Ojiplática y patidifusa

  • 04/12/2016 01:00
¡Y se queda tan ancha! Vamos a ir por partes, que destazando se suele entender mejor la anatomía de los engendros

Epatada, pasmada y anonadada. En bucle lo veo y no doy crédito. Veo su rostro regordete, congestionado de prístina confianza absoluta. Reproduzco una y otra y otra vez esperando convencerme de que ha sido un error auditivo, que ella no dijo lo que creo que dijo. Que ella, la señora directora del Museo de Historia, funcionaria del Instituto Nacional de Cultura de Panamá, no ha dicho eso. Veo el video hasta que, finalmente, (¡ay, de mi!) me convenzo de que sí ha dicho lo que nunca creí que una rozagante servidora pública de la cultura pudiera decir.

Que en el Museo de Historia se ‘encuentra la Guerra de los Dos mil días', ‘se encuentra', dice. Que en el museo también encontramos (‘encontramos', apostilla), ‘aparte de la historia de Victoriano Lorenzo, los tratados Torrijos Carter que fueron firmados en 1968', dice doña Marisol Jaén. ¡Y se queda tan ancha! Vamos a ir por partes, que destazando se suele entender mejor la anatomía de los engendros.

Los llamados Tratados Torrijos-Carter por los cuales se acordó la entrega del Canal de Panamá, se firmaron en septiembre de 1977. El acontecimiento histórico relevante ocurrido en el 1968 fue la llegada al poder de Omar Torrijos después de darle un golpe de estado al presidente electo Arnulfo Arias. No tengo la más remota idea de cuando ocurrió la Guerra de los Dos Mil días a la que se refiere la impresionante dirigente museística, pero sospecho que se ha liado la fuliginosa melena a la cabeza y le añadió un millar de días más a la civil Guerra de los Mil Días, peleada a fines del siglo XIX entre los partidos Liberal y Nacional.

La falta de cultura general empieza a ser preocupante, se ven los efectos de años de degradación de la educación, de profesores mal preparados y de alumnos que pasan por las escuelas sin que las escuelas pasen por ellos. La falta de estudios de humanidades, la eliminación de la filosofía, de la historia (no solo de relaciones de Panamá con Estados Unidos vive la neurona), del arte, se hacen notar. Quinquenios de demagogia en los que enseñar cualquier cosa que oliese a imperialismo o a eurocentrismo era anatema, y en los que se enaltecía la ignorancia, pasan factura. Se ven los resultados de la política de poner en el puesto a quien me ayudó, no a quien se lo merece. Todo esto lo veo, lo sé, lo sufro, pero que la directora del Museo de Historia, tenga los santos bemoles de ponerse delante de una cámara a dar declaraciones sobre el museo que dirige sin tener ni repajolera idea de lo que farfulla, ni haberse preparado, me parece muy gordo.

He leído por ahí que el medio que la entrevistó debería haber editado los horrores históricos. Los que así piensan no han caído en cuenta de que, seguramente, los que editan en el medio tampoco tienen idea de cuales son los datos correctos, y en el caso de que sí los supieran, yo me pregunto: ¿porqué evitarle la vergüenza a una imponderable ignara?

Pero no sé de qué me asombro, si este país se enorgullece de que sesenta (60) bailarines lo representan en una Feria Internacional del Libro, mientras el Instituto Nacional de Cultura solo lleva a cuatro escritores, alguno de los cuales ha ido ya varias veces a la misma. Eso nos dice mucho del nivelazo cutarrístico que tenemos.

Así que para qué seguir boqueando como pez fuera del agua con las estupideces, mejor será que me goce el viaje mientras nos vamos todos a la mierda a ritmo del baile de ‘La Espina'.

COLUMNISTA

Lo Nuevo