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- 23/06/2019 02:00
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La palabra cultura, quizás de las más complejas en cualquier idioma, está por todas partes últimamente. Se habla de cultura gastronómica, cultura empresarial, cultura de paz, cultura de la violencia, cultura organizacional, cultura LGBT, y las combinaciones son infinitas. Pese a la popularización del término, su acepción más conocida sigue siendo aquella relacionada al quehacer artístico, y raras veces (o nunca) oímos hablar de cultura científica, a pesar de que nuestras sociedades son cada vez más dependientes de la ciencia y la tecnología.
La cultura científica se refiere a los conocimientos generales, provenientes de las distintas ramas de la ciencia (incluyendo las ciencias sociales), que tiene la población en determinado contexto social y que le permite tomar decisiones de manera crítica, sea individualmente en la vida cotidiana, o colectivamente con respecto a temas como el medio ambiente o la salud pública.
En Latinoamérica, la cultura científica se mide en encuestas desde de los años 90, y sus resultados son siempre reveladores. En Panamá, la V encuesta sobre percepción social de la ciencia y la tecnología señala que los panameños colocan la inversión en ciencia como tercera prioridad para el Estado después del transporte y las obras públicas. Sin embargo, también revela que los científicos y los ingenieros no son especialmente apreciados en Panamá, a diferencia de los médicos, los líderes religiosos y los deportistas, en ese orden. También figura que la televisión es el principal medio por el que se accede a contenidos de ciencia, y casi la mitad de los encuestados expresa recelo por los avances científicos y tecnológicos del futuro.
La encuesta no ahonda sobre cuánto riñen las creencias religiosas con el conocimiento científico (como sí se indaga en otros países), como tampoco profundiza sobre los conocimientos científicos elementales que tienen los panameños. Aun así, no es difícil imaginar los resultados en este último aspecto, considerando que las pruebas PISA de 2009 revelaron que casi el 80% de los estudiantes no contaban con las competencias básicas en ciencias y matemáticas, y según el Meduca no hay buenos pronósticos para los resultados de las pruebas realizadas en 2018, cuyos resultados se conocerán este año. Aunado a ello, son escasas las revistas científicas; no existen programas formativos en comunicación de la ciencia y la televisión panameña no emite contenidos de difusión científica.
Este panorama es común en toda Latinoamérica en menor o mayor medida, pero no es natural, sino una construcción sociohistórica que tomó forma con la división internacional del trabajo en el siglo XVII. A partir de entonces, las grandes potencias se dedicaron a extraer materias primas de nuestros países para impulsar su propio desarrollo social y económico con una robusta infraestructura científico-tecnológica, y aunque puede parecer un hecho lejano, sus consecuencias son palpables aún en la actualidad. En el caso de Panamá, se añade la instauración de un modelo económico transitista o enteramente dependiente de nuestra función como país de tránsito, un hecho que hoy se tiene por natural, pero que ha sido conscientemente perpetuado por las élites parasitarias del país. En consecuencia, se han generando asimetrías que impiden el pleno desarrollo de las fuerzas productivas, con sectores económicos como el agro y las industrias completamente en el olvido. Es una forma de capitalismo atrasado que a su vez se caracteriza por un grave desfase con respecto a la llamada ‘sociedad del conocimiento', y así es imposible que florezca una verdadera cultura científica.
Sin duda, es valioso el esfuerzo que hacen algunas organizaciones no gubernamentales e instituciones públicas dedicadas a producir y difundir conocimiento científico (Instituto Smithsonian, Biomuseo, Ciencia en Panamá, o la Secretaría Nacional de Ciencia y Tecnología), pero el Estado debe generar verdaderas políticas de desarrollo científico y tecnológico, para lo cual haría falta comenzar a cuestionar nuestro modelo de país, que por décadas ha sido blindado con un fino trabajo ideológico que le otorga un estatus sagrado cuasi religioso.
Igualmente, cualquier esfuerzo por construir cultura científica en Panamá debe considerar que somos un país multicultural, donde coexisten siete naciones indígenas con su propio modo de vida y conocimientos ancestrales que son igualmente válidos desde un punto de vista epistemológico, y donde además hay una gran diversidad étnico-cultural y religiosa. No se trata de construir una sociedad del conocimiento, sino de los conocimientos.
Por último, debemos entender que la ciencia no es neutral ni ajena a lo político, sino un producto social que depende del contexto en el que se desarrolle, y su comunicación tiene siempre intenciones políticas, económicas y culturales. Si las ciencias han sido imprescindibles en el avance de las sociedades, nada puede ser más antidemocrático que un país profundamente desigual y con una pobre cultura científica, donde una porción importante de la realidad quede lejos de la comprensión y la incidencia de las mayorías.
COLUMNISTA