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- 21/03/2010 01:00
Caminar por la Avenida Central un viernes por la tarde, especialmente con la llegada de la época escolar, es casi imposible. Centenares de personas la recorren entera en busca de uniformes, útiles y textos escolares. El calor, propio de marzo comienza a hacerse sentir y el sudor en el rostro de los transeúntes lo revela sin tapujos. La peatonal es un hervidero de ruidos, aromas, colores, vendedores y compradores de todo, y el movimiento parece insuflarle el alma que habían perdido las esquinas del Parque Santa Ana.
Ya al final de esta concurrida avenida, se divisa un grupo de personas alrededor de un pequeño puesto de venta. Una mesa improvisada y un paraguas que la protegen del sol y de algunas gotas inesperadas de lluvia que han caído sobre la capital, nos anuncian que hemos llegado a Salsipuedes. Un callejón que se hace estrecho a la vista y al paso, por la proliferación de kioscos instalados a ambos lados de la calle y también en el centro.
En Salsipuedes se vende de todo. Prendas para pollera, revistas -- nuevas y usadas --, baños para la buena suerte, incienso y amuletos, entre otro sinfín de artículos. Pero cuando se acerca el inicio del año escolar, lo que más se compra, regatea y vende son los libros usados. Es el negocio redondo de la temporada.
Xenia, una mujer delgada de unos 45 años, cuida su mercancía instalada en una pequeña silla plástica. El paraguas la cubre esencialmente a ella, mientras dos adolescentes la asisten en la venta. Doña Xenia, se ocupa de cobrar sin perder de vista la mesa. “No me tomen fotos, que estoy muy despeinada”, advierte la señora a los 10 segundos de conversación.
Hace siete años que Xenia negocia libros usados en esa esquina. Los compra a quienes no los van a usar más y luego los ofrece en su mesa de Salsipuedes, bajo la inmesa sombrilla de playa con franjas, verdes, amarillas, azules y rojas. “Los textos de secundaria son los más vendidos”, explica Xenia y agrega que el precio depende del estado en que se encuentren los libros y de su actualización. “Si es una edición más nueva, se venden más caros, pero siempre será más barato que en las librerías y en los almacenes”, puntualiza.
Desde otro de los kioscos, un hombre joven mira curioso y se acerca a preguntar que está pasando. “Es un reportaje para un periódico”, explica Xenia respondiendo al muchacho quien se interesa por saber cuál es el tema del reportaje. La curiosidad de Iván, el joven de 23 años que es asistente de ventas fue la que nos llevó al puesto donde trabaja, mucho más grande que el que habíamos visitado primero. Ante toda una pared llena de libros, una joven mujer encargada del negocio se niega a hablar con nosotros y es Iván quien pese a la resistencia de la prpopietaria del lugar nos explica la factibilidad del negocio. “Fácilmente por día, en un kiosco como éste, sacas un mínimo de 100 dólares”,dice. Él también es dueño de otro kiosco donde trabaja desde los 14 años.
Iván quiere seguir conversando pero la mujer, cada vez más molesta, se lo impide. Cabizbajo el chico da por terminada la entrevista, no sin antes invitarnos a pasar por su kiosko y con una amplia sonrisa se despide, mientras la muchacha le dice algo al oído
Ya dentro, en el corazón de Salsipuedes, los pasillos se vuelven cada vez más estrechos, lo que hace aún difícil caminar por el área. Compradores apurados buscan los mejores precios, aunque como comenta Rosario, propietaria de otro quiosco, la venta ha bajado sustancialmente. “Antes no se podía ni caminar por aquí, pero ahora que el gobierno regaló los textos de primaria, las ventas han bajado”, se lamenta esta vendedora que lleva cinco años comprando y vendiendo libros usados.
Rosario comenta que los libros más vendidos son los de primaria pero para escuelas privadas. Mientras acomoda los textos por materia y grado, al otro lado del mostrador Marina, su asistente, atiende a un cliente. “Los libros ya no se están vendiendo como antes”, comenta Marina, quien asegura que la prueba del bajón en las ventas es que resulta fácil caminar por la angosta acera. “Antes para esta misma época, no se podía ni caminar, ahora como ves ya casi no hay gente”, enfatiza.
“...NOS AYUDAMOS...”
Asombrosamente en Salsipuedes no hay competencia. “Cuando no tenemos el libro que buscan los clientes lo llevamos a otro puesto, nos ayudamos y ayudamos a las personas a conseguir lo que buscan”, dice Rosario. “Aquí todos somos amigos”, reitera sin dejar de registrar el interior de una caja llena de libros colocada a sus pies en el piso.
Mientras conversamos, en el puesto contiguo se concreta una venta. Un adolescente que llegó con sus libros usados a cuestas, acaba de vender seis. Deborah otra de las comerciantes, de unos 25 años, revisa minuciosamente cada una de las páginas y las cubiertas de los libros. Deben estar en buenas condiciones para garantizar su reventa. Toma un borrador y cuidadosamente elimina algunas operaciones aritméticas hechas a lápiz y pasa líquido corrector por encima de los trazos hechos con tinta.
A lo largo de nuestro recorrido las escenas se repiten. Padres de familia con listas de útiles escolares en la mano buscan afanosamente los textos para sus hijos. Vendedores que remiendan libros para ponerlos a la venta. Los libros se apoderan de los puestos de venta que ocupan las veredas y el centro de la calle en la bajada de Salsipuedes entre los meses de marzo y abril. Cuando pasa el alboroto de las compras escolares, otra vez el olor a cuero de las cutarras nuevas, el brillo de las prendas para pollera y las revistas multicolores vuelven a ser los protagonistas de cada uno de los puestos de venta de este famoso callejón.