La ceremonia, a la que está previsto que lleguen Jefes de Estado de todo el mundo, estará oficiada por el decano del colegio cardenalicio, Giovanni Battista...
- 06/04/2020 00:00
Para quienes hemos estudiado en el exterior, la cosa más normal en el seno de nuestras familias es que, al regresar de visita, contáremos los acontecimientos que se habían vivido fuera del país. Nadie está eximido de esta práctica muy panameña.

De esta manera en las reuniones familiares, en mi natal Santiago, mis padres me sometían a toda clase de preguntas, sobre todo lo referente a los grandes artistas del Renacimiento italiano, ¿Quién era Leonardo, Donatello, Botticelli, Giotto, Cimabue, Miguel Ángel y Rafael? Me perdía en amenas tertulias, y de pronto mi madre, con la sonrisa dibujada en su cara, siempre salía con la siguiente pregunta: ¿Cuéntenos los bochinches sobre Rafael Sanzio? ¡Ábrete cielo!, ella sabía de mis eternas preocupaciones por el pintor que me procuró muchas pérdidas de sueños. Pintor que hoy conmemoramos los 500 años de su muerte y del cual hablaremos.
Estudiar a Rafael es descubrir la proeza de un pintor que, con su pincel, supo interpretar los aportes estilísticos de Leonardo Da Vinci y de Miguel Ángel, resumiéndolo en una nueva manera. Con Rafael se ensalzó el Manierismo italiano, la excelencia del Renacimiento italiano y los solitarios estudios por los que la academia florentina forjó nuestro culto saber, que mi madre sintetizaba en el lenguaje popular veragüense como: “bochinches sobre Rafael Sanzio”; tal vez con el simple motivo de que no me olvidara de la hoja de chumico que llevo siempre detrás de la oreja y de las enseñanzas que el verbo escrito nos ha postrado.
Era la primavera de 1508, cuando el Papa Julio II llama a Roma a dos de los artistas más representativos del panorama pictórico italiano. Al primero le dice:
“Tú me terminarás las decoraciones del techo en la bóveda de la capilla Sixtina”, era Miguel Ángel Buonarroti de apenas 33 años. “Su excelencia no puedo, perdóneme, pero yo no soy pintor, soy un escultor”, responde Miguel Ángel, irritado porque había trabajado para Julio II, cuatro años en su tumba, trabajo escultórico que había sido suspendido, sin prórroga alguna.
Miguel Ángel tuvo que aceptar – de mala gana - la empresa de pintar 108 metros cuadrados sin ayuda alguna en cuatro años (1508-1512). La historia de la Génesis del hombre fue la acometida faena que realizó. Titánica empresa que hombre alguno haya realizado, con 300 figuras semi desnudas. Un cuerpo a cuerpo de ejecución pictórica, fruto de la genialidad creativa que la humanidad haya recibido. Obra que sorprendería al mundo y sigue actualmente impresionándonos.

Al otro personaje le dice: “Tú me pintarás las salas de mi apartamento privado”. Se trataba de un jovencito de apenas 25 años, procedente también de Florencia, sugerido por el arquitecto Bramante, reconocido unánimemente por la precocidad de su aprender y la excelencia de sus obras, era Rafael Sanzio de Urbino.
Doce años, donde Rafael trabajará en las salas del Vaticano bajo las sugerencias del Papa Julio II, donde se ejecutarán una secuencia de importantes murales, que equipararán a un grupo de colaboradores, bajo las maravillosas manos de Rafael, del calibre como Lorenzo Lotto, Sebastián del Piombo, el Sodoma, Giulio Romano, Perin del Vaga, Polidor de Caravaggio; presencias de toda la península italiana, poniendo a Roma como centro cultural, donde muchos artistas quisieran llegar.
Rafael encarna el ideal del artista del Renacimiento: joven, genio, culto y emprendedor. Pero la verdadera herencia que deja el duro trabajo de Rafael se puede simplificar en la interpretación de sus murales, que representan la preocupación del Papa Julio II por el destino del hombre, la compresión de la revelación “del verbo encarnado” que conduce a la salvación y a comprender la historia de la Iglesia católica con las intervenciones de Dios, en la redención de su Iglesia, todo esto representado por Rafael en las salas del vaticano.
