, para tener la referencia de qué parte del collage se pintaría sobre cada una de ellas.
Esa referencia impresa le serviría a treinta y cuatro pintores que se afanaban por replicar las secciones del collage sobre los diecisiete atuendos que fungían de canvas. Y más adelante, para pintar los rostros de quienes los vestirían.
CRUZ-DIEZ SE FUSIONA
Mientras tanto, en Articruz, el maestro Carlos Cruz-Diez meditaba sobre el proyecto que le solicitaba Bolin.
Para su tercera y última obra en Panamá, deseaba mimetizarse contra un trabajo del artista franco-venezolano de 92 años.
Le había pedido algo ‘complicado' y, tras una serie de pruebas, Cruz-Diez llegó al resultado final.
Lo que no se imaginaba es que también él terminaría convirtiéndose en parte de su propia ‘inducción cromática'.
‘La propuesta me interesó, me pareció que contenía mucho humor', confiesa Cruz-Diez, una semana después de verse cubierto por sus propios pigmentos.
Así, la tercera y última jornada de camuflaje en Panamá se llevó a cabo en Articruz, el taller del artista.
Miranda se encontró nuevamente dando pincelazos de color sobre el cutis de un hombre. Esta vez, el del nonagenario que lidera el taller para el que trabaja.
‘Ella restaura y retoca obras a mano durante el proceso de fabricación', apunta, entre risas Joel Bracho Ghersi, gerente de comunicaciones del Taller Articruz. ‘Pero nunca lo había hecho sobre el artista'.
Así como las risas de Bracho Ghersi fueron las del maestro, quien acompañó el proceso de carcajadas desde que le cubrieron el rostro de vaselina para evitar el contacto directo con los acrílicos, hasta la fotografía final.
Bolin reveló –en una entrevista posterior– su asombro ante la actitud y energía de este abuelo, de quien días antes no conocía más que su legado artístico.
Se preocupaba por Cruz-Diez porque el trabajo de pintura puede tomar varias horas, y ser el objeto central de la transformación cromática no es tarea fácil. El cuerpo se cansa, pero el maestro no protestó.
‘En vez de quejarse se reía', diría un Bolin impresionado, a través de su intérprete. ‘[Cruz-Diez] le trae mucha felicidad a los demás'.
Eran las nueve de la noche cuando se realizó la primera prueba. Ambos artistas con sus ropajes pintados, se sobreponían a la obra que se alzaba atrás de ellos. Líneas horizontales en azul, rojo, amarillo, verde y negro, paralelas las unas a las otras formaban el cuadrilátero.
En el centro de la inducción cromática, una serie de rayas negras más cortas se atravesaban –levemente inclinadas– por sobre el resto de los colores, creando un cuadro interior más pequeño.
Fue un trabajo meticuloso para lograr mimetizarse con los detalles afinándose minutos antes de tomar la fotografía. Cada línea del vestuario, de los rostros, debía confluir con ese fondo que juega con el ojo del espectador.
‘Ese uso de las líneas logra que de lejos se vean colores que no están allí... la obra induce al ojo del espectador a ver más colores que los que están', explica Bracho Ghersi.
Es decir, aunque el fondo solo tuviese los colores rojo, azul, amarillo y verde, de lejos se observarían también el rosado, morado, celeste y naranja.
A medianoche se había completado la faena y Cruz-Diez se limpiaba la piel.
‘Cuando uno se embarca en un discurso, hay que llevarlo hasta sus últimas consecuencias', diría, al preguntársele cómo se sintió formando parte de su propia obra. ‘Si el mío es el color, qué mejor que mimetizarme con mis propios colores'.
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‘Cuando uno se embarca en un discurso, hay que llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Si el mío es el color qué mejor que mimetizarme con mis propios colores'
CARLOS CRUZ-DIEZ
ARTISTA
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APRENDIZAJE
Intercambio de valores
El intercambio entre los artistas Liu Bolin y Carlos Cruz-Diez trascendió fronteras e idiomas y se cimentó sobre la creatividad compartida.
Bolin estableció desde el principio las similitudes que hallaba entre la obra de ambos. En el trabajo de Cruz-Diez predominan los colores, pero ‘hay muchas obras de él que cuando uno las ve de cerca y de lejos se observan diferencias en los colores'.
Es como una ilusión óptica a través del color. En su propia obra Bolin hace lo mismo, pero expresado a través de la forma. ‘Una persona está ahí, pero no se ve a primera vista', indica.
Por otro lado, destaca las cualidades que admiró del equipo del Taller Articruz. Durante los tres proyectos que llevó a cabo, notó que cada persona daba su mayor esfuerzo, sin quejarse y sin cansarse. Tampoco se limitaban a su área de experiencia.
‘Cada uno hacía de todo, el que pinta no dice que él solo pinta, sino que está haciendo bastantes otras cosas', expresa, con la ayuda de su intérprete, Cindy. ‘Para obtener un equipo así de profesional, creo que tiene que ver con los valores del taller y del señor Cruz-Diez'.
Aunque se impresionó también con el método de trabajo tan minucioso y perfeccionista del artista nonagenario, Bolin se quedó con la ética del maestro como una de sus mayores enseñanzas.
Por su parte, Cruz-Diez bromea sobre el tiempo compartido con Bolin. ‘Bueno, eso fue un trabajo de chino… Aprendí a tener mucha paciencia'.
A esto agrega que también él se sintió asombrado por el artista contemporáneo chino. ‘Liu es un excelente artista con un fuerte y claro discurso de sátira social contemporánea. A pesar de que sus obras son de una extrema complejidad de realización, tiene dominio absoluto de los medios para ser eficaz'.