Tratando de alejarme de la voz materna sobre los bochinches de pueblo, es ahí que la pregunta surge espontánea: entonces, ¿quién es Rafael Sanzio de Urbino?
Nace un día como hoy 6 de abril de 1483, en Urbino; en una acomodada casa, mandada a construir por su bienestante abuelo, para que su padre Giovanni Santi, pintor modesto y poeta muy apreciado por la corte de Federico e Guidobaldo de Montefeltro, señor de la ciudad; viviera con Magia de Battista Ciarla, su madre que muere en 1491, cuando él apenas tenía 8 años. Rafael, siguiendo la moda de la época, latiniza su apellido de “Santi” a “Sancti”, “Sanzio”, y recibe sus primeros pasos de pintura por su padre que, viendo el potencial creativo de su hijo, lo encarga a Timoteo Viti y al maestro Pietro Perugino.
Cuando pienso en Rafael - en este primer periodo de crecimiento - me imagino un muchacho que crece en un ambiente muy refinado en una ciudad llamada Urbino, donde Piero de la Francesca y otros pensadores estimulan al pensamiento crítico y científico de la época, ambiente que proyectó a la tarima del pleno Renacimiento a figuras como Bramante, fieros representantes del humanismo matemático y racional, que Rafael supo sintetizar, en sus primera obras independientes que van desde 1483 a su partida de Urbino en 1504, para llegar a Florencia.
La sagrada Familia Canigiani. Fue así que, el cholito santiagueño, se encontró viajando en un rápido tren hacia la ciudad de Múnich en Alemania. Mi meta era la Pinacoteca Antigua de Múnich, con el objetivo de estudiar a la Sagrada Familia de Rafael y copiar algunos pasajes de esa obra para mi examen de técnicas pictóricas para la Academia de Bellas Arte de Florencia. Llegué al museo al mediodía y de una vez me dirigí a la sala donde estaba colocada esta obra.
Sobresale a la primera mirada, la figura de José de Nazaret, Santa Isabel que protege a su hijo Juan Bautista y María madre del niño Jesús, en forma piramidal a la manera de Leonardo da Vinci, (a quien posee la facilidad de observar esa obra, que lo haga)… La armonía del dibujo se desarrolla a través de movimientos semi circulares, típicos de las investigaciones de Miguel Ángel, y es tan sugestiva la escena, que usted debe hacerse llevar de las miradas de los personajes: José que mira a Santa Isabel y ella contra cambia, María que mira a San Juan Bautista, que mira a Jesús… en una armonía de escondidos significados, dignos de descifrar. Al decir verdad, la obra me impactó tanto que casi me regreso a cortar caña en Santiago de Veraguas. Dejé de pintar algunos meses y me puse a hacer videoarte.
Hasta que comprendí, el por qué me habían mandado a estudiar esa obra.
Rafael es el artista que idealiza la pintura, recogiendo la esencia de todas las búsquedas que el renacimiento había tratado de capturar, donde el concepto platónico de la belleza, se resumía en la armonía “del todo”, enjaulando en una idea central. Por eso Rafael había comprendido todo cuando fue llamado por el Papa Julio II a pintar las salas del Vaticano, y yo pude regresar a pintar.
Dice Giorgio Vasari en un escrito, que Rafael muere de fiebre, después de haber pasado una semana de “incontrolados excesos amorosos”, pero a nosotros no nos gusta los bochinches y saltamos esta anécdota (risa pícara), aunque sí sabemos que Rafael fue un aspirado pretendiente.
Julio II había muerto en el 1513 y le sucedió León X quien continuó el apoyo a Rafael.
Rafael Sanzio de Urbino inesperadamente muere de fiebre un Viernes Santo, en el mismo día que lo vio nacer, a solo 37 años de edad, dejando sorprendida a la ciudad que lo había adoptado (Roma) y a toda Europa.
Dejándonos el legado de la excelencia pictórica y la oportunidad que todavía hoy podamos aprender de la esencia que conllevan las expresiones artísticas, para que seamos hombres mejores… y que mi madre me siga molestando con su petición de “Cuéntenos el bochinche de Rafael Sanzio de Urbino”